sábado, 18 de junio de 2005

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Retrato histórico de Magallanes

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Resumiendo aquí nuestros apuntes y los antecedentes que hemos tenido a la vista para este estudio, intentaremos un ligero esbozo de la fisonomía física de Magallanes y un débil boceto de su aspecto moral, por si nos resultare, entrambos un sencillo retrato trazado en rasgos generales.
Por referencias de sus mismos compañeros o contemporáneos como por las distintas copias de retratos que hemos visto, parece que Magallanes era de talla regular, más bien mediana, pero musculoso y de recia contextura; ancho de espaldas, prominente el pecho, de tez tostada por los alisios, por los austros marinos y por el sol de otras tantas regiones que visitara. Cubríale buena parte del rostro larga y abundante barba, tal vez para protegerse de las inclemencias del tiempo, pero que no era obstáculo para descubrir la recia conformación de la mandíbula, que un antropólogo atribuyera enseguida a la firmeza de su carácter y de sus decisiones si esto no estuviere más bien manifestado en su serena y pertinaz mirada que revelaba la dirección de una voluntad obstinada y decidida. Sobre las paredes de la cara de bien delineados pómulos, sobre una nariz carnuda, saliente y un tanto severa, culminaba ancha y espaciosa frente que hacían destacar más aún las grandes arcadas de unas bien pobladas cejas, y que denotaba, sin lugar a dudas, su clara y despejada inteligencia. De aspecto varonil, su continente asaz majestuoso e imponente, pero afable luego, inspiraba respeto y confianza al propio tiempo: tenía esa gravedad sin afectación, la dignidad sin orgullo, la afabilidad sin bajeza que distingue a los hombres de verdadero mérito. Circunspecto en el hablar, era también reservado, tranquilo y reflexivo, pero más por dominio de sí mismo que por naturaleza, pues era dueño de un alma ardiente y apasionada, de un espíritu de fuego pronto a estallar, pero que él sabía muy bien avasallar y mantener siempre cubierto con el manto glacial de la prudencia.
Pero lo que más caracteriza a Magallanes es la firmeza de su carácter, la fe de sus convicciones y de su ciencia, la constancia para perseverar en sus resoluciones, su actividad infatigable; y de su energía para domar las mayores dificultades, puede decirse que cada desengaño, cada contratiempo, cada derrota, le daban nuevos bríos y mayores ánimos para perseverar, que lo aproximaban más a la victoria. Y esto último, abriendo aquí un paréntesis, comprueba también la ductibilidad de su carácter y el temple de su alma y da un mentis a los calificativos de despótico, altanero, cruel y otros más duros con que lo han tildado sus impugnadores, algunos cronistas y aún uno de los biógrafos que más a contribuido a su fama y a su gloria. Un individuo altivo, por mal instinto, no insiste en convencer a otro de su error con nuevas razones y argumentos, como lo hiciera Magallanes para vencer la resistencia que los castellanos oponían a sus proyectos; una persona de natural altanero, y no por dignidad, no habrá tolerado que se le confunda con el común de los ilusos y locos proyectistas, ni el menosprecio de los oficiales de la Casa de la Contratación de Sevilla; un individuo de carácter despótico y por ende díscolo, obra impulsivamente como Faliero, echándolo todo por el desvío de su intransigencia y mal humor. Magallanes fue efectivamente altivo, como lo es todo hombre digno ante la insolente altanería; intransigente, duro, severísimo con el rebelde que obra por mal instinto o por torpeza de su ignorancia; pero también era compasivo con el humilde, piadoso con el desgraciado. Ved, si no, su noble acción ante los naúfragos de Padua; un oficial altanero trata de salvarse primero que todos; un oficial de carácter despótico, no hace el sacrificio de su comodidad, menos el de su vida, como en este caso, por salvar a sus semejantes; ni diría a sus compañeros: "embarquen los hidalgos y capitanes, que yo me quedo con los marineros".
El mismo historiador portugués Joao de Barros, que no hace un misterio de su ojeriza a Magallanes le reconoce esta acción altamente generosa y que salvó la vida de aquellos desgraciados.
Sin nada de las preocupaciones de su siglo en que ciertos prejuicios teológicos tiranizaban los mejores cerebros; en que la redondez de la tierra, la existencia de las antípodas y la habitabilidad de las demás regiones del globo eran condenadas como teorías perniciosas y absolutamente opuestas a la tradición religiosa; sin nada de visionario ni de sobrenatural, guiado por la sana razón de su cerebro, por los conocimientos que adquiriera en sus numerosos viajes por las Indias verdaderas, por os estudios de la Geografía y ciencias náuticas a que se dedicara con ahínco y por el trato de cosmógrafos de verdadero mérito; combinado fríamente cálculos científicos llega a la convicción de que navegando hacia Occidente, dada la esfericidad del globo, podría alcanzar, sin lugar a dudas, a las regiones de Oriente; que por sus observaciones geográficas tenía la convicción de que el América como el Africa, como el Indostán y la Malaca, tenía que ser necesariamente conformación piramidal cuyo vértice o punta debía morir al Sur; qué allí debía estar con toda certidumbre el paso, el canal o el estrecho que debía acortar enormemente el viaje a tierras de Occidente. Como corolario de sus anteriores deducciones científicas, pudo también observar en sus viajes que las especies más apreciadas en Europa no eran precisamente originarias de las Indias, sino de los archipiélagos situados mucho más al oriente, de las islas Molucas, que en aquel entonces adquirieron fabulosa fama de riqueza. De sus mismos estudios y de los informes y cartas de su amigo Francisco Serrao, llega luego Magallanes a la conclusión de las Molucas, por su gran distancia de las Indias, a más de 600 leguas de Malaca, quedaba fuera del hemisferio que según la bula de partición de Alejandro VI correspondía al Portugal.
Ahora bien; algunos historiadores y biógrafos han expresado que aquella grandiosa empresa como la de Colón, fue de origen exclusivamente mercantil. Y así, con una injusticia que sólo disculpa la espontaneidad de su lirismo y costumbre de hacer frases de efecto. Michelet, dice: "La empresa en su idea primitiva fue la inspiración primera del viaje más heroico que jamás se haya hecho en el planeta"… Si Magallanes no hubiera presentado su proyecto con la conciencia científica de demostrar que las Molucas, las islas de las Especerías, quedaban dentro de la jurisdicción de España ¿habría conseguido que alguien lo oyera en Castilla?. Y luego, sin demostrar que ese viaje podía hacerse por el "Paso del Sur" que él iba a descubrir, y siguiendo por una ruta distinta que los portugueses y mucho más corta para alcanzar a esas islas ¿habría sido recibido siquiera por Carlos V?. La rebaja del precio de la pimienta pudo haber sido tomada muy en cuenta, no hay duda, por el Consejo de las Indias, por el Consejo de la Corona de España, como medida económica, no por Magallanes que jamás demostró ser un traficante ni siquiera poseer espíritu mercantil.
Cansado de pelear en el Africa y en la India vuelve a su patria a reponerse de las fatigas y cicatrización de sus heridas, y más por honor que por el valor material que significa, pide un miserable aumento de pensión; pero rechazada una vez su solicitud por el monarca, a la segunda se le contesta con una negativa tan terminante e irrevocable, como imperiosa y humillante.
¿Qué cargos pueden hacerse entonces, a ese hombre a quien su patria en premio de sus sacrificios y de exponer por ella la vida en los combates para aumentar sus dominios y riquezas, corresponde con la más negra ingratitud y el menosprecio de sus servicios? ¿Qué puede decirse de ese hombre que ofendido y humillado en su honor como soldado, y herido en lo más vivo del alma como hidalgo, no esperando ya nada de su rey ni de su patria, renuncia caballerosamente de ésta y va a prestar su inteligencia de marino, su capacidad militar, su brújula y su espada a otra nación más generosa?
No hay, pues, en la ojeriza de algunos historiadores portugueses hacia Magallanes nada de justo, humano ni generoso. a pesar del menosprecio que le hiciera su patria, Magallanes no pensó jamás en traicionarla ni perjudicarla en lo menor. Ofreció a Carlos V las Molucas, porque según sus cálculos científicos las creía honradamente dentro de los límites que la partición pontificia de 1494 había adjudicado a España; y más tarde la célebre conferencia de Badajos en abril y mayo de 1524 vino a dar a Magallanes plenamente la razón. Esos historiadores y cronistas y entre los que también figura un muy ilustrado poeta que no han perdonado a Magallanes el haberse puesto bajo el servicio de España, debieron descargar toda su indignación, todo su encono, contra aquel rey y su consejo, que no sólo no supieron aprovechar sino que despreciaron los servicios de aquel gran navegante; y que después, para hacerlo volver o hacerlo desistir de su proyectada empresa, que creían sumamente perjudicial al Portugal, emplearon todos los recursos imaginables: persuaciones, halagos, promesas, honores, riquezas; y por último, si su firmeza y terquedad no eran rendidas, llegó a arbitrarse el medio más eficaz, más seguros en aquellos tiempos: su eliminación por el puñal.


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