sábado, 24 de julio de 2004

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Junius Bird en la Patagonia

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Junius Bird, año 1927, a bordo, en uno de sus viajes al Ártico.

El miércoles 7 de abril dejó de existir en la ciudad de Nueva York, a la avanzada edad de 83 años, el arqueólogo Junius Bird, ex Curador del Museo Nacional de Historia Natural, el más importante de América. Fue en vida uno de los más destacados investigadores del origen del hombre americano, superando a Paul Rivet en el hecho de que todas sus investigaciones se realizaron en el terreno mismo, desde el estrecho de Behring hasta el archipiélago de Wollaston. Convencido de la teoría de Hrdlika, de que el hombre pasó del Asia a este continente y de que tras larguísimo peregrinaje llegó finalmente a las tierras australes, vino varias veces a la Patagonia, a contar del año 1932.
Tuvimos el privilegio de conocer a Junius Bird y a su digna esposa, compañera de sus innumerables viajes y de cultivar su amistad, en el hogar de los esposos Fell Mac Kay y en el campamento de Brazo Norte, a orillas del río Chico.
Una tarde estival de 1970, anotamos nuestras impresiones:
-Junius Bird observa el perfil de la caverna de Fell, donde sus ojos expertos advierten la historia de los poblamientos humanos de la Patagonia austral, como si estuviese leyendo un libro. Luego señala hacia el suelo, donde en un pequeño montículo se advierte una mancha negra, que parece de carbón molido y dice, como quien habla de ayer:
-Estos son los restos de una fogata de los más antiguos pobladores de la cueva. El carbono 14 dio 11 mil años de antigüedad. Esta capa corresponde al suelo primitivo. Así estaba en un comienzo, cuando el hombre llegó a este valle, nueve mil años antes de Jesucristo.
Es maravilloso. La arqueología prehistórica, que apasionaba a Bird, ciencia en la cual era doctorado, permite conocer acontecimientos muy pretéritos, anteriores a la invención de la escritura, hechos que no se habrían sabido nunca si no fuese por las excavaciones y esa ciencia, que cada día se cultiva con nuevos métodos. El carbono 14 permite establecer con bastante exactitud la antigüedad, que en la caverna Fell corresponde a una época semejante a la del Milodón.
Cuando Junius Bird estuvo en Magallanes en 1934 tenía 35 años menos y le sobraban energías para recorrer la región austral, desde Chiloé hasta el Canal Beagle en un bote abierto, y luego la pampa en un Ford T., explorando las zonas donde reinaron los Tehuelches. Excavó en la caverna Fell y encontró restos del perezoso llamado comunmente milodonte; huesos de un caballo salvaje primitivo, desaparecido hace muchos años, y otras manifestaciones de vida animal que ya no existen.
Determinó en la caverna, a través de la estratigrafía del terreno, los rastros de cinco poblamientos bien determinados. Por las puntas de proyectiles encontradas en cada una de ellos, fue posible suponer el género de vida que llevaban estos hombres, generalmente cazadores, pero a veces recolectores. En cada época varían las formas y tamaños de los proyectiles. Los más antiguos más grandes. Los más modernos pequeñísimos, que demostraban el uso exclusivo de la flecha. Hubo una época en que sólo se empleaba material de hueso, y tiempos en que el hueso y la piedra se trabajaban a la par.
El trabajo del arqueólogo no es simple y tiene otras sorpresas, que entrega después el laboratorio. Dentro de las muestras tomadas del terreno, se obtienen los pólenes fósiles, que permiten saber a ciencia cierta la clase de vegetación que había en el lugar en determinada época, hecho que tiene relación con el clima. Si bien estos pólenes no se hallan en los interiores de la caverna(que pueden transportarlo el viento), es fácil hallarlos en las entradas y en los alrededores.
Junius Bird y su equipo trabajaron en rebajar una parte vertical de la caverna, para sacar muestras de las cinco capas, especialmente de restos de antiguas fogatas, que constituyen el material más apreciado y más útil para los análisis del C 14, con el fin de determinar a qué edad correspondió cada poblamiento. Y se llevaron muestras de cada capa, para saber exactamente a qué tiempo correspondió cada uno de los poblamientos del hombre en la Patagonia.
El arqueólogo Junius Bird, ex Curador del Museo de Historia Natural de Nueva York, era alto y fuerte, rubicundo, de abundante cabellera poblada de canas. Un par de anteojos de bordes metálicos, cubrían sus ojos azules. En su rostro había siempre una sonrisa amable. En el campo vestía un overall, bastante entierrado, llevaba gorra de paño con la visera hacia un lado. Con la espátula en la mano, daba la apariencia de ser uno de los viejos albañiles yugoslavos que vivieron en Punta Arenas en vez de un sabio doctor en arqueología.
Tras su modesta apariencia, cuánto sabía este notable científico, que caminó más de cincuenta años, tras la ruta de los hombres sin historia. Estuvo cuatro o cinco veces en la Patagonia y la Tierra del Fuego. Seis veces en el Polo Norte. Excavó en El Labrador, tras los rastros de los antiguos vikingos, que llegaron a América cinco siglos antes que Cristóbal Colón. Fue navegante en los canales del Sur, casi solitario, en compañía de su esposa durante largos meses, buscando la Caverna Infernal del Golfo de Penas, las huellas de los antiguos chonos, los conchales de los alacalufes y, finalmente, el contacto con los últimos yaganes de las islas al Sur del canal Beagle.
Ahora está muerto. La gratitud magallánica habrá de recordarlo algún día, en un merecido homenaje.

Osvaldo wegmann
La Prensa Austral, 29 de abril de 1982.






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