miércoles, 1 de septiembre de 2004

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Mario Garay Pereira: Tierra de Alacalufes

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Domingo Guayanaco cometió un error, y fue por causa de las palabras que escuchó decir al piloto Jensen: el hombre que quita su mujer a un indio merece que lo maten como a un perro. Domingo Guayanaco era un indio altivo y celoso; halló que el consejo declaraba su derecho...
En esta interesante selección de cuentos alacalufes escritos por Osvaldo Wegmann en los años de su juventud se advierte, reiterada, una profesión de fe en la dignidad del hombre, la convicción profunda del autor de que el hombre es hermano del hombre. Y es bueno que los escritores lo afirmen siempre, siempre.
El trazo vigoroso, simple y verdadero de la narración, que está en la naturaleza de los escritores magallánicos prueba el oficio de Wegmann, su vocación literaria insoslayable y que tan buen fruto ha dado. Al lector le parece ver, sentir a esos hombres briosos y sus empecinados cúteres; escuchar la queja del concón en la noche gélida. Don Vicente Arteaga era un hombre bueno y rudo golpeado por la vida. ¡Un magallánico, y qué!... Aquel barquito sucio y ruinoso, con tantos años de vida marinera y el casco roído por la bruma. Hombres y barcos hechos para pelear con los huracanes.
El cúter con víveres llega y, allí, recelosa, lo está esperando una canoa con su cargamento de pieles de nutria. Es sabida la historia de la acumulación primitiva por la vía del trueque. Así conoció y sufrió el indio al blanco codicioso; el aguardiente y la espiroqueta hicieron el resto.
En todos los relatos de esta selección Wegmann nombra a un convidado de piedra: la Fatalidad; esta circunstancia revela el instinto de escritor. Nada de concesiones. Así, por ejemplo, Juanito, el hijo de la Kepayo, pierde a su padre blanco cuando más lo necesita; y al indio Chorchi, hermano de Mac Call, le impiden llevar una mujer blanca a la ruca, blanca como el padre que lo engendró.
De paso, el autor describe brevemente las cantinas del puerto, donde los marineros pierden - como diría Borges - "la cuenta de amores y de trucadas hasta el alba"; y donde alguno pontifica: el hombre de los canales ha de saber manejar bien el remo y la escopeta. Son hombres ásperos y sentimentales, que blasfeman y lloran, hombres que no saben fingir.
El lector verdadero lo que le interesa en un libro es el testimonio de vida que el autor da con su creación, el reflejo de la realidad viva en su conciencia, sea de la manera que fuere, siempre con su estilo. En estos cuentos de Wegmann el lector percibe un apasionado mensaje de fraternidad, de amor y respeto hacia esos hombres, civilizados o salvajes - ¡Dónde está la diferencia! -, inexorablemente abatidos por la codicia, el infortunio... y la esperanza que en todas las latitudes, en las tempestades y los hielos, nunca dejará de florecer.
Wegmann estuvo acertado al reeditar esas narraciones escritas hace cuarenta años, "en su mocedad de navegante". Perduran, y esto prueba su valor literario. Hacen sentirse al lector tan cerca de su tierra, aunque al cabo de la última página suspire: "¡Queda lejos Punta Arenas!".

Ref: Osvaldo Wegmann H. TIERRA DE ALACALUFES (cuentos). Talleres Gráficos R: Marangunic. Punta Arenas, 1981, 200 pp.











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