En el año 1913 la Sociedad Explotadora Tierra del Fuego inició la construcción del Frigorífico Bories en Ultima Esperanza, industria que llegaría a ser una de las más importantes en el rubro de la ganadería patagónica y que comenzó su labor en 1914.
Hacia 1915 se iniciaba la contrucción de la línea férrea, como una forma más rápida y cómoda para transportas los trabajadores del frigorífico, que tenía que hacer un trayecto de 12 kilómetros de ida y vuelta, a caballo o a pie, desde el creciente y pujante pueblito de Puerto Natales, a veces en condiciones climáticas no muy agradables, sobre todo en la época invernal.
Así apareció el primer ferrocarril (si el nombre no le queda muy grande) en Ultima Esperanza, agregándose a otros de distintos kilometrajes existentes en la región, como el de la "Mina Loreto", legendario y recordado por los antiguos habitantes de Punta Arenas.
El tren de Puerto Bories no era precisamente lo que podríamos llamar, "un moderno expreso". Sus vagones eran sencillos y hasta rústicos. Pintados de grises, con techo rojo en forma casi cónica, tenían entrada por ambos extremos. Dentro poseía dos hileras de asientos de maderas a lo largo, una frente a la otra, y dos pequeños asientos igual de madera al lado de sus entradas. En lo alto de una de sus paredes había un tragaluz, a manera de respiradero, que los viajeros accionaban dependiendo de las condiciones climáticas o para atisbar el siempre hermoso e imponente seno de Ultima Esperanza, donde reposaban (y reposan) grandes cantidades de cisnes de cuello negro y otras aves.
Recuerdo haber realizado en este ferrocarril incontables viajes, en toda época del año, en mi ya lejana e inolvidable niñez. En los largos y crudos inviernos el tren avanzaba por un paisaje cubierto de nieve, no exento de sufrir alguna desgracia por el mucho hielo acumulado. En contrapartida, en los largos y bucólicos días de verano, se gozaba del panorama contemplando el hermoso paisaje de sus montañas, algunas con sus nieves eternas. ¡Qué atardeceres con el tren reptando jadeante por la línea, mientras el sol alumbraba el firmamento en una hermosa policromía!
Donde más aumentaba el número de sus trabajadores era en la época de la faena de la esquila. Los carros se llenaban de personas. Muchos se agarraban de los pasamanos de las puertas, con riesgos de accidentes, como algunas veces ocurrió. Recuerdo haber visto un pequeño monolito a la entrada del frigorífico, en evocación de una persona muerta en uno de estos accidentes (fue retirado del lugar en la década de los 60).
En el año 1959, cuando falleció el destacado dirigente sindical Ulises Gallardo Martínez, sus restos fueron llevados desde el frigorífico, donde fue su velatorio, hasta el tren donde uno de los carros transportó la urna hacia Puerto Natales. En los distintos vagones viajaba personal del establecimiento con sus familiares y en uno de ellos los alumnos de la pequeña escuela con su maestra en un largo mutis. Al alejarse del frigorífico la locomotora dejó escapar un largo y triste sonido de adiós.
Muchas veces con los niños de mi "pandilla" jugábamos entre sus carros silenciosos a "vaqueros e indios", cambiando líneas o empujando a los carros más pequeños, en los cuales apenas tomaban impulso en alguna pequeña bajada, nos embarcábamos. A veces tomaban mucha velocidad y nos asustábamos, pero no tanto como para desistir de volver a subir. Como resultado terminábamos llenos de magullones, pero gracias a Dios, nunca hubo un accidente mayor que lamentar.
El sonido del tren, desde muy niño, despertó en mí un temor que hasta hoy no entiendo muy bien. Quizás fuera porque una de las dos máquinas que tenía era enorme, negruzca, reluciente. Cuando tenía su caldera a "full - time", lanzaba un humo espeso, a veces blanco, a veces retinto, mientras cientos de chispas salían por su chimenea como un volcán en plena erupción. Su pitazo era fuerte, estridente, seco. Hoy adorna la plaza principal de Puerto Natales, lleno de colores que no le sientan muy bien; soñando eternamente con su gloria pasada.
A fines de la década de los 60 la Explotadora adquirió una máquina más moderna, más pequeña, color verde oliva, a petróleo marca "Diessel". Tenía una especie de "bocina", como la de un camión grande, y poseía instrumental moderno. A fines de esa década o principios del 70, el tren, por diversas causas, fue perdiendo vigencia y reemplazado por otros tipos de movilización, entre ellos una micro para el personal. Poco a poco se inició la decadencia del Frigorífico, que culminó cuando finalizó el accionar en la región de la otrora poderosa Sociedad Explotadora.
Hoy ya nada queda de aquello. Ha pasado mucho tiempo, pero siempre viene a mi memoria el tren de Puerto Bories y su ir y venir incansable… ese tren en que tantas veces fui pasajero. Su pitazo aún resuena en mis oídos y vuelvo a ser niño. No era un "Express", pero era el tren de Puerto Bories, mi tren…
Revista "Impactos" Nº 65, 4 de febrero de 1995.
Recopilación Jorge Díaz Bustamante.
Hacia 1915 se iniciaba la contrucción de la línea férrea, como una forma más rápida y cómoda para transportas los trabajadores del frigorífico, que tenía que hacer un trayecto de 12 kilómetros de ida y vuelta, a caballo o a pie, desde el creciente y pujante pueblito de Puerto Natales, a veces en condiciones climáticas no muy agradables, sobre todo en la época invernal.
Así apareció el primer ferrocarril (si el nombre no le queda muy grande) en Ultima Esperanza, agregándose a otros de distintos kilometrajes existentes en la región, como el de la "Mina Loreto", legendario y recordado por los antiguos habitantes de Punta Arenas.
El tren de Puerto Bories no era precisamente lo que podríamos llamar, "un moderno expreso". Sus vagones eran sencillos y hasta rústicos. Pintados de grises, con techo rojo en forma casi cónica, tenían entrada por ambos extremos. Dentro poseía dos hileras de asientos de maderas a lo largo, una frente a la otra, y dos pequeños asientos igual de madera al lado de sus entradas. En lo alto de una de sus paredes había un tragaluz, a manera de respiradero, que los viajeros accionaban dependiendo de las condiciones climáticas o para atisbar el siempre hermoso e imponente seno de Ultima Esperanza, donde reposaban (y reposan) grandes cantidades de cisnes de cuello negro y otras aves.
Recuerdo haber realizado en este ferrocarril incontables viajes, en toda época del año, en mi ya lejana e inolvidable niñez. En los largos y crudos inviernos el tren avanzaba por un paisaje cubierto de nieve, no exento de sufrir alguna desgracia por el mucho hielo acumulado. En contrapartida, en los largos y bucólicos días de verano, se gozaba del panorama contemplando el hermoso paisaje de sus montañas, algunas con sus nieves eternas. ¡Qué atardeceres con el tren reptando jadeante por la línea, mientras el sol alumbraba el firmamento en una hermosa policromía!
Donde más aumentaba el número de sus trabajadores era en la época de la faena de la esquila. Los carros se llenaban de personas. Muchos se agarraban de los pasamanos de las puertas, con riesgos de accidentes, como algunas veces ocurrió. Recuerdo haber visto un pequeño monolito a la entrada del frigorífico, en evocación de una persona muerta en uno de estos accidentes (fue retirado del lugar en la década de los 60).
En el año 1959, cuando falleció el destacado dirigente sindical Ulises Gallardo Martínez, sus restos fueron llevados desde el frigorífico, donde fue su velatorio, hasta el tren donde uno de los carros transportó la urna hacia Puerto Natales. En los distintos vagones viajaba personal del establecimiento con sus familiares y en uno de ellos los alumnos de la pequeña escuela con su maestra en un largo mutis. Al alejarse del frigorífico la locomotora dejó escapar un largo y triste sonido de adiós.
Muchas veces con los niños de mi "pandilla" jugábamos entre sus carros silenciosos a "vaqueros e indios", cambiando líneas o empujando a los carros más pequeños, en los cuales apenas tomaban impulso en alguna pequeña bajada, nos embarcábamos. A veces tomaban mucha velocidad y nos asustábamos, pero no tanto como para desistir de volver a subir. Como resultado terminábamos llenos de magullones, pero gracias a Dios, nunca hubo un accidente mayor que lamentar.
El sonido del tren, desde muy niño, despertó en mí un temor que hasta hoy no entiendo muy bien. Quizás fuera porque una de las dos máquinas que tenía era enorme, negruzca, reluciente. Cuando tenía su caldera a "full - time", lanzaba un humo espeso, a veces blanco, a veces retinto, mientras cientos de chispas salían por su chimenea como un volcán en plena erupción. Su pitazo era fuerte, estridente, seco. Hoy adorna la plaza principal de Puerto Natales, lleno de colores que no le sientan muy bien; soñando eternamente con su gloria pasada.
A fines de la década de los 60 la Explotadora adquirió una máquina más moderna, más pequeña, color verde oliva, a petróleo marca "Diessel". Tenía una especie de "bocina", como la de un camión grande, y poseía instrumental moderno. A fines de esa década o principios del 70, el tren, por diversas causas, fue perdiendo vigencia y reemplazado por otros tipos de movilización, entre ellos una micro para el personal. Poco a poco se inició la decadencia del Frigorífico, que culminó cuando finalizó el accionar en la región de la otrora poderosa Sociedad Explotadora.
Hoy ya nada queda de aquello. Ha pasado mucho tiempo, pero siempre viene a mi memoria el tren de Puerto Bories y su ir y venir incansable… ese tren en que tantas veces fui pasajero. Su pitazo aún resuena en mis oídos y vuelvo a ser niño. No era un "Express", pero era el tren de Puerto Bories, mi tren…
Revista "Impactos" Nº 65, 4 de febrero de 1995.
Recopilación Jorge Díaz Bustamante.
Comments
1 comments to "Alfredo Frangopulus: El tren de Puerto Bories"
17:59
Hermoso recuerdo de aquel maravilloso lugar, gracias, muchas gracias
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