Si buscamos en el rol de tripulación de la expedición de Hernando de Magallanes el nombre de Antonio Pigafetta, no lo vamos a encontrar. Ellos se debe a que todos los extranjeros, por comodidad idiomática, les fueron reemplazados sus apellidos por los nombres de los lugares geográficos de los cuales eran oriundos. Y por esta razón -baladí por cierto- pero muy precisa, quien iba a ser el mejor cronista de "la aventura más audaz de la Humanidad" figura en dicho rol como Antonio Lombardero, según la documentación publicada por el Revdo. P. Pablo Pastells, o como Antonio Lombardo, como lo identifican sus biógrafos. Es muy poco lo que se sabe de su nacimiento. Y nada, absolutamente nada, se sabe de sus últimos días: ni el lugar ni la fecha de su muerte. Nació en Vicenza, ciudad de Véneto (Italia) y desciende de familia patricia y pudiente. Lo certifica la propia casona solariega en donde llegó a la vida, según unos en el año 1485, y según otros, en 1491. En la hermosa fachada de estilo gótico, esta propiedad ostenta sobre el portón de entrada, premonitoriamente, la sentencia: "Il n'est rose sans epins"… Bajo la tutela de monseñor Francisco Chiericato, pronotario apostólico y predicador de Su Santidad León X, pasó su juventud en Roma. El medio social que rodea las actividades de tan eminente protector le permite asistir a las clases de la Universidad y convertirse en lo que se llamó un humanista. Llegó a dominar idiomas además de los dialectos veneciano y toscano que se hablaban formalmente en Lombardía. El tema obligado en la conversación de todos los círculos, entonces, eran los viajes marítimos que, unido al acopio de conocimientos geográficos iban, día a día, ensanchando el planeta. Son familiares los nombres de Marco Polo, Vasco de Gama, Cristóbal Colón y Américo Vespucio. ¡Pigafetta sueña! Anhela viajar; conocer por "sus propios ojos" esos mundos de misterios y llenos, para él, de sugerencias. Quiere ir a esas tierras de aventuras a donde se van a buscar las especias, los perfumes y la pedrería… Es importante consignar que el mundo de fines de siglo XV quedó dividido por el Tratado de Tordesillas y la famosa Bula de Alejandro VI aseguraba la pertenencia de Las Molucas para la corona de Castilla. Dos hechos circunstanciales forjan el destino del joven Lombardo. En 1518, Monseñor Chiericato fue nombrado Embajador de la Santa Sede ante la corte de Carlos I, de España, (pocos meses antes habría de convertirse en el magnífico Emperador Carlos V); incluido en el séquito, viaja, también a Zaragosa su gentil hombre de servicio. Cuando el Emperador traslada su corte a Barcelona, viaja a esa ciudad el Embajador de la Santa Sede, y a su vera, lo hace también, su ayudante. Una noticia recorre España: en Sevilla y bajo el mando del portugués Hernando de Magallanes, al servicio del Emperador, se organiza una expedición. El marino portugués ha prometido a Carlos V llegar al archipiélago de las especias navegando hacia el Poniente. Está corriendo el año 1519. Antonio Pigafetta juega dos cartas de triunfo para ganar un lugar en la historia: las influencias de Monseñor Chiericato y el beneplácito real. Dos recomendaciones le aseguran un puesto en la expedición: una carta para la Casa de Contratación de Sevilla y otra para el propio Hernando de Magallanes. Nada se escapará a la penetrante observación de Pigafetta. Sus apuntes resultarán cuadernos llenos de curiosidades. Irá anotando, día a día, todas las alternativas del viaje: describe las costas con el conocimiento de un geógrafo; explica cuánto entiende del manejo del astrolabio con la capacidad de un astrónomo, y muestra su vasta cultura elucubrando en etnografía, ciencias naturales y fantasías… A él le debemos las primeras descripciones de la Patagonia y de los aborígenes que la poblaron. Durante los casi tres años que duró la navegación no faltó un solo día a anotar su deber de anotar sus observaciones, a pesar de los sufrimientos y vicisitudes de tan largo viaje que, por primera vez circunnavegó el globo terráqueo a lo largo de dieciséis mil leguas de navegación. Gracias a su salud y su suerte, envidiables, conocemos los sufrimientos y privaciones que acosaron a los expedicionarios, los dramáticos incidentes, las tempestades, los naufragios, insurrecciones y represión, hambres, luchas, enfermedades y muerte… La nave "Santiago" se desarboló luego de descubrir la desembocadura del río Santa Cruz; la "San Antonio" desertó y regresó a España desde el estrecho mismo; la "Concepción" fue abandonada y quemada en la isla de Babon; la "Trinidad" quedó rezagada a la cuadra de Las Molucas y, sólo la "Victoria", haciendo honor a su nombre, pudo regresar a España, al mando de Sebastián de Elcano; arribando el día 6 septiembre de 1522. De los 265 tripulantes que zarparon con Hernando de Magallanes, retornaron a Sanlúcar apenas veintidós. Cual no sería la sorpresa de los desaprensivos sevillanos, cuando fueron testigos de la peregrinación que hicieran los sobrevivientes y que Pigafetta sabe relatar en tan pocas palabras tan llenas de dramatismo: "El lunes 8 de septiembre echamos el ancla cerca del muelle de Sevilla y descargamos toda nuestra artillería. El martes bajamos todos a tierra en camisa y a pie descalzo, con un cirio en la mano, para visitar la Iglesia de Nuestra Señora de la Victoria y la de Santa María la Antigua, como lo habíamos prometido hacer en los momentos de angustia.
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