Y d'ihay que nos juimos p'a la plaza nueva. Al O'Higgins ese, al Capitán General, lo castigamos, lo pusimos mirando p'al muro, las viejas se espantaron, al otro día se tomaban los pelos. ¡ Cómo podía ser tamaña falta de respeto con el busto del insigne héroe nacional!. ¡Esta juventud está absolutamente pervertida!, 'icían. Nosotros camuflados de verde entre los arbustos no podíamos ser vistos. A el Yayo, tuve que pellizcarle la nariz, pues le vino las ganas locas de reirse. ¡ Ahí que nos descubren!.
El Yayo se le ocurre cada cosa, en Chiloé quería hacerse pasar por el Trauco, bueno la estatura ya la tiene, y p'a que vamos andar con cosas, ¡ es harto feazo el diablo! El muy coqueto quería corretear a las carita de manzana. Son trabajadorazas, se levantan a las seis de la mañana, a dar de comer a sus gallinas, a picar la leña, a amasar el pan. ¡Y parece que quería matrimoniarse! Estaí más… le 'ije; vaigamosnos de acá más mejor. Un viraje de laucha y a desaparecer.
Y d'ihay que nos venimos p'al sur, al pueblo de Natales, con estos friazos de los mil demonios, nos venimos p'al invierno al revés de los pajarillos que se van p'al norte, tenemos la brújula cambiada, ¡suerte perra!
El Yayo que es más apendejado, se divirtió como cabrochico, se construyó un trineo con unos fierros viejos y se iba a deslizar por el cerro de la Santiago Bueras, a mi me invitó, pero yo me negué, bueno él es más joven, tiene tan solo 110 años. Yo que lo doblo en edad, ya me empiezan los dolores de huesos y esas cosas que nos atacan a los más viejos.
Nos juimos a vivir al árbol grande, ese verdecito que queda al costado de la calle Yungay, frente al café "Josmar". De allí salió el Gollo, venía turulato, con el buque a mediagua, cufifo. Como estaba nevado se pego medio ni qué resbalón y fue a caer justo debajo de nuestro árbol. Allí se quedó, tendido, como reflexionando sobre este mundo y el otro, porque el Gollo tiene una borrachera de carácter metafísico. Entonces, el Yayo no se aguantó y le dijo: ¿Cómo te baila, cumpipa?. El perejil se puso pálido como a punto de nieve, y tembloroso, no por el frío sino por el sustazo que se pegó. Seguidamente arrancó como alma lo lleva el demonio.
Y d'ihay que comenzó el rumor, hecharon a correr la bola, chismosearon que en la plaza nueva andaban penando. Los lenguaraces, hicieron la capital del pelambre, inventaban cada cosa que ni te digo; un cementerio Kawesqar, un acuchillado de los años cuarenta, uno que cayó por andar quemando, un entierro del pirata Low.
Detrás de los lenguazas, siempre vienen los videntes, que son otra plaga, esos andan viendo aparecidos, muertos vivos, auras, lucecitas de colores y de un cuantohay. ¡Y no me hablen de los ufologos! Esos si que se las traen, vinieron con telescopios, lentes infrarrojos, p'a sapear lo que pasaba en la noche, ¡mirenlos! Y los flashes que no cesaban de dispararse, tomando foto a todo lo que se moviera. El Yayo, que es un vivaceta, aprovechó para birlarles la merienda ¡subimos como tres kilos, esos días!, por lo demás, harto flaco que estaba el ganado.
De tanto mirar para el cielo a uno de ellos se le declaró una bizquera de la puta madre. Como ya tenía la vista agotada, el turnio, se dedicó a mirar lo que circulaba por la tierra. Ahí no más que le vino el flechazo, se las dio de versificador popular para halagar a las mozas.
Cayeron dos, que seguramente eran extraterrestres, pues tenian encuentros cercanos con cualquier tipo. Se fueron de zangoloteo a la disco top. Bueno, ellos estaban a la moda, le hacían a la robótica y a la tecnología laser. Estaban en su salsa, bailando con movimientos mecánicos e iluminados por una luz estroboscópica. Los tipos querían guerra, hacía dos semanas que se lo habían pasado contemplando el cielo y na'a ni ná, y ahora tenían a mano dos mozuelas que estaban de rechupete, que estaban p'al crimen. Cuando quisieron a pasar a mayores, a las locas se les dio por recordar que sus padres le habían dado permiso hasta las una de la mañana y ya eran entradas las cinco.
Las muñequicas, se miraron y angustiadas se preguntaban ¿qué haremos? Si nuestro padre es un ogro y nuestra madastra una bruja siniestra. Decidieron allí mismo contar el cuentico ese y de paso embarrarnos a nosotros la tranquilidad, el placer de contemplar las tardes otoñales, el ocio en la Patagonia y todas esas cosas a las que ya le habíamos tomado el gustito.
Y d'ihay de fantasmas de piratas o de cementerio kawesqar, pasamos a ser los duendes y nada menos que raptores de dos fámulas natalinas. Yo me gustaría que sintieran lo que uno pasa cuando se le acusa de algo que no corresponde. Es muy triste, para colmo de males hasta lo sacaron por la radio.
Allí no más, los natalinos perdieron los kilates, no sé si es el aire puro o los vientos helados de los hielos patagónicos, que les arremolina el cerebro, pero los torna exagerados, melodramáticos, ciertamente patéticos. De pronto la plaza nueva, se convirtió en una plaza de orates. Llegaba cada uno que ya lo quisieran haber visto. Algunos pililientos aparecían con unas linternitas que apenas alumbraban sus narices, otros traían focos buscahuellas, esos eran los más pudientes.
Empezaron a revisar los árboles, a buscar entre los matorrales, detrás del muro donde estaba el O'Higgins. Nosotros los mirábamos desde la vereda del frente, pero los tipos no se dejaban de fregar la pita, tozudos, con una porfiadez equina. Las viejas andaban todas con el culo al aire metidas debajo de los árboles buscando no se qué.
El Yayo que es un travieso inveterado se le ocurrió ir a pellizcar los traseros más voluminosos y se armó una confusión de padre y señor mío. En la noche en medio de los haces de luces de linternas de todos los tamaños, de la música estridente que salía de los vehículos, se podían oír perfectamente un alarido de terror y luego una sonora cachetada.
Con el barullo que se armó llegó la policía e hicieron una redada, en cinco segundos estaban todos detenidos, manos en alto, marchando en fila india. El sargento estaba muy contento, hacía mucho tiempo que deseaba decir: "circular, circular". Un carabinero se internó en nuestro refugio y sorprendió a el yayo. Lo tomó de la mano y lo sacó de allí, cuando llegaron delante de todos, el Yayo se esfumó. La gente miraba y no podía creer lo que estaban presenciando. El duende se fue desvaneciendo lentamente en el aire, como si fuera el eco de sus propias voces asombradas.
El Yayo se le ocurre cada cosa, en Chiloé quería hacerse pasar por el Trauco, bueno la estatura ya la tiene, y p'a que vamos andar con cosas, ¡ es harto feazo el diablo! El muy coqueto quería corretear a las carita de manzana. Son trabajadorazas, se levantan a las seis de la mañana, a dar de comer a sus gallinas, a picar la leña, a amasar el pan. ¡Y parece que quería matrimoniarse! Estaí más… le 'ije; vaigamosnos de acá más mejor. Un viraje de laucha y a desaparecer.
Y d'ihay que nos venimos p'al sur, al pueblo de Natales, con estos friazos de los mil demonios, nos venimos p'al invierno al revés de los pajarillos que se van p'al norte, tenemos la brújula cambiada, ¡suerte perra!
El Yayo que es más apendejado, se divirtió como cabrochico, se construyó un trineo con unos fierros viejos y se iba a deslizar por el cerro de la Santiago Bueras, a mi me invitó, pero yo me negué, bueno él es más joven, tiene tan solo 110 años. Yo que lo doblo en edad, ya me empiezan los dolores de huesos y esas cosas que nos atacan a los más viejos.
Nos juimos a vivir al árbol grande, ese verdecito que queda al costado de la calle Yungay, frente al café "Josmar". De allí salió el Gollo, venía turulato, con el buque a mediagua, cufifo. Como estaba nevado se pego medio ni qué resbalón y fue a caer justo debajo de nuestro árbol. Allí se quedó, tendido, como reflexionando sobre este mundo y el otro, porque el Gollo tiene una borrachera de carácter metafísico. Entonces, el Yayo no se aguantó y le dijo: ¿Cómo te baila, cumpipa?. El perejil se puso pálido como a punto de nieve, y tembloroso, no por el frío sino por el sustazo que se pegó. Seguidamente arrancó como alma lo lleva el demonio.
Y d'ihay que comenzó el rumor, hecharon a correr la bola, chismosearon que en la plaza nueva andaban penando. Los lenguaraces, hicieron la capital del pelambre, inventaban cada cosa que ni te digo; un cementerio Kawesqar, un acuchillado de los años cuarenta, uno que cayó por andar quemando, un entierro del pirata Low.
Detrás de los lenguazas, siempre vienen los videntes, que son otra plaga, esos andan viendo aparecidos, muertos vivos, auras, lucecitas de colores y de un cuantohay. ¡Y no me hablen de los ufologos! Esos si que se las traen, vinieron con telescopios, lentes infrarrojos, p'a sapear lo que pasaba en la noche, ¡mirenlos! Y los flashes que no cesaban de dispararse, tomando foto a todo lo que se moviera. El Yayo, que es un vivaceta, aprovechó para birlarles la merienda ¡subimos como tres kilos, esos días!, por lo demás, harto flaco que estaba el ganado.
De tanto mirar para el cielo a uno de ellos se le declaró una bizquera de la puta madre. Como ya tenía la vista agotada, el turnio, se dedicó a mirar lo que circulaba por la tierra. Ahí no más que le vino el flechazo, se las dio de versificador popular para halagar a las mozas.
Cayeron dos, que seguramente eran extraterrestres, pues tenian encuentros cercanos con cualquier tipo. Se fueron de zangoloteo a la disco top. Bueno, ellos estaban a la moda, le hacían a la robótica y a la tecnología laser. Estaban en su salsa, bailando con movimientos mecánicos e iluminados por una luz estroboscópica. Los tipos querían guerra, hacía dos semanas que se lo habían pasado contemplando el cielo y na'a ni ná, y ahora tenían a mano dos mozuelas que estaban de rechupete, que estaban p'al crimen. Cuando quisieron a pasar a mayores, a las locas se les dio por recordar que sus padres le habían dado permiso hasta las una de la mañana y ya eran entradas las cinco.
Las muñequicas, se miraron y angustiadas se preguntaban ¿qué haremos? Si nuestro padre es un ogro y nuestra madastra una bruja siniestra. Decidieron allí mismo contar el cuentico ese y de paso embarrarnos a nosotros la tranquilidad, el placer de contemplar las tardes otoñales, el ocio en la Patagonia y todas esas cosas a las que ya le habíamos tomado el gustito.
Y d'ihay de fantasmas de piratas o de cementerio kawesqar, pasamos a ser los duendes y nada menos que raptores de dos fámulas natalinas. Yo me gustaría que sintieran lo que uno pasa cuando se le acusa de algo que no corresponde. Es muy triste, para colmo de males hasta lo sacaron por la radio.
Allí no más, los natalinos perdieron los kilates, no sé si es el aire puro o los vientos helados de los hielos patagónicos, que les arremolina el cerebro, pero los torna exagerados, melodramáticos, ciertamente patéticos. De pronto la plaza nueva, se convirtió en una plaza de orates. Llegaba cada uno que ya lo quisieran haber visto. Algunos pililientos aparecían con unas linternitas que apenas alumbraban sus narices, otros traían focos buscahuellas, esos eran los más pudientes.
Empezaron a revisar los árboles, a buscar entre los matorrales, detrás del muro donde estaba el O'Higgins. Nosotros los mirábamos desde la vereda del frente, pero los tipos no se dejaban de fregar la pita, tozudos, con una porfiadez equina. Las viejas andaban todas con el culo al aire metidas debajo de los árboles buscando no se qué.
El Yayo que es un travieso inveterado se le ocurrió ir a pellizcar los traseros más voluminosos y se armó una confusión de padre y señor mío. En la noche en medio de los haces de luces de linternas de todos los tamaños, de la música estridente que salía de los vehículos, se podían oír perfectamente un alarido de terror y luego una sonora cachetada.
Con el barullo que se armó llegó la policía e hicieron una redada, en cinco segundos estaban todos detenidos, manos en alto, marchando en fila india. El sargento estaba muy contento, hacía mucho tiempo que deseaba decir: "circular, circular". Un carabinero se internó en nuestro refugio y sorprendió a el yayo. Lo tomó de la mano y lo sacó de allí, cuando llegaron delante de todos, el Yayo se esfumó. La gente miraba y no podía creer lo que estaban presenciando. El duende se fue desvaneciendo lentamente en el aire, como si fuera el eco de sus propias voces asombradas.
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