viernes, 4 de enero de 2008

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Que se vaya sin sal

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Avelina Zamorano Lagos era la esposa del enterrador. Del dueño de los féretros. Tenía por costumbre en los velorios, poner en un balde con agua, una cucharada de sal y matas de ortiga debajo del ataúd. Una antigua costumbre natalina, dicen que servía para que el cuerpo del difunto no causara un estropicio mayor durante el velatorio. Otros dicen que era para que se espantara toda mala vibra. Un día muere un vecino, Juan Fernández Veas, amigo del director del hospital de Natales. Avelina diligente comenzó su tarea automáticamente. El doctor Augusto Essmann Burgos que estaba presente, se acercó y le dijo: "Doña Avelina; a éste no me lo sale".

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