martes, 22 de septiembre de 2015

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Los atorrantes

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Por Pepito El Breve
Un 21 de septiembre de 1843 junto con la llegada de la primavera un grupo de inmigrantes chilotes desembarcó de la Goleta Ancud y tomó posesión para Chile del Estrecho de Magallanes.

De un tiempo a esta parte Puerto Natales, ubicado al noreste de la Región de Magallanes, paulatinamente se está convirtiendo en una ciudad cosmopolita. En temporada turística, de septiembre a abril, es común en las calles y plazas que la fonética hebrea se confunda con la francófona, anglófona y coreana pero ausente están, por extintas, los rítmicos sonidos de las lenguas originarias de los canoeros australes.

Puerto Natales, al igual que toda la región, fue levantado por inmigrantes, en especial chilotes, quienes en busca de un futuro mejor abandonaron el archipiélago y la isla grande para llegar a desoladas tierras a trabajar en faenas de campo en las estancias de la Patagonia chileno argentina, o como jornaleros, carpinteros, pintores, albañiles o de mineros en el yacimiento carbonífero de Rio Turbio. Es que la Patagonia, hasta Comodoro Rivadavia por el norte, fue poblada por las espaldas mojadas chilotas, así como sus primos lejanos de Guanajuato son mayoría en California, quizás por eso en Natales proliferaron tanto las cantinas e, históricamente, el programa radial más escuchado sea: “Así se canta en México”.

Pero desde hace unos cinco años una nueva oleada de inmigrantes morenos está cambiando el paisaje humano natalino, es la nueva fuerza laboral que trabaja en el comercio, turismo o industrias pesqueras.

John Jairo es uno de ellos, oriundo de Buenaventura llegó hasta Natales arrancando de la violencia en Colombia sin más aspiraciones que tener un techo, un plato de comida y tranquilidad, huía de la violencia pandillera y evitar caer en las Casas de Picado, esos lugares de descuartizamiento humano de su tierra natal.

Cuenta que primero estuvo en México, pero el remedio fue peor que la enfermedad, allí dominaban los Capuchas Negras que, al igual que en Colombia, gustaban trozar cristianos.

Hasta que un coterráneo que trabaja en Natales lo instó a venirse al fin del mundo. Llegó al Aeropuerto Presidente Ibáñez, debía tomar un bus para Natales pero se equivocó y subió al que iba a Punta Arenas. El primer contacto más fluido con un magallánico fue con un chofer de taxi que por llevarlo al hostal, distante cinco cuadras del terminal de bus, le cobró tres mil pesos; como John no conocía el peso chileno le pasó la billetera para que él mismo se pagara, el conductor ni tonto, ni perezoso se cobró con un billete de veinte mil y otro de diez mil pesos por la carrera.

Ya instalado en el hostal llamó al amigo que lo había convencido de venirse y quedaron de juntarse en las puertas de la catedral frente a la plaza, cuando llegó allí, como no lo divisaba, lo volvió a llamar por celular, ambos lo encontraron raro puesto que estaban en el lugar acordado así que decidieron levantar las manos al mismo tiempo para ubicarse, repitiendo la acción una y otra vez, sería en vano porque uno estaba en la catedral de Natales y el otro en la de Punta Arenas distante 254 kilómetros.

John Jairo suele contar sus desgracias con esa innata alegría caribeña, porque pese al clima se siente bien en Natales, aunque reconoce, eso sí, que algunos natalinos son un “tantico” discriminadores, como un jefe que tuvo que lo hacía trabajar de sol a sol, fuera de no pagarle, darle de comer nada más que dos panes y un vaso de yupi, lo maltrataba y andaba trayendo a patadas: “Colombiano atorrante de mierda, narcotraficante, flojo, vuelve a tu país, le estás quitando el trabajo a un chileno”, le gritaba, hasta llevó a un natalino para que se entretuviera pegándole al pobre colombiano, lo cual no sería nada extraño a veces actuamos como salvajes.

Pero el caribeño fue astuto y grabó en su celular los insultos de su patrón, lo denunció en la Inspección del Trabajo, al final por cuatro meses de trabajo recibió 140 mil pesos. Puede que su historia no sea la única considerando que Natales tiene la tasa más alta de inmigrantes de la región.

Bienvenido Barrientos Cárcamo maneja un taxi que adquirió luego de jubilarse como trabajador en Río Turbio, reconoce tener una mejor pensión que sus compañeros que se jubilaron en Chile lo cual agradece pero, para ello, se rompió el lomo trabajando al otro lado del alambre.

Comenta que lo peor de sus años en Argentina fue soportar el menoscabo ya que si llegaba a caerle mal a un gendarme en la frontera o a un jefe en la faena, lo andaban trayendo a patadas y, por cualquier cosa, lo “chiloteaban” expresiones como: “Chilote atorrante de mierda, borracho, flojo, volvé a tu país, le estás quitando el laburo a un argentino”, estaban a la orden del día porque los chilotes en el vecino país eran sólo fuerza bruta, al igual los cabecitas negras o bolitas, la despectiva manera con que los rioplatenses suelen refieren a los inmigrantes bolivianos o descendientes de los mismos.

Pero hubo un chilote que tuvo la astucia de pasearse por los pasillos de la Casa Rosada de la mano de su amigo del alma Néstor Kirchner, amasando fortuna y poder, es Rudy Ulloa, personaje del círculo de hierro del fallecido presidente, todavía hoy, cuando se menciona su nombre, hay quienes lo chilotean.

El reciente terremoto en Chile hizo que se moviera el piso hasta en Buenos Aires, el diario Clarín destacó la templanza del periodista chileno Ramón Ulloa para transmitir inmutable el instante mismo del sismo, el apellido a varios les debe haber recordado a Rudy, aunque no creo que sepan que también es chilote, les quedó claro que el tipo es valiente.

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