Los corsarios fueron propietarios privados de barcos que obtuvieron autorización por el estado para armarlos y utilizarlos para el ataque El término inglés equivalente a corsario es "privateers", lo que, en cierta manera, circunscribe el accionar de estos "piratas", si así también puede llamárseles; aunque, debiendo reconocer que a los corsarios les amparaba un cierto beneficio oficial. Francis Drake fue el arquetipo, el más célebre. Su inteligencia y su audacia, lo distingue. Se asevera que, en un cierto sentido, fue el fundador de la "Royal Navy". A sus valerosas correrías contra las naves españolas, acrecentó su fama por haber circunnavegado la tierra (1577-80) al mando del "Golden Hind", primitivamente "Pelikan". Financiaron su empresa ricos e influyentes hombres de la corte inglesa y mercaderes importantes. Declaraba sin ambages que su manera corsaria estaba autorizada por la reina Isabel. Eso nunca lo probó ni mostró jamás su patente de "corso"; más, la Reina nunca los desmintió. Al contrario, la soberana lo elevó a la nobleza con la categoría de "Sir" y lo nominó oficial regular de la marina inglesa. Drake, cuando Inglaterra se hallaba en paz con España, saqueó y hundió a numerosos barcos españoles en el Pacífico, proporcionando a sus promotores ganancias que alcanzaron a un 400 %.
Los filibusteros y contrabandistas
España, intransable, persistió en su empeño de reservarse el monopolio del comercio con sus colonias americanas. Pero, para hacer efectivo este propósito no contaba con el dominio efectivo este dominio marítimo tan necesario para defender un litoral tan dilatado. Nació así una industria muy productiva: el contrabando. Un numerosos grupo de audaces navegantes con inusitada astucia y temeridad, se dedicó de lleno al comercio ilícito. A estos "corsarios o piratas menores" se les denominó "filibusteros", palabra arrancada del vocablo inglés "free - booter" cuyo significado es "traficante" o "merodeador". Al igual que los corsarios, estos filibusteros encontraron en las solitarias aguas de la Patagonia, tranquilos y seguros lugares de recalada, con abastecimientos de agua y apercibimientos.
Internacionalismo
Estos navegantes avezados, sin escrúpulos, audaces y diestros, no sólo eran ingleses y franceses. Sin embargo, estas rivalidades desaparecían ante el odio que los unía contra España. La lucha contra estos filibusteros, cuidando la soberanía hispana en ultramar y su monopolio comercial fue preocupación constante de los gobiernos de La Plata, Capitanía General de Chile y el Virreynato en Lima.
Ruta de sangre
En 1599 zarpó desde Holanda la expedición comandada por Oliverio Van Noort, cuyo paso por el estrecho se caracterizó por el empleo de su violencia innecesaria. Atacó a los naturales ocasionando numerosas víctimas y, según By, organizó y realizó una cruenta matanza de pingüinos. Las depredaciones que llevaron a cabo impunemente los piratas holandeses culminaron en Valparaíso, rada en la que se apoderaron de tres naves que incendiaron luego de saquearlas y de degollar a treinta de sus tripulantes. El espíritu sanguinario de Van Noort quedó ratificado con el crimen cometido con el piloto Juan de Sandoval, al que arrojó a los tiburones en agradecimiento por los agradecimiento por los los servicios de navegación que éste le prestó rumbo al norte. Durante ese viaje, el filibustero hundió cinco naves, acción que dañó el comercio entre Chile y Perú.
Llegó "Charqui" a Coquimbo
De los contrabandistas ingleses justo es nombrar a Bartolomé Sharp, John Cook, Edward Davis, John Strong, John Clipperton y George Shelvovock. A decir la verdad, la acción filibustera de estos contrabandistas fue ejecutada fuera de los límites patagónicos propiamente tales, pero usaron estos mares para llegar a sus objetivos. Ese es el caso de Bartolomé Sharp que roló por estos mares australes entre 1680 y 1681. Bartolomé Sharp acosó los puertos del litoral chileno, principalmente el de Coquimbo. En este puerto nortino fue tal el pillaje y daños cometidos que hasta ahora se recuerdan las visitas del odioso filibustero: cuando se quiere señalas la prepotencia e inmoralidad de alguien, se dice "llegó charqui a Coquimbo", alterando Sharp por "charqui".
Woodes Rogers y Robinson Crusoe
Woodes Rogers merodeó por todas las costas de la América meridional entre 1705 hasta 1707. De regreso por el pacífico recaló en la bahía Juan Fernández, isla ubicada frente a Valparaíso. Y aquí comienza una curiosa historia que novelada por Daniel Defoe habría de concitar el interés de numerosas generaciones, ya que, traducida a casi todos los idiomas, sigue siendo, hoy, un "best seller" universal: "Robinson Crusoe". Cubierto con pieles de cabra y escondida su cara entre la barba y el cabello largos, encontraron a un ser humano solitario y salvaje aparentemente. Era el marinero escocés Alejandro Selkirk, que en castigo había sido abandonado allí por el pirata Stradling, hacía ya cinco años.
Tormenta decide una batalla
España e Inglaterra se hallaban en guerra. Corría el año 1740. El Almirantazgo decidió atacar a España en sus dominios de ultramar dañando el comercio hispano en sus propias colonias americanas. Para cumplir tal objetivo preparó una escuadra de cinco naves apertrechadas con doscientos treinta y seis cañones y tripulada por dos mil combatientes avezados. Al mando de dicha flota designó a George Anson, marino con sobrada experiencia y severa capacidad de mando. Las instrucciones determinaban una decisión de triunfo o la muerte. Ello lo rubrica el historiador magallánico Armando Braun Menéndez, acotando un detalle singular: "Como prueba de la índole de la lucha a muerte que se vaticinaba, mencionaremos el hecho que el interior de las cubiertas de estas naves de guerra se hallaba pintado de rojo, para que en el combate fueran menos visibles, y por consiguiente menos impresionantes las salpicaduras de sangre". El sigiloso y ágil y espionaje de Felipe V informó de estos aprestos al Rey de España, quién ordenó equipar una escuadra capaz de derrotar a los ingleses. Así fueron fuertemente armados cinco naves con trescientos ocho cañones y tres mil veteranos en guerra naval, al mando de José Alfonso Pizarro. No obstante haber zarpado ambas fuerzas navales desde sus respectivos puertos, con pocos días de diferencia y por más que se buscaron, no lograron encontrarse en el "Gran Charco". Ambas escuadras cruzaron simultáneamente por el estrecho de Lemaire y casi juntas por el Cabo de Hornos… y aquí ocurrió lo imprevisto. El mar hirvió y el viento huracanado dispersó las dos cuadras. De la escuadra española no logró salvarse nave alguna. Su comandante, el teniente general Marina José Alfonso Pizarro y algunos pocos sobrevivientes, después de soportar múltiples peripecias, debieron seguir por tierra a territorio chileno más benigno. De la flota inglesa, dos regresaron a Río de Janeiro, dos naufragaron y la "Centurión", nave almirante, penosamente logró singlar hasta Juan Fernández.
Revista Impactos. Año 2. N° 16 Punta Arenas, 5 de enero de 1991
Los filibusteros y contrabandistas
España, intransable, persistió en su empeño de reservarse el monopolio del comercio con sus colonias americanas. Pero, para hacer efectivo este propósito no contaba con el dominio efectivo este dominio marítimo tan necesario para defender un litoral tan dilatado. Nació así una industria muy productiva: el contrabando. Un numerosos grupo de audaces navegantes con inusitada astucia y temeridad, se dedicó de lleno al comercio ilícito. A estos "corsarios o piratas menores" se les denominó "filibusteros", palabra arrancada del vocablo inglés "free - booter" cuyo significado es "traficante" o "merodeador". Al igual que los corsarios, estos filibusteros encontraron en las solitarias aguas de la Patagonia, tranquilos y seguros lugares de recalada, con abastecimientos de agua y apercibimientos.
Internacionalismo
Estos navegantes avezados, sin escrúpulos, audaces y diestros, no sólo eran ingleses y franceses. Sin embargo, estas rivalidades desaparecían ante el odio que los unía contra España. La lucha contra estos filibusteros, cuidando la soberanía hispana en ultramar y su monopolio comercial fue preocupación constante de los gobiernos de La Plata, Capitanía General de Chile y el Virreynato en Lima.
Ruta de sangre
En 1599 zarpó desde Holanda la expedición comandada por Oliverio Van Noort, cuyo paso por el estrecho se caracterizó por el empleo de su violencia innecesaria. Atacó a los naturales ocasionando numerosas víctimas y, según By, organizó y realizó una cruenta matanza de pingüinos. Las depredaciones que llevaron a cabo impunemente los piratas holandeses culminaron en Valparaíso, rada en la que se apoderaron de tres naves que incendiaron luego de saquearlas y de degollar a treinta de sus tripulantes. El espíritu sanguinario de Van Noort quedó ratificado con el crimen cometido con el piloto Juan de Sandoval, al que arrojó a los tiburones en agradecimiento por los agradecimiento por los los servicios de navegación que éste le prestó rumbo al norte. Durante ese viaje, el filibustero hundió cinco naves, acción que dañó el comercio entre Chile y Perú.
Llegó "Charqui" a Coquimbo
De los contrabandistas ingleses justo es nombrar a Bartolomé Sharp, John Cook, Edward Davis, John Strong, John Clipperton y George Shelvovock. A decir la verdad, la acción filibustera de estos contrabandistas fue ejecutada fuera de los límites patagónicos propiamente tales, pero usaron estos mares para llegar a sus objetivos. Ese es el caso de Bartolomé Sharp que roló por estos mares australes entre 1680 y 1681. Bartolomé Sharp acosó los puertos del litoral chileno, principalmente el de Coquimbo. En este puerto nortino fue tal el pillaje y daños cometidos que hasta ahora se recuerdan las visitas del odioso filibustero: cuando se quiere señalas la prepotencia e inmoralidad de alguien, se dice "llegó charqui a Coquimbo", alterando Sharp por "charqui".
Woodes Rogers y Robinson Crusoe
Woodes Rogers merodeó por todas las costas de la América meridional entre 1705 hasta 1707. De regreso por el pacífico recaló en la bahía Juan Fernández, isla ubicada frente a Valparaíso. Y aquí comienza una curiosa historia que novelada por Daniel Defoe habría de concitar el interés de numerosas generaciones, ya que, traducida a casi todos los idiomas, sigue siendo, hoy, un "best seller" universal: "Robinson Crusoe". Cubierto con pieles de cabra y escondida su cara entre la barba y el cabello largos, encontraron a un ser humano solitario y salvaje aparentemente. Era el marinero escocés Alejandro Selkirk, que en castigo había sido abandonado allí por el pirata Stradling, hacía ya cinco años.
Tormenta decide una batalla
España e Inglaterra se hallaban en guerra. Corría el año 1740. El Almirantazgo decidió atacar a España en sus dominios de ultramar dañando el comercio hispano en sus propias colonias americanas. Para cumplir tal objetivo preparó una escuadra de cinco naves apertrechadas con doscientos treinta y seis cañones y tripulada por dos mil combatientes avezados. Al mando de dicha flota designó a George Anson, marino con sobrada experiencia y severa capacidad de mando. Las instrucciones determinaban una decisión de triunfo o la muerte. Ello lo rubrica el historiador magallánico Armando Braun Menéndez, acotando un detalle singular: "Como prueba de la índole de la lucha a muerte que se vaticinaba, mencionaremos el hecho que el interior de las cubiertas de estas naves de guerra se hallaba pintado de rojo, para que en el combate fueran menos visibles, y por consiguiente menos impresionantes las salpicaduras de sangre". El sigiloso y ágil y espionaje de Felipe V informó de estos aprestos al Rey de España, quién ordenó equipar una escuadra capaz de derrotar a los ingleses. Así fueron fuertemente armados cinco naves con trescientos ocho cañones y tres mil veteranos en guerra naval, al mando de José Alfonso Pizarro. No obstante haber zarpado ambas fuerzas navales desde sus respectivos puertos, con pocos días de diferencia y por más que se buscaron, no lograron encontrarse en el "Gran Charco". Ambas escuadras cruzaron simultáneamente por el estrecho de Lemaire y casi juntas por el Cabo de Hornos… y aquí ocurrió lo imprevisto. El mar hirvió y el viento huracanado dispersó las dos cuadras. De la escuadra española no logró salvarse nave alguna. Su comandante, el teniente general Marina José Alfonso Pizarro y algunos pocos sobrevivientes, después de soportar múltiples peripecias, debieron seguir por tierra a territorio chileno más benigno. De la flota inglesa, dos regresaron a Río de Janeiro, dos naufragaron y la "Centurión", nave almirante, penosamente logró singlar hasta Juan Fernández.
Revista Impactos. Año 2. N° 16 Punta Arenas, 5 de enero de 1991
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