jueves, 10 de febrero de 2005

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Lorenzo Caglevic Bakovic: ¡Hombre al agua!

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-¡Fondo el ancla de estribor !-. Ordenó el Capitán.
El peso del fierro perforó el agua, como un cristal, en el silencio de un mar excepcionalmente calmo. Eran las once de la noche, del primer día de Agosto del año 1898.
Punta Arenas dormía en el frío semipolar de la noche austral. Sólo una que otra luz se podían divisar desde la nave. Eran luces mortecinas, que más bien se distinguían por la gran oscuridad reinante que por su luminosidad. De los barracones en la orilla, salían tenues los humos de las salamandras único indicio de vida en ese poblado. El silencio permitía escuchar, incluso, el lamido de las olas sobre el casco de la nave.
Los pasajeros, arrebozados en gruesos abrigos y mantas, observaban tiritando sobre la cubierta. En su mayoría eran italianos, españoles, portugueses y algunos provenientes de la Croacia Dálmata, en aquel tiempo bajo el dominio del imperio Austro-Húngaro. Entre estos últimos, Luka, un gigantón rubio y joven, trataba de infundir ánimo al resto de sus coterráneos, percibiendo la decepción que causaba en ellos esta primera vista del poblado.
-Mañana, con luz de día, verán como esto no es tan feo. No será nuestra Brac, - dijo refiriéndose a su isla natal- pero allá la situación no da para más. Acá, en cambio, muchos dicen que el oro abunda y así, en poco tiempo, podremos volver ricos y famosos.
La voz del capitán, un italiano cincuentón y jovial, interrumpió sus palabras:
-Todo el mundo a dormir! Vendrán temprano a bordo las autoridades locales para la revisión de los documentos de los que desembarcan aquí. Calculo, si todo marcha bien, que antes de mediodía el buque será declarado fuera de cuarentena y ustedes podrán estar en tierra a la hora del almuerzo.

Acercándose al grupo palmoteó, sonriendo burlón, la espalda de Luka y le dijo:

-Espero que las niñas de Punta Arenas te den crédito, a cuenta del oro que vas a encontrar.
Pero la broma del capitán, no causó, ni remotamente, efecto en el grupo de croatas. Apenas sonrieron. La preocupación de haber llegado al fin del mundo, un territorio tan frío y desolado, terminó con el entusiasmo demostrado en todo el viaje. Sólo, Luka, le siguió la corriente:
-¡Seguro Capitán! También le abriré, a mi cargo, cuenta a usted. Ya verá.
La respuesta del joven tampoco les causó mucha hilaridad. Ante esa situación el capitán optó, comprensivo, brindarles un gesto de simpatía y diciéndoles "dobra noc" (buenas noches en croata), se retiró a su camarote.
Todos se fueron a dormir. Sólo Luka, so pretexto de fumarse un cigarrillo, fue el único que permaneció en cubierta. Arrimándose al calor del tubo de la chimenea, próxima al palo mesana, lloró angustiado. . .
-¡Apuren la maniobra de los botes! Gritaba un oficial al contramaestre y a los marineros que, en esos momentos, arriaban las embarcaciones desde la nave.
El viento, comenzaba a hacer cabecear al buque y el mar a rizarse de espuma. Una vez que estuvieron embarcados en los botes a remos, la corta distancia a la orilla parecía no mermar, pese al esfuerzo de la boga. En un momento comenzó a precipitar nieve y agua sobre los entumecidos pasajeros. Era la declaración anticipada de la dura vida que les esperaba en esas latitudes.
Llegaron a los barracones de la orilla muertos de frío. La mayoría no conocía en absoluto la zona, pero unos cuantos adelantados que habían viajado poco tiempo antes los esperaban alegres. Entre abrazos requerían ansiosos noticias de su terruño y sus parientes.
Se reunieron todos cerca de una gran cocina a leña, ubicada en el centro de la construcción principal. Junto con un café hirviendo, les informaron someramente del sistema de alojamiento, comida y las posibilidades de reclutarse como trabajadores. Luka, inquieto por la ausencia de Ivo, su amigo de infancia llegado seis meses antes, requirió de inmediato información sobre él, a los adelantados.

-Ivo está bien- respondió uno- pero no creo que aparezca antes de una semana Se contrató en una partida de loberos dirigida por un portugués. Dicen que el hombre es un abusador y que paga poco, pero es el comerciante que vende más pieles y, siendo así, Ivo se entusiasmó y partió trabajando para él.
La semana transcurrió lenta. Sirvió para ir aclimatándose al frío, buscando un lugar donde dormir y, por supuesto, trabajo.
Al sábado siguiente, entre risas y lagrimones se produjo el esperado encuentro con Ivo.
-¡Querido compadre Luka !. Cómo quedó mi pequeño ahijado y mi hermana Liubitza.
-Ellos quedaron muy apenados, pero están bien. Viven ahora en la casa de mis padres, mientras dura mi ausencia.
-¿Y mis viejos? ¿Qué hay de ellos?
- Tu mamá no para de llorar y se queja que tu papá la reta por eso. Sin embargo, cuenta que él se va al patio y se desahoga solo, para que no lo vean.
-¡Pobrecitos!. . . ¿Me mandaron una carta, algo?
-Este paquete tiene como una docena de tortillas de higos secos que te envía tu madre, junto con esta estampita de San Roque. Tu papá por su parte me entregó estas dos cantimploras con Rakija, hecha por él para ti. Fue lo único que me atreví a traer en el barco. Tú sabes, la humedad y la larga travesía no lo permiten.
Luka advirtió que Ivo, sin decirlo, esperaba algo más...
-Ah!. Casi me olvido. También Milena, tu noviecita, te mandó esta carta y este gorro tejido de sus propias manos.
No bien terminó Luka de hablar, cuando Ivo ya leía la carta.
Todavía suspirando, se puso su gorro nuevo e invitó a su amigo a la posada, para celebrar el reencuentro y hacer planes.

Las cosas hay que hacerlas al modo que acá se estilan -dijo, Ivo, a su compadre que lo escuchaba atento.
-Casi todas las actividades, al menos las más lucrativas, ya están en manos de algunos capos y, entonces, hay que trabajar para ellos. Nadie te dice que no puedas hacer negocios por tu cuenta, pero de pronto descubres que los capos se sienten invadidos y te envían algunas señales o advertencias. Tú puedes entenderlas y acatarlas o bien terminar "perdido", "muerto por los indios", "ahogado en el mar" o con un balazo en el cuerpo producto de una "riña o robo" inventado.
Así son los trabajos en las pieles, la madera, el carbón, las casas de remolienda y, para qué decir, el oro. Hay un tal Popper, un rumano temible, a quien es mejor tenerlo de amigo. El es el capo mayor de esa actividad en los lavaderos de tierra del fuego. Es cierto que hay otras actividades menores en el poblado, pero también son menos rentables y para hacerse de unos pesitos debes trabajar tres o cuatro veces más.
Luka, nervioso, interrumpió:
-¿Quiere decir, que nuestro sueño de hacernos ricos trabajando oro, no será jamás posible?
-Creo que, para hacer una fortuna, se requieren de varios años. Eso es, siempre y cuando logres sobrevivir en esta tierra. Es tan inclemente como su tiempo y tan despiadada como algunos de sus habitantes, sin ley ni temor de Dios.
-¿Entonces?. . . ¿Me estás diciendo que hemos venido en vano hasta este fin del mundo?
-Yo sólo te digo la verdad, Luka -replicó, Ivo, muy serio. -Podremos surgir acá algún día, sin embargo, no será pronto. Tendrás una situación para volver o para pensar en traer a tu mujer e hijo en. . . ¿diez. . . quince años?. Tal vez más. Somos hombres jóvenes, pero, en lo personal, no quiero que Milena me espere hasta que sea una vieja.

-Y bien amigo, qué piensas que deberíamos hacer? Yo te advierto que estoy dispuesto a romperme el espinazo trabajando, pero tampoco quiero dejar a mi familia sola por tantos años. Ellos me necesitan y yo los extraño mucho.
-Creo que tenemos una sola posibilidad- afirmó Ivo con tono misterioso - Es una alternativa que, más que audaz, es peligrosa, muy peligrosa.
-Existe un canal en la zona- continuó Ivo- que se conecta con el Estrecho de Magallanes llamado Canal Beagle. Pues bien, en su comienzo, al oriente, hay tres islas muy pequeñas, llamadas Lennox, Picton y Nueva. Me han contado un par de capitanes, que en sus riachuelos existe oro de lavadero en abundancia, pero las condiciones climáticas y de soledad existentes hacen casi imposible la vida humana. Ellos las han conocido cuando, en más de una ocasión, temiendo zozobrar buscaron resguardo en algunas radas pequeñas, protegidas del viento y, no pudiendo zarpar durante varios días, bajaron alguna chalupa para explorar esos peñones, mal llamados islas.
-Conozco también, al cojo Meléndez -prosiguió -es un capitán español, bravo para la mar, pero de trato muy duro con la reducida tripulación de de su goleta. Antes de aventurarse en estas tierras, el cojo navegó por todo el Adriático, recalando en varias de nuestras islas y conoció de cerca a nuestros marinos. Así entonces, desde que yo llegué a Punta Arenas, me ha tratado de convencer que forme parte de su tripulación. Yo me he rehusado, al igual que otros paisanos. No quiero estar acá por mucho tiempo y con la paga del cojo serían muchos años. Sin embargo, creo que él podría aceptar llevarnos a las islas, si nosotros le pagamos el viaje por adelantado con un par de meses de trabajo como tripulantes de su goleta "La Macarena".
El Capitán Meléndez, a pesar de su rudeza, trató una vez más de convencer a Ivo y Luka, con sus mejores maneras, para que se enrolaran como tripulantes estables de "La Macarena", pero viendo su empecinada determinación, se dio por vencido. Estableció, finalmente, un trato con ellos. Navegarían, durante dos meses, acompañándolo en la caza de lobos marinos y, al mismo tiempo, le ayudarían a entrenar, lo mejor posible, al resto de la tripulación con sus conocimientos náuticos. Finalizado este trabajo, Meléndez los llevaría a Lennox, donde las condiciones para un desembarco eran mejores en relación a las otras dos islas. Haría, además, un viaje cada cuatro meses para reaprovisionarlos de víveres y cerciorarse que aún permanecieran vivos. Por su parte, cuando Ivo y Luka decidieran regresar, debían participarle de un quinto del oro que hubieren obtenido en esa faena.

Así las cosas, a poco menos de un mes de la llegada de Luka, los compadres, cuñados y amigos se embarcaron en" La Macarena".
En los trabajos de a bordo y en la caza de lobos, ambos se distinguían por su pericia y capacidad. Luka servía el cargo de contramaestre, Ivo el de timonel Casi toda la tripulación aprendía de su experiencia y los apreciaba, aún cuando, en alguna ocasión, no faltó algún puñete del irascible Luka, al perezoso que no quería cubrir su puesto en la maniobra cuando él necesitaba todos los brazos disponibles en cubierta. El cojo Meléndez lo observaba todo desde su puente de mando. Se sentía cómodo y satisfecho. Estaba viejo y cansado de pasarse la vida increpando a sus tripulantes. Prefería admirar el paisaje de los canales fueguinos y echarse, de vez en cuando, un trago de la petaca metálica, que usaba como un pisapapel, sobre la sebosa carta de navegación que mantenía en el puente.
Las semanas transcurrieron lentas para los ansiosos amigos, pero rápidas para el capitán Meléndez, quien disfrutaba de este recreo brindado por sus transitorios colaboradores.
El día en que "La Macarena" debía arribar a Lennox, amaneció con una neblina cerrada por lo que Meléndez prefirió fondear a la gira, al socaire del viento, y no se aventuró a bajar la chalupa con los croatas ni la otra, con las provisiones y herramientas.
Al cabo de algunas horas el sol penetró la densa capa de niebla que cubría la goleta, despejando la vista al minúsculo trozo de playa por donde Meléndez pensaba desembarcar a sus pasajeros. No obstante, en breves minutos el mar se encabritó y el viento comenzó a soplar con tal fuerza que Meléndez no dudó en levar el ancla y largarse del fondeadero a capear el temporal, esperando una ocasión más propicia para el desembarco.
Sólo dos días después, con los hombres débiles por el maltrato infligido, en este caso por el prolongado temporal, fue posible arriar la chalupa. El propio Meléndez acompañó a los croatas a tierra y les indicó los lugares que él pensaba eran los más aptos para instalar un lavadero. Se despidió con admiración y fe en sus socios. Si realmente existían posibilidades de obtener buen oro, sabía que ellos lo obtendrían. Percibía, en ambos, la decisión irreductible de lograrlo. Meléndez, estaba convencido que no había mejor modo de probar el temple de los hombres que en momentos de peligro los cuales a menudo se presentan en la vida del mar y, sus ahora socios, ya le habían dado prueba suficiente de aquello.

-¡Adiós cojonudos ! -les dijo en la playa- Que tengáis éxito, para vosotros y para mí. Regresaré en el verano a ver si aún estáis vivos o si los caranchos han dado cuenta de vosotros -dijo burlón- y, subiéndose a la chalupa, comenzó a insultar a los remeros para que apuraran la boga.
Los dos hombres, ya solos en la playa, se abrazaron contentos por su llegada y también, como para darse ánimo en la tarea que les esperaba, elevaron una oración en su idioma. Enseguida, animosos, comenzaron a instalarse.
Tan pronto quedó levantada la tienda, consistente en una mezcla de tablas, ramas y lona de vela, comenzaron las faenas.
Los dos hombres se turnaban la tarea de cocinero o pescador. Desde que la luz permitía distinguir algo, se iniciaba el trabajo en el lavadero, hasta que la oscuridad y el cansancio los rendía.
Marcaban los días transcurridos en un tronco. El Domingo se trabajaba como cualquier otro día, salvo si el tiempo era muy malo. En ese caso, hacían un rezo especial al almuerzo, el cual era mejorado un poco, se empinaban un buen trago de licor y descansaban el mediodía que restaba.
Muchas veces, el viento y la lluvia casi no dejaban ver. En esas ocasiones, se trabajaba en forma intermitente, tratando de no entumirse por la inactividad, siempre con el fuego encendido, contiguo a la precaria vivienda.
Las pepitas de oro que iban obteniendo, después de besarlas, como si se tratara de un rito, eran guardadas en unas botellas que se comenzaban a llenar muy lentamente. . .
Así transcurrieron dos años y varias recaladas de "La Macarena", para aprovisionarlos y llevarles correspondencia.
Los dos hombres, aunque fuertes y animosos, lucían flacos, de largas barbas rubias y su pelo amarrado en cola de caballo para que no les fastidiara en su constante trabajo.
El cojo Meléndez era un hombre severo y hasta un poco cruel, pero sentía cierta lástima por los croatas. Sentimiento que no tardaba en esfumarse, cuando pensaba en que su quinta parte del oro, podía significarle una pequeña fortuna.
-¿Cuántos viajes más tendré que hacer, chavales ? -les preguntaba- siempre preocupado por que la faena de descarga fuera lo más corta posible. Temía que los habituales y bruscos cambios de tiempo lo retrasaran o, peor aún, pudieran terminar su viaje en el fondo del Beagle. Por algo, ya varias veces, el cojo había discutido sus derechos con Neptuno.
-No sea impaciente Capitán- le respondía Luka- nos queda mucho trabajo aún.
Ivo, no opinaba, sólo asentía con una actitud resignada. No tenía el valor de enrostrarle a su compañero, que los indicios de una ambición embrutecedora, comenzaban a manifestarse en él, con bastante claridad.
Llegó otra Navidad y el cambio de siglo. Luka no quería detener su trabajo. No poco esfuerzo le fue necesario a Ivo para convencerlo que si, hasta en las guerras, se planteaban treguas para esas ocasiones, bien debían ellos hacerlo en su trabajo. Sólo apelando a sus acendradas creencias católicas, pudo convencer a Luka de celebrar, al menos, Navidad.
El día de la víspera, amaneció totalmente despejado, pero, unas cuantas horas después, el viento norte arreció y costó mantener el fuego encendido. Aún así, con un poco de harina y azúcar Ivo se atrevió con un cierto remedo de dulces dálmatas y, Luka, por su parte, se lució con una cena donde combinó centollas locales con castradina traída de Punta Arenas, las que trozó en pequeños pedacitos lo mismo que el abundante cochayuyo.
Los hombres se felicitaron mutuamente e hicieron recuerdos de su familia y de su tierra. Terminada su merienda pascual, Luka, dijo sentencioso y algo triste:
Ivo, seremos recordados por nuestros hijos y sus descendencias como " los viejos que, mucho más allá de una fortuna, les dejaron una lección de amor construida con mucho sacrificio. "
Ivo llenó los jarros del café con el aguardiente proveído por Meléndez y, con emoción, brindó diciendo:
-Sretan Bozic, Kum (feliz navidad, compadre). Los dos hombres se bebieron el trago al seco, se abrazaron y con el llanto contenido, hicieron un esfuerzo para ponerse a cantar "Tamo daleko"

Tamo daleko, daleko kraj mora
Tamo je selo moje, tamo je ljubav moja.

Hajdemo duso da sretno zivimo mi
Jer mladost prolazi brzo i zivot taj nesretni

(Allá lejos, lejos, cerca del mar
Allá está mi pueblo, allá está mi amor.

Vamos alma vivamos felices
Porque la juventud pasa rápido y esa vida desdichada)

El aguacero no cesó, hasta que el fuego fue extinguido por el viento y los hombres por el cansancio.
Llegó el invierno siguiente. A pesar de no haber grandes diferencias climáticas entre las distintas estaciones, la luz del sol acortaba muchísimo los días; la temperatura disminuía ostensiblemente y los aguaceros se convertían muchas veces en granizos, más grandes que las pepas de oro que los dos hombres atesoraban.
A causa de la humedad y del frío, un día Ivo enfermó gravemente de pulmonía. Luka debió cuidarlo en forma exclusiva, abandonando las faenas y temiendo por la vida de su cuñado, como también por su propia suerte si permanecía sólo en la isla. El enfermo deliraba constantemente. Afiebrado, balbuceaba palabras inconexas, pero claramente relacionadas con su novia y con su madre.
Aunque los días críticos fueron tres o cuatro, la recuperación de Ivo tardó casi un mes.
-De buena te salvaste compadre. Ya me imaginaba escribiéndole a tu Milena y a la familia que te habías quedado tieso, como bacalao seco, en esta isla de mierda.
-Yo también, Luka. Cuando la fiebre me tenía liquidado, creí que no iba a verlos más. Eso me ha hecho pensar mucho y creo que debemos volver -le espetó sorpresivamente.
-Pero, Ivo, si todavía podemos lavar mucho oro más. No podemos darnos por vencidos ahora que las botellas se empiezan a llenar.
-Creo que la vida y la familia valen más que todo el oro del mundo- respondió débil y melancólico.
Nada de tirar el poto para las moras en este momento- dijo enérgico Luka. -Ya verás como se te pasa pronto el susto de que te lleve la parca y estaremos otra vez en plena producción.
-¡ No, Luka ! Yo quiero irme apenas aparezca el capitán Meléndez. Prefiero regresar pobre, pero dejar mis huesos en Brac, junto a los míos, y no en estos confines malditos.
-¡Bogati! (por Dios) Eres un maricón que se rinde a la primera. - Y, a pesar de su estado convaleciente, le asestó una bofetada que le rompió la boca.
Ivo sintió el golpe en el alma, más que en sus labios y dientes. Se percibía como un gusano. Cobarde. Con los ojos preñados de lágrimas se incorporó como pudo y corrió sin dirección fuera de la choza.
Luka, aún sin admitirse capaz de haber agredido a su compañero, se sentó al lado del fuego, estático y meditabundo, con la vista fija en las brasas. ¿Valía la pena ese esfuerzo? -se replanteaba- ¿Qué sucedería con su familia, si producto de un accidente, enfermedad o, por último una pelea sin sentido, sus huesos quedaran para siempre en esas latitudes ?.
Ivo no regresó a la choza de pena y vergüenza. Luka salió a buscarlo y lo halló sentado en la húmeda arena de la playa, absorto. Sólo atinó a decirle:- ¡Kum !(compadre)- con voz quebrada y en un tono tal, que no le fue necesario decir perdón, o alguna otra palabra, para que se abrazaran y regresaran en silencio, reconciliados.
Se acostaron, sin probar comida ni dirigirse la palabra hasta el otro día.
Tan pronto amaneció, Ivo tomó su chaya y pretendió dirigirse al lavadero, como para recuperar el tiempo perdido por su enfermedad y su flaqueza, pero la voz autoritaria de Luka lo detuvo:

-¡Espera!, tenemos que hablar.
Ivo retrocedió, murmurando suave : -No te preocupes, no volverá a ocurrir.
-Yo, -contestó vacilante Luka- sólo quería decirte que también siento miedo de no regresar, y si tú mantienes el deseo de volver no te recriminaré. Será una decisión que tomaremos los dos. Le decimos adiós a este infierno frío, le entregamos algunas pepitas al cojo Meléndez y nos vamos a Punta Arenas para tratar de embarcarnos, cuanto antes, de vuelta a nuestra tierra.
Los compadres iniciaron una larga conversación, donde ambos se encontraron con buenas razones. Convencidos, acordaron que su estadía en Lennox debía tener un límite. Este sería fijado al completar cinco botellas con pepitas. Calculaban que, en total, estas pesarían unos doce kilos de oro. Dos para pagarle a Meléndez y cinco para cada quien.
La goleta de Meléndez efectuó dos viajes más de aprovisionamiento a la isla.
En la penúltima recalada, Luka, advirtió al español :
-Capitán, volveremos en su próximo viaje. La meta que hemos decidido cumplir está casi lista.
-Enhorabuena chavales, -respondió el español -ya pensaba yo que el frío les había congelado los sesos.
Todos rieron de buena gana y se despidieron hasta la primavera.
La proximidad del regreso, animó a los hombres a tal punto que superaron, con creces, la meta de recolección de oro. El día que divisaron a "La Macarena" para llevarlos de regreso a Punta Arenas, gritaban y brincaban como chivos en la playa, esperando la chalupa junto a sus pocas pertenencias y al preciado cargamento de botellas con oro, que habían puesto en un cajón de madera hecho con las tablas que resultaron de desarmar la choza.
El cojo Meléndez hizo la faena más corta que nunca. Aprovechando el viento favorable, de inmediato viró la proa con rumbo a Punta Arenas y zarpó. Lennox quedó rápidamente marcada sólo por la estela que la popa iba dibujando en el canal. En tierra, abandonado, junto a unos cuantos vestigios del paso de estos dos seres humanos, un tronco con muescas que indicaban; tres años, ocho meses y cuatro días.
El viaje no tuvo más contratiempos que los acostumbrados. Cuando arribaron a Punta Arenas, a pesar de lo avanzado de la hora, aún estaba claro y se pudo desembarcar sin problemas.
Se dirigieron enseguida, junto al cojo Meléndez y el oro, a la posada de un paisano croata donde, con una balanza de precisión, contaron cerca de trece kilos de oro puro. El cojo, ni lerdo ni perezoso, retiró en el acto su quinta parte.
Después de beber unos cuantos tragos con sus socios, les confesó entre emocionado y eufórico:
-Pensé muchas veces que no lo lograríais y que yaceríais para siempre en Lennox. Hombres de vuestro cuño se requieren en el mundo. ¿Por qué diantres no formamos una empresa y explotamos juntos las loberías?
-Con mi quinto- continuó diciendo, con su lengua ya traposa- adquiriré otra goleta que, en vuestro honor, bautizaré Jadran (Mar Adriático). Estoy poniéndome cada día más viejo y creo que no sólo necesitaré un capitán sino dos, porque la tierra ya me empieza a llamar. . . de a poco.
-Gracias -respondió Luka- pero pienso que Ivo y yo necesitamos descansar un poquito primero. Después veremos.
-Esta bien chavales. Pero prometedme que, al menos, lo pensareis.
-Prometido- dijeron a coro los compadres.
-Una última cosa- dijo con gravedad, Meléndez-. No digáis a nadie acerca de vuestro oro o del mío, ni hagáis ostentaciones estúpidas. Hay muchos alquimistas por aquí que lo podrían transformar en plomo, pero dentro de nuestras barrigas. Vosotros me entendéis, he?- sentenció cachondero, descubriendo al sonreír uno de sus colmillos, que también era de oro.
-Sí capitán, tendremos mucho cuidado. Ni ropa nueva, ni mujeres, ni festejos, aunque ganas sobran. Diremos con el Ivo que fracasamos y que apenas nos alcanzará para el pasaje de vuelta.
-Bien pensado chavales. Fuera de ser buenos marinos y cojonudos, veo que sois unos tíos inteligentes. - Y encasquetándose su gorra grasienta, se despidió con un - ¡Hasta pronto!

Los dos nuevos ricos, sólo pidieron que les prepararan un baño caliente y una buena cena. Después de tan largo tiempo, el poder disfrutar de una cama, sábanas limpias y el calor de una casa amiga, era más que suficiente, por el momento.
Punta Arenas seguía su rutina habitual. Gran cantidad de personajes de variadas lenguas y nacionalidades circulaban por sus calles de barro. Sus bares y casas de remolienda eran los mejores centros de información de la ciudad, al mismo tiempo que prósperos negocios.
Habían unas pocas oficinas, donde se agenciaban las necesidades de carga y pasaje para los buques que recalaban al puerto. Las primeras casas bancarias y de cambio ya comenzaban a surgir. Dos o tres bodegas de vituallas y víveres, atendían las necesidades de las embarcaciones locales y proveían a otras actividades de la zona. También existía una oficina local del gobierno y de policía.
Una de las primeras cosas que Luka e Ivo hicieron- después de cortarse la barba y el pelo -fue averiguar la fecha de un próximo zarpe a Europa.
Un inglés deslavado, encargado del pasaje, les informó que sería en cuarenta días más. Agregando la frase ceremonial, "all going well and weather permitting" (si todo marcha bien y el tiempo lo permite), procedió a anotar sus reservas.
Ivo y Luka, acostumbrados al rigor del trabajo, no encontraban manera de emplear su tiempo y decidieron efectuar pequeñas labores para, por un lado entretenerse y, por otro, aparentar que no contaban con mayores recursos.
Luka, le colaboraba al capitán Meléndez en las actividades de mantención de "La Macarena" y de alistamiento de la "Jadran" la cual, el cojo, para disimular el buen estado de sus finanzas, adquirió a crédito de un italiano. Ivo, por su parte, le ayudaba en la posada a don Nicolás, un paisano que se había manejado muy bien en su negocio pero, después de doce años sin su esposa e hijos, sólo quería regresar.
-Ahora tengo buena situación - decía orgulloso don Nicolás, inflando su panza- pero no tengo efectivo para viajar o pagarle el pasaje a mi familia- añadía quejumbroso. -Todo está ahí. Invertido. Casa, muebles, utensilios y mercadería. Si tuviera alguien que me lo comprara en lo que vale- no pido más ni menos- me voy feliz para Europa.

Poco a poco, las palabras de don Nicolás fueron promoviendo cierto interés en Ivo. Un día le confesó a Luka, que le agradaba el negocio de la posada y que, si se traía a su novia, muchacha hacendosa y trabajadora, luego podrían, convertirla en el mejor hotel de Punta Arenas.
Luka, por su lado, le confesó que él pensaba asumir como el primer capitán del "Jadran" y, probablemente, comprarle también "La Macarena" a Meléndez pero, en su caso, primero partiría a Europa a buscar a su mujer hijo y a dejar a sus padres y parientes en una mejor situación económica.
-Kum, todos los días sueño con que mi hijo, es decir tu ahijado, es capitán y mi negocio ya está en sus manos.
-Pero Luka, estás loco -rió Ivo- si sólo es un niñito.
-Tienes razón, Kum, pero el tiempo pasa pronto. No te olvides lo que dije - repitió a su amigo. -"Quisiera ser recordado por mis hijos como el viejo que, más que oro, les deja una lección de sacrificio. Es decir, de amor". Para eso ya debo empezar enseñando a mi hijo que, antes de administrar la plata de su padre, hay que trabajar duro, muy duro. Sólo el sacrificio vale para tener éxito en la vida. Otra cosas, son puras payasadas no más.
Cincuenta días después del regreso desde Isla Lennox ; el capitán Meléndez, Ivo y don Nicolás - estos últimos quienes, secretamente, ya habían llegado a un acuerdo, en oro, por la venta de la posada - y varios otros croatas amigos, fueron a despedir a Luka al embarcadero.
Ivo, cambió su reserva por un pasaje que enviaba, por mano, a su Milena. También le pidió a su amigo adelantar algún dinero para sus padres y hermanos, como asimismo la promesa de traerlos, uno por uno, a trabajar a la empresa hotelera que había comenzado.
Finalmente -orgulloso- confidenció a Luka que, cuando su novia apareciera en Punta Arenas, la primera sorpresa que ella tendría, sería un llamativo letrero de grandes letras rojas : "Nuevo Hotel Milena".
Don Nicolás, no alcanzando a embarcarse junto con Luka, por tener varios asuntos que finiquitar aún en la zona, le pidió anunciar a los suyos su próximo y triunfal regreso.

El capitán Meléndez, quien ya consideraba a Luka como un socio comprador, le pidió volver tan pronto como pudiera.
El resto de los croatas, le entregaron un sinnúmero de paquetitos con pequeños regalos y cartas donde, de seguro, la esperanza de un próximo reencuentro era el tema principal.
Luka, se embarcó en el bote que lo llevó a bordo, contento y satisfecho. Calculaba que, dentro de un mes y medio o dos, ya estaría con los suyos narrando sus odiseas y haciéndolos participar de su éxito en las remotas tierras de Chile.
Seguramente a sus coterráneos quienes, en esa época, sólo entendían a América como un todo, sin preocuparse de mayores precisiones, les interesaría conocer que, al menos, había un lugar en el mundo donde realizar sus sueños, lejos de guerras y pobreza.
Ansiaba volver a ver a su esposa, a su hijo y a sus padres como también, a varios amigos de su pueblo, los cuales no habían creído en su aventura. Con indisimulado orgullo les confirmaría que, la voluntad irreductible de ese hijo del rigor -como le gustaba autodenominarse- había vencido.
Días antes del zarpe, Don Nicolás había sugerido a Luka que acudiera a la oficina de un inglés, representante de una casa bancaria, para cambiar su oro en libras esterlinas acuñadas, pero Luka al enterarse que el cambio sería a la par, no se entusiasmó. El argumentaba que el oro de las monedas eran de un quilate menor al oro puro de las pepas.
En definitiva, fue imposible lograr algún acuerdo con el banco en ese sentido, mucho menos con otras alternativas planteadas por el inglés, consistentes en entregarle órdenes de pago en Europa o alguna equivalencia en billetes de la época.
Luka optó entonces por confeccionarse un ancho cinturón de cuero con alforzas donde, equilibradamente, enfundó sus más de cinco kilos de oro puro en pepitas. Como no quería despertar mayores sospechas, viajó con ropa ordinaria, en la misma tercera clase en que había llegado, con una vieja maleta de herramientas y muy pocos enseres personales.
Durante las noches tendido en su litera, sólo aflojaba un poco su cinturón para descansar. En el día, permanecía largos momentos sobre cubierta y a menudo debía acomodarse los pantalones con un ademán que se fue haciendo rutinario, motivado por el peso del oro oculto.
Poco a poco, los marineros de la dotación de la nave fueron sospechando de aquellos gestos tan extraños y repetitivos, toda vez que la contextura de Luka era la de un hombre alto y macizo, pero en ningún caso la de un barrigón a quien la curva de su prominencia le obligara a arreglar sus aperos constantemente.
En el arribo de escala al puerto de Buenos Aires, la nave permaneció dos días y medio para las faenas de alimentos frescos y embarque de pasajeros. Todos los procedentes de la costa oeste sudamericana, aprovecharon de ir a tierra para conocer la gran ciudad, descansar un poco de tantos días en la mar y, más que nada, prepararse anímicamente para la larga travesía del Atlántico.
Luka, contrariando sus deseos y la natural curiosidad que le despertaba el mentado Buenos Aires prefirió permanecer a bordo, para evitar así cualquier contratiempo en tierra con su preciosa carga. Sin embargo, su actitud precavida, fue otra nota que desafinó el pentagrama a los oídos de algunos de los tripulantes más suspicaces.
-Se ha fijado en el croata ese? - interpeló a su jefe, uno de los dos marineros de guardia en el portalón- torciendo su nariz hacia Luka que, metros más allá apoyado en la barandilla, contemplaba lo poco que se podía ver de la ciudad.
-Sí, me llama la atención que siendo joven y solo no baje a tierra- le respondió su jefe, un hombre delgado y colorín.
-Mírelo bién, jefe. Verá como a cada rato se arregla el cinturón. O tiene hernia, o algo raro hay con él. Pasa largo tiempo en cubierta y casi no participa en las conversaciones que los pasajeros suelen tener con nosotros.
-Hum. . . -asintió el colorín a modo de toda respuesta y un tanto fastidiado. Su mente estaba más bien ocupada en imaginar qué podría estar haciendo en tierra y no en el control de la salida y llegada de los pasajeros. Mucho menos en las infantiles observaciones de su subordinado.
-Le preguntaré al jefe de camareros de la tercera clase- insistió el subalterno un tanto defraudado- ¡A ese no se le pasa una! ¡Viera Ud. Jefe, las historias que me cuenta en sus visitas a mi puesto de cocinero!
Hum. . . - repitió el colorín- Y el cocinero entendió que su jefe, definitivamente, no tenía ganas de conversar.

La nave, hizo sonar estruendosamente el pito y abandonó el puerto, entre señas, pañuelos y gritos de adiós.
La navegación entró en la rutina habitual. Luka contaba el tiempo para la llegada a su pueblo. Tenía tantas imágenes en su cabeza, que las iba acomodando permanentemente, como si se tratara del más dedicado escritor.
En el intertanto, el cocinero y el jefe de cámara siguieron observando a Luka. No perdían ocasión en hacerle una que otra pregunta capciosa, las que Luka esquivaba con destreza. Sin embargo, la atención de los dos marineros continuaba puesta en el cinturón. El jefe de cámara lo vio muchas veces vestido sobre su litera, de tal modo que buscó la ocasión en que Luka tomara un baño, para poder examinar el extraño cinto.
Luka evitaba bañarse durante el día, sólo lo hacía durante la noche mientras el resto de los pasajeros descansaban. Esto fue descubierto por el jefe de cámara quien lo vigiló ocultamente y cuando una noche se percató del ruido del agua en el baño común, se deslizó sigiloso tomando la ropa que Luka había amontonado en un banquito de madera.
Luka vió algo, de soslayo, por la cortina entreabierta, y preguntó con firmeza:
-¿Quién anda?
-Jefe de cámara en ronda nocturna- contestó el marinero -con voz tranquila.
-Aprovechaba la noche cálida para refrescarme un poco -dijo Luka a modo de explicación asomando el cuello por el lado de la cortina de baño.
-Buena idea- le dijo, afable, el otro- El cruce del trópico hace las noches insufribles. Buenas noches.

-Buenas noches- respondió Luka aliviado, al ver que su ropa se mantenía en el banquito.
A primera hora del día siguiente, fue el jefe de cámara a visitar al cocinero:
-Anoche le hice la pillada al croata. -le dijo- Aún cuando no alcancé a revisar bien su cinturón, no cabe duda que transporta oro en pepas. Al tacto se aprecia rugoso y ¡por todos los diablos! pesa como un zapato de buzo. ¡ Hay varios kilos ahí! ¡ Seguro !
El cocinero, mudo de codicia, escuchaba atento el relato de su colega:
-Y. . . entonces? ¿Qué se te ocurre?. . . ¿O estamos pensando lo mismo?- dijo el cocinero mirando a su compañero en forma sibilina.
-Es algo muy grande. . . no podemos fallar- respondió el jefe de cámara evitando mencionar la palabra asesinato. -No sé si los dos solos podríamos pensar en una acción segura. . . ¿Me entiendes?
Creo entender -murmuró el cocinero, en voz baja. ¿Qué sugieres tú?
-Pienso que necesitaremos la colaboración del colorín. El, como jefe de nuestro turno, tiene muchas maneras de cubrirnos bien. Sólo tendríamos que participarlo de nuestras intenciones y, obviamente, de nuestro botín.
Los dos hombres concertaron una reunión con su jefe en la cocina y le explicaron su idea. El colorín, cauteloso, prefirió no pronunciarse, pero sí consultó cuánto sería, eventualmente, su parte en el botín.
-Por partes iguales -respondieron los otros dos.
-Hum… - fue toda la respuesta del jefe, y sólo añadió - mañana conversaremos.
Al día siguiente el colorín -consciente de la gravedad de cubrir una acción criminal y, por otro lado, que su conocimiento del plan de los conspiradores dejaba a estos en la estacada- les pidió, sin inmutarse, la mitad del botín.
Después de una prolongada discusión, el cocinero y su amigo, negociaron con su jefe para participarlo en un cuarenta por ciento y repartirse ellos el saldo. Por su parte, el colorín -de evidente mayor alcance intelectual- accedió a ese acuerdo a condición que él elaboraría el plan del asesinato. Además, les dejó en claro, si eran descubiertos en la acción, ellos dos debían asumir toda la responsabilidad. El, como jefe, jamás habría escuchado una sola palabra del siniestro plan.
Aunque los conjurados poco conocían acerca de Luka, era evidente que era un hombre de mar el cual disfrutaba de la navegación y permanecía largos ratos en cubierta.
Muchas veces, lo habían observado colaborando casualmente en pequeños detalles de las maniobras, como tomar vueltas a una espía o cazar un foque, cuando un viento fuerte se lo arrebataba a algún marinero inexperto.
Así entonces, basado en esas cualidades de la víctima, de colaborador y experto, fue que el colorín preparó la trampa, instruyendo a sus cómplices sobre la manera de actuar.
Poco días después, junto con el descenso del barómetro, el colorín, puso en alerta a los otros dos. Se acercaba una tormenta que estaría atravesando el curso de la nave al anochecer. Ese sería el momento exacto para llevar a cabo su abyecto propósito.
A la hora de comida, la nave quedó sometida a constantes balances y cabeceos. Estos, fueron intensificándose a medida que se aproximaba el temporal. Al cabo de algunos minutos, el comedor se fue quedando vacío y,
muchos, bajo los claros efectos del mareo, prefirieron sus camarotes a la cena. Incluso, Luka, se dirigió al entrepuente de la tercera clase, más temprano de lo habitual. El jefe de cámara, tan pronto lo divisó, se acercó a él simulando gran alarma.
-¡Gran Dios!. Se rajó el foque a proa y los muchachos del turno no hallan cómo controlarlo. Ojalá que puedan lograrlo ya que el capitán ordenó, por seguridad, arriar todo el velamen para enfrentar el mal tiempo a palo seco y con la pura fuerza de la máquina.
Luka no lo pensó dos veces. Sin siquiera contestarle subió, de cuatro brincos, las escaleras hacia cubierta. Tras él, el Jefe de cámara fingiendo, también, ir a colaborar en la emergencia.
La cubierta estaba oscura y mojada por el rebalse de las olas que azotaban el casco. Sólo se distinguían las luces de navegación, ubicadas a ambos lados del puente y dos fanales, uno iluminando la popa y otro a proa adonde Luka se dirigió rápidamente. Tras él, siguiéndolo a corta distancia, el jefe de cámara.

Al llegar a la proa, Luka se percató que todo el velamen ya estaba cargado, y no había velas expuestas al viento. Mucho menos alguna vela rota, ni marineros en cubierta. El buque, luchando contra las olas, continuaba su navegación con dificultad, pero todavía en forma segura.
Volvió su cuerpo y vio, a corta distancia, al jefe de cámara con sus piernas muy abiertas, tratando de mantenerse estable a pesar del gran movimiento de la nave. Este, lo miró y sólo atinó a hacer un movimiento de hombros, diciendo:
-Parece que los muchachos superaron el problema rápido. En todo caso le agradezco que haya venido. No tenía porqué.
-No se preocupe. No es problema para mí. - dijo Luka- y volvió caminando con cuidado para no resbalar.
No alcanzó a dar unos cuantos pasos. Desde la oscuridad, surgieron las sombras que, agazapadas, esperaban a su presa. Una le cubrió con un saco la cabeza y casi medio cuerpo en forma ágil y sorpresiva. La otra sombra, con una suerte de collar de cable, en forma diestra y con la ayuda de un palo corto, lo torniqueteó alrededor de su cuello. El colorín también colaboró botándolo sobre cubierta y ayudando al cocinero a concluir su macabra tarea.
Luka, no pudo evitar el accionar del cable en su cuello. Trató de gritar, pero sólo quejidos guturales emanaron de su garganta. Los tres hombres presionaron el cuerpo contra la dura teca de la cubierta sin aflojar el torniquete hasta que los estertores de la muerte, anunciaron el fin de Luka.
El colorín lo despojó del cinturón con prontitud y, alzándolo en vilo, junto con sus cómplices, lo arrojaron por la borda al enfurecido Atlántico.
-¡Rápido, a mi camarote! -ordenó el colorín.
Los hombres mojados de sudor y agua de mar que, en ese momento, ya barría la cubierta, bajaron trémulos las escalas y buscaron refugio.
-Creo que nadie nos vio -murmuró el jefe- cerrando la puerta y evitando hacer mayor ruido.
-Parece que todo salió impecable- asintió el cocinero con voz baja y cínica.

El jefe de cámara, con la culpa de Judas a cuesta, enmudeció.
Los asesinos esperaron hasta que sus corazones y su respiración se aquietaran. Sólo una hora antes del relevo de su turno, subieron a cubierta, donde asidos a los pasamanos y a la jarcia, para no ser arrastrados por las olas, se pusieron a gritar desaforados:
-¡Hombre al agua por babor!. . ¡Hombre al agua!. . .
Hicieron aparatosas señas para ser advertidos desde el puente de mando. El oficial de guardia, dio la alarma y procedió con los pitazos de emergencia, pero no le fue posible detener la nave ni, mucho menos, tratar de cambiar el rumbo que cortaban las olas por temor a una vuelta de campana.
De todos modos, cualquier maniobra habría sido estéril. Luka ya había abandonado este mundo, antes de ser arrojado al mar.
Vino la calma. La nave siguió rumbo a Génova. Hubo un sumario de rigor, donde los asesinos consignaron que un pasajero imprudente fue barrido por una gran ola desde la cubierta, en medio de un fuerte temporal, y ellos, en su ronda habitual alcanzaron a dar la alarma pero. . . el resto de la historia ya es sabida.
Ni el capitán, ni el oficial a cargo del sumario hicieron las cosas difíciles. Total sólo se trataba de un pasajero de tercera clase. Se limitaron, una vez que llegaron a puerto, a entregar a los representantes de su compañía los efectos personales de Luka y su pasaporte, acompañado de un escueto parte del accidente.
Días después, llegó a Split y de ahí a Brac la noticia que Luka, el hombre que quería ser recordado por los suyos como: "Un viejo que, más que una fortuna en oro, dejaba un ejemplo de amor y sacrificio", no llegaría nunca. Tampoco su oro.
Sólo a modo de pequeña compensación póstuma, para este joven y desventurado pionero, podemos agregar que -como él lo quiso- su memoria sí fue evocada con gran cariño por su descendencia. En especial, por su bisnieto.







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