lunes, 7 de marzo de 2005

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Héctor Martínez Díaz: Un tour en sepia

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La culpa es de Roberto, Sandra ¡cómo si no hubiera nadie más para ir a cubrir lo de Chihuio! Y no le dije ¡qué rico güena onda, vuelvo al sur! Cómo de seguro piensas. Lo siento, Sandra, en la legal comadre, lo siento, esta noche no va poder ser. Pero ni siquiera te interesó saber a que iba y con un seco y sarcástico Oka, celavi cortaste el celular.
Una hora para llegar a Tur Bus e igual que siempre antes de viajar me atacan los nervios. Calma, relax, relax, la libreta, varios lápices, buen hábito copiado al profe Faúndes, grabadora, pilas, cassettes, ¿Está todo? ¿Falta algo? ¿No? A Chihuio sin todavía comprar boletos. Salgo corriendo de la revista. ¡What moment! Pasar por casa. Busco el citizen, 19:30. Bus a las ocho.
-Taxi, Taxi. Alameda 1200, puede ir más rápido porfa. Me espera cinco minutos-
Ascenso en el octavo. -vamos, vamos, baja, baja-.El uno se ilumina aprieto el siete. Miro el 704. Abro y el Caos. Calcetines. Calzoncillos, hacia el armario. -¡La zenit!. Mierda se quedaba la cámara, ¿dónde están los bluyines? ¿una parka?- Por si las moscas. Otro portazo, y el séptimo continua iluminado.
-Al terminal Sur- Dioses a mi favor. El Lada surca la alameda santiaguina, sin ningún taco. -Uff que cueva- -¿Cómo dice ?- musita el chofer.
Asiento quince. Walkman. Play. Salsa. Sandra bailando en el Mary Calor. Sandra la salsa y Blades "a dónde van los desaparecidos ta, ta taaa y por qué se nos desaparecen, porque no todos somos iguales". El auxiliar del bus coloca una cinta sin rebobinar y por enésima vez me mamo Blade Runner, con la secuencia final de Dick Recard escuchando atónito a
Roy Batty, el albino androide: "He visto cosas que vosotros no creeríais. Naves de ataque en llamas más allá de Orión. He visto rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lagrimas en la lluvia. Es hora de morir"
Y te escucho reprochándome que en el fondo eso es lo que quiero, volver al sur a ver los lagos, la selva valdiviana, al Mercado Fluvial. Sí, prometo traerte jureles ahumados del mercado fluvial y una foto del Río Calle-Calle en que se esté bañando la luna. Isla Teja. El Puente Las Animas. Isla Teja. Swenky y Nilo. Sexual Democracia. Valdivia. Valdivia y sus güarenes. Valdivia. Neltume. Liquiñe. Chihuio y una mujer con abrigo negro y pañuelo blanco en la cabeza, sostiene un gran retrato fotocopiado diciendo "mentes en blanco son nuestros recuerdos, con demasiado duelo para tener imágenes, ángeles, demonios..."
-Señor, despierte llegamos a Temuco-.
Quizás, te confesaré algún día que en la escala del bus en Temuco, bajé a llamar al Víctor que trabaja en el Codepu de Valdivia, en el "caso Chihuio", o los 17 campesinos arrestados por una patrulla militar en octubre del 73, nunca más se les volvió a ver.
-Aaloo, ¡Víctor!, Disculpa la hora. Estoy en Temuco voy pa'llá, por lo de Chihuio-.
-Güena onda te espero en el terminal y vamos juntos. Un consejo, sin cámaras ni grabadoras jovie-. Pareciera escuchar tus gritos Sandra, que me hará mal, que puedo devolverme a Santiago y que si me echan busco otra pega, que tienes amigos, que pueden ayudarme, que a ambos este viaje no nos hará bien, que no haga tal de juntarme con el Víctor, que me ha costado mucho salir adelante. Que piense un poco más en ti
-Senkiu, te pasaste. Llego en Tur Bus a eso de las diez, nos vemos y disculpa . -No te preocupís viejo, aquí te espero pero llegai a los ocho y media guevón, cómo tan rápido se olvido del sur hermano. -chucha tenís razón, ahí nos vemos se me está yendo el bus. Tii.tii.tiiiii. Hermano, hace tanto tiempo que no me decían hermano.

La lagrimosa Valdivia me recibe con un mañanero sol radiante disipando el rocío, del bus al jeep del Codepu, una pasada por el frontis del regimiento de Caballería, hoy motorizada, Cazadores. Con el Víctor, no son necesarias las palabras ambos sabemos de convoyes militares surcando tras el Golpe la precordillera valdiviana centrando su mira en pretendidos "focos guerrilleros" del MCR, creyendo encontrar en los campesinos del Complejo Maderero y Forestal Panguipulli clones del magallánico Comandante Pepe. Neltume, Chihuio, Liquiñe fueron testigos del desaparecimiento de un centenar de campesinos acusados de conspirar contra el golpe militar o partícipes de un imaginario plan zeta existente sólo bajo cascos militares. Su delito, estar sindicalizados.
-No hay nada para la mente manito y ni siquiera iremos por un shopito en el Paula. - No alcanzamos a la vuelta loco, a la vuelta- sonríe cómplice Víctor.
Apenas disfruto el paisaje, selva y precordillera. Nos esperan 170 kilómetros al este de Valdivia. Pasamos por Futrono. Llegamos a una bahía. Vemos el río Quimán con sus piedras grandes y redondeadas. Bordeamos unos cerros hasta llegar al Puerto de Llifén, mis asfixiados pulmones capitalinos inspiran dichosos la brisa lacustre. Seguimos ascendiendo hasta el caserío de Curriñe. Camino polvoriento. Viviendas humildes. Vida de sacrificios arrancando a la naturaleza la madera. Chabranco, último lugar antes de llegar a las termas de Chihuio. El escabroso camino es un largo túnel de árboles, nuestro jeep es emboscado por el frente, costado y retaguardia por furtivos rayos de sol. Varios me acribillan los ojos. Un ruido alborota la flora y fauna valdiviana, vuelan los pájaros, arrancan las liebres, un zorro nos mira intrigado. El jeep avanza, nuestro jeep.
-....Unos Land Rover utilizaba la caravana militar, eran cinco en total y dos camiones blindados-
En la huella encontramos varios campesinos. Dejan sus tareas. Observan silenciosos como si el fragor del motor los estremeciera trasladándolos a veinte años atrás. El ambiente sobrecoge, Víctor toca la bocina, baja el vidrio saludando alegremente a cada uno por su nombre, encauza las manillas del reloj.
Y es casi como si tuviera una postal sepia del convoy del Coronel Sinclair saliendo de Valdivia, del escuadrón del capitán Osorio con los Tenientes Ortega, Rodríguez y Kéller, y sus 92 conscriptos viajando a Futrono de ahí a Llifén, Curriñe y Chabranco, a paso de ganso hacia los fusilamientos para ser premiados con un asado a orillas de una gran casa patronal, por su patriótico trabajo con los cuerpos ya esparcidos, enterrados y olvidados, hasta años después cuando doblemente desaparecidos, fueron exhumados y quien sabe dónde arrojados.
-¡mira! a la vuelta de esta quebrada llegamos a Chihuio-.
Un galpón del otrora sindicato "Esperanza del Obrero", hoy Escuela Particular 48 de Chihuio, habilitado para la ocasión. Piso de tierra. Paredes de madera ennegrecidas. Techo cubierto de musgo. Dos puertas por donde ingresamos, entre las tablas se cuelan algunos rayitos de sol. Poca luz, el ambiente es iluminado por seis candelabros que escoltan un ataúd de madera solamente cepillada, que reposa en el fondo sobre unos caballetes, veinte bancas lado a lado dejan un camino directo hacia...
Ana Vergara, acompañada de sus hijos, baja de una carreta. Viste un abrigo negro, lleva una foto en sus manos, su cabello lo cubre un pañuelo blanco. La cabeza inclinada al lado derecho. Ingresa al galpón. Se sienta en la segunda fila, rompe a llorar. Rosendo Rebolledo, su esposo, yace en espíritu, dentro del ataúd. Un trozo de paletó es su presencia. Era evangélico. Una notificación de presentarse al retén fue su destino. Dejó siete hijos.
Una rótula de Daniel Méndez, 42 años, ve venir a Rosa, su mujer, que con traje negro se acerca por el pasillo, el nueve de octubre del 73, mientras reparaba la pana del tractor que manejaba, fue detenido por la patrulla militar, el tractor continúa en pana.
Mirta Torres, pasa la mano por sobre el ataúd. De 19 años para el Golpe no alcanzó a disfrutar la compañía de su esposo Ricardo Ruiz, socialista, el nueve de octubre lo que quedaba de él después de haber sido torturado por carabineros fue entregado a la patrulla militar, dentro del ataúd, de Ricardo hay ¿quizás un botón?
Una comitiva de la Iglesia del Señor acompaña a Narciso García, predicador de esta Iglesia, la noche del nueve de octubre, en el fundo de Chihuio, los percutados aleluyas del piquete fusilero corearon su última prédica.
La oncena titular del Deportivo "Juventud", acude a despedir a su wing derecho, Eliecer Freire, una jugada desleal, un penal no cobrado, un árbitro comprado y saquero murmuran dos molares de Eliecer. El galpón se hace chico para las familias y sesenta y nueve descendientes huérfanos desde aquel fatídico octubre. Despiden al esposo, hijo, hermano, al amigo. Un ataúd es más que suficiente para los Barriga, Pedreros, Salinas, Sepúlveda, Méndez, Vargas, Durán, Mora padre e hijo, un ataúd, sólo un ataúd.
Llantos que humedecen el local, mujeres que ríen nerviosas. Hombres, que no lloran, se acercan a un mesón de vasos plásticos auspiciados por Coca Cola, pero toda fortaleza sucumbe al humor vinoso y viriles gemidos traspasan las tablas del galpón. La precordillera recoge el lamento acostumbrada por años a confesar en silencio, los ruegos de estas familias. Y una bruma triste ya cubre la fronda de los hualles, comienza a chispear. Veinte manos intentan abrir el ataúd, sacan sólo una bolsita negra de polietileno que contiene huesecillos, trocitos de género, dientes, botones, una rótula, algunos cabellos. Un abrazado griterío doloroso retumba en el galpón. De uno en uno los deudos se pasan la bolsita con los restos y dieciséis papelitos con nombres de las víctimas. No los devuelven hasta el amanecer.
El verano está en su esplendor es el mejor febrero de lo que va corrido de los noventa, pero nubes negras presagian lluvia. Desde el antiguo galpón del "Sindicato Esperanza del Obrero", un cortejo se retira. Se pasa candado a las puertas. Llueve, del interior parece escucharse una voz
-Compañeros, se levanta la sesión. ¿Descansaremos en paz?

-Hommo hommini lupus, manito Hommo hommini lupus- pensando en voz alta Víctor, quiebra nuestro hermético retorno a Valdivia. Me deja en el rodoviario, sin echarle nada a la mente ni ánimo de un shop en el Paula, enciendo mi fiel Life, tiene razón Sandra, soy un nostálgico empedernido, en estos tiempos y seguir fumando esta porquería. La multitud transita por la costanera, es la semana valdiviana, ya viene el corso iluminado de la reina navegando por el río, estallan los fuegos artificiales, el tumulto me acorrala, trato de mantenerme quieto, me empujan, voy contra la corriente dicharachera sin disfrutar del carnaval a trote zigzageante entre los cuerpos hacia el Tur Bus que está por partir, alguien a propósito me tira challa a los ojos.
Incrédulamente el mismo auxiliar vuelve a colocar la cinta de Blade Runner sin rebobinar pero ahora soy yo quien ha visto cosas que ningún de vosotros creeríais y les aseguró que es mentira que en el Calle Calle se esté bañando la luna, esta noche de gozo y diversión la luna carnavalera llora.
¿Sandra, me perdonas haber olvidado comprar los jureles ahumados del mercado fluvial?

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