Chiloé, ya en el siglo XVI gozaba de una cocina propia de acuerdo con sus costumbres y gracias al provecho de los productos naturales que conseguía del mar.
Su especialidad más original y exitosa hasta hoy es el omnipotente curanto. En un hoyo hecho expresamente se caldean piedras volcánicas que se encuentran en esa región sureña y, encima de ellas. Se colocan por capas que se separan con hojas de pangue o de nalca todos los ingredientes: trozos de pescado de carne firme, locos cocidos enteros y en rebanadas, choritos, almejas, picorocos, piures y diez o doce papas con cáscara. El cocimiento dura más o menos una hora y cuando se nota la evaporación del agua que se produce a través de las grietas que dejan las diferentes capas se estima que el curanto está en condiciones de ser abordado.
Algunos incorporan al hoyo de la cocción chapaleles, que se hace a mano con harina, agua y sal y que se encierran en hojas de pangue. También milcao, esto es chicharrones con papas ralladas.
Otro plato sabroso es el cancato. Se troza en dos horizontalmente un pescado que se rellena con longanizas, quesos, tomates y después se aprieta entre dos parrillas y que luego se va dando vuelta mientras se asa.
Otro guiso es el pulmai, que es el curanto hecho en olla y una infinidad de otras preparaciones. Todas giran alrededor de papas, pescado y chicharrones.
El Abate Molina, cuya madre era de Chiloé y que él era un gran cocinero da cuenta de plato chilotes como el chadupe, el huelquema, el lliu llui y muchos otros nombres con sus apelativos indígenas. Sin embargo, no da ninguna explicación, ni de la preparación, ni de los elementos que componían el plato.
Molina cuenta además en sus apuntes culinarios que Chiloé fue famoso por sus jamones y que Lord Byron, que vivió un tiempo en la isla como náufrago sobreviviente, escribió que ellos abastecían a Chile y al Perú, y se atribuye la fama de estos jamones a que los cerdos se alimentaban de pececitos, mariscos y cochayuyo, lo que les daba un sabor especial.
Su especialidad más original y exitosa hasta hoy es el omnipotente curanto. En un hoyo hecho expresamente se caldean piedras volcánicas que se encuentran en esa región sureña y, encima de ellas. Se colocan por capas que se separan con hojas de pangue o de nalca todos los ingredientes: trozos de pescado de carne firme, locos cocidos enteros y en rebanadas, choritos, almejas, picorocos, piures y diez o doce papas con cáscara. El cocimiento dura más o menos una hora y cuando se nota la evaporación del agua que se produce a través de las grietas que dejan las diferentes capas se estima que el curanto está en condiciones de ser abordado.
Algunos incorporan al hoyo de la cocción chapaleles, que se hace a mano con harina, agua y sal y que se encierran en hojas de pangue. También milcao, esto es chicharrones con papas ralladas.
Otro plato sabroso es el cancato. Se troza en dos horizontalmente un pescado que se rellena con longanizas, quesos, tomates y después se aprieta entre dos parrillas y que luego se va dando vuelta mientras se asa.
Otro guiso es el pulmai, que es el curanto hecho en olla y una infinidad de otras preparaciones. Todas giran alrededor de papas, pescado y chicharrones.
El Abate Molina, cuya madre era de Chiloé y que él era un gran cocinero da cuenta de plato chilotes como el chadupe, el huelquema, el lliu llui y muchos otros nombres con sus apelativos indígenas. Sin embargo, no da ninguna explicación, ni de la preparación, ni de los elementos que componían el plato.
Molina cuenta además en sus apuntes culinarios que Chiloé fue famoso por sus jamones y que Lord Byron, que vivió un tiempo en la isla como náufrago sobreviviente, escribió que ellos abastecían a Chile y al Perú, y se atribuye la fama de estos jamones a que los cerdos se alimentaban de pececitos, mariscos y cochayuyo, lo que les daba un sabor especial.
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