Por Silvestre Fugellie.
Sucede que a veces tenemos un concepto erróneo de las cosas remotas y más aún si éstas corresponden a figuras legendarias, por no decir fantásticas. En el caso del milodón, un "grypotherium contemporáneo del hombre primitivo que, se supone, fue domesticado por este. Según datos obtenidos en la misma cueva, el perezozo tenía cinco metros de largo por dos de alto, y una pila de latinajos. Lo había descubierto Eberhard y Heinz en 1896; pero no el animal entero sino entero sino un trozo de piel con pelos de color rojo y con varios huesos adheridos. Estudios recientes aseguran que las muestras tendrían unos once mil años. El antro es enorme: ciento setenta metros de ancho por doscientos setenta de largo y cuarenta de alto. Lo único que nos queda del animal a los magallánicos del animal es la caverna, bastante visitada aunque ya solitaria y vacía, a lo menos de sus moradores primitivos. Mateo Martinic en "Última Esperanza en el tiempo" nos informa de cómo fueron desfilando los pedacitos milodónicos: "…lo extraído por Milward y Konrad, además de lo encontrado por Otto Nordenskjold, no fueron los únicos restos de milodón que conoció el mundo científico. Cada uno de los especialistas que trabajaron durante los años siguientes a 1896, extrajo su cuota grande o pequeña de huesos…" En Inglaterra creían que Charley Milward había descubierto un enorme animal antediluviano, un brontosaurio, reptil fósil del jurásico que medía dieciocho metros de largo. Milward fue capitán del vapor inglés Mataura de tres mil seiscientas toneladas de registro, que había naufragado el 12 de enero de 1898 a la altura del cabo Pilar, en la entrada occidental del estrecho de Magallanes, perdiéndose totalmente. Más adelante Milward se radicó en Punta Arenas y fundó un taller de reparaciones y fabricación de implementos marinos, situado en la esquina poniente de las calles Chiloé y Ecuatoriana. El animal hallado por el marino -pensaban los británicos- estaba incrustado en un glaciar sobresaliendo a la superficie sólo una parte pequeña. Milward, con algunas cuadrillas de operarios, había recuperado, armado, salado y embalado en gran cantidad de barricas el cuerpo destazado de la bestia teratológica, que más adelante enviaría al museo de Historia Natural de Soth Kensington. Apartándonos de esta imaginaria y azarosa aventura sobre las vicisitudes entre Milward y el monstruo, la verdad es que efectivamente el marino remitió pequeñas muestras de piel y huesos en un par de cubos; pero el cuero se pudrió durante la travesía por el trópico y sólo llegaron a un destino una masa putrefacta y un montón de huesos. Según Bruce Chatwin, pariente de Milward, el descubrimiento de Eberhard y Heinz con un ayudante de apellido Greenfield y un sueco llamado Klondike Hans, consistió en una calavera y un trozo de piel que tenía dos pies de ancho y cuatro de largo, con un lado lleno de pelo muy duro, incrustaciones de sal y cantidad de huesos adheridos. El doctor sueco Otto Nordenskjold también envió una muestra al museo de Uppsala. Otro tanto hicieron el doctor Francisco Moreno y el geólogo Rodolfo Hauthal al museo de La Plata. Y quizá cuántas más se escurrieron, reales o mauleras como aquellas inolvidables bolsitas conteniendo cenizas del incendio neroniano, siglos después de saltar la chispa infausta. La muestra sustraída por Charley Milward y Albert Konrad fue vendida por éste último a Inglaterra, no científica como podría suponerse, sino simplemente como vulgar negocio. A Konrad, por 1920, se le trastocó el cerebro y vino la manía de acumular pedruscos. Se cuenta que cierta vez le halló Eberhard en plena faena y al inquirirle el por qué juntaba tantas piedras, éste le habría manifestado en forma misteriosa y apenas musitada: "No son piedras, no, Herr Eberhard; es oro, puro oro".
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