jueves, 27 de agosto de 2009

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Las cartas de Darwin

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Hace ya ciento treinta años desde que Carlos Darwin publicó su célebre "Origen de las especies". Sin embargo, tal es la influencia de esta obra sobre la visión humana, que adquiere relevancia histórica todo nuevo dato que amplía nuestros conocimientos del desarrollo de las ideas científicas del autor. Siendo muy mozo, Darwin participó de una expedición a la América del Sur que le implantó en su alma la resolución de dedicar su vida al estudio del evolucionismo. En 1811 se le ofreció el puesto de naturalista de la expedición que salía en el velero "Beagle", buque que había sido equipado por el Almirantazgo, para explorar las costas marítimas de la América del Sur. La nieta de Darwin, Nora Barlow, en un libro reunió extractos de los apuntes que compiló el naturalista durante el viaje y, de unas cuarenta cartas que escribió a su familia. Esas cartas dan el ambiente de esos importantes años de la vida de Darwin, años en que reveló su genio científico. Carlos Darwin era el segundo hijo del Dr. Robert Darwin, de Shrewsbury. En el verano de 1831, llevaba una vida despreocupada en Shrewsbury, en cuya época contemplaba entrar en el sacerdocio. Una corta temporada en Edimburgo despertó en él una repugnancia por la medicina, y de sus tres años en Cambridge, Darwin mismo dice: "En cuanto se refería a los mismos estudios académicos, fue para mí, tiempo perdido, y tan inútil como lo fueron mis días en Edimburgo y en mi colegio". Pero aquí se encontró con el profesor Henslow, el botánico, cuyas bondadosas gestiones tuvieron por resultado la oferta que le hizo a Darwin de acompañar a la expedición como naturalista. Al principio el padre de Darwin se opuso al proyecto, caracterizándolo de descabellado e impropio de un hombre que iba a ser sacerdote. Pero su oposición fue vencida por el tío de Darwin, Josiah Wegwood. El velero "Beagle" zarpó de Inglaterra el día 27 de diciembre de 1831.En cuanto a Darwin, sus primeras impresiones fueron las que le produjeron las miserias del mareo, lo cual le ocasionó terribles sufrimientos durante el viaje. Los otros fueron las bellezas de los trópicos, los cuales fueron para él cosas inolvidables. Todas las cartas de Darwin están escritas en esa forma sólida, a la manera de las familias victorianas. Eran epístolas escritas para que las leyesen las hermanas y los sobrinos; sin gracia literaria, pero llenas de entusiasmo por las cosas que veía. Desde Botafogo -abril 25 de 1832- manda los primeros escritos para su famoso diario, con el comentario de que: "Le he tomado una gran antipatía y quiero deshacerme de él: cualquiera de ustedes puede leerlo. En gran parte, es absolutamente infantil". Sin embargo, acerca de este documento solicita, anheloso, las primeras impresiones de la familia y les ruega que lo conserven bien, porque "será de interés en el futuro". Tres meses más tarde, Darwin está satisfecho de que conoce bien las glorias de un bosque selvático brasileño. Normalmente, anduvo a caballo algunos kilómetros, ató al animal y luego entró por una huella en la impenetrable masa de vegetación. Sentado en un árbol comiendo el almuerzo, en la sublime solitud del bosque, experimentó un goce indecible. El mes de marzo de 1833, manda correspondencia desde las islas Malvinas, y habla en ella de una experiencia que jamás hubo de olvidar: su primera visión del hombre salvaje: "Yo creo de verdad, que un salvaje indomado es uno de los espectáculos más extraordinarios del mundo; la diferencia entre un animal domesticado y uno salvaje, se nota en forma mucho más notable cuando se trata del hombre. En el bárbaro desnudo, con su cuerpo cubierto de pinturas, cuyos mismos gestos, bien sean amistosos u hostiles, son inteligibles, se nos hace difícil ver al prójimo. Ninguna descripción o dibujo puede explicar el interés intenso que surge a la mente al ver por primera vez los salvajes. Es un interés que casi le compensa a uno por un viaje a estas latitudes; y esto, les aseguro, es decir mucho". Su próxima carta la escribe en el mes de mayo de 1833, desde Maldonado, pero echa de menos, las esplendorosas vistas de Brasil. En esta época las muestras colectadas por Darwin ya empezaban a llegar y a atraer atención en Inglaterra. Contestando una carta de su familia, dice: "Me alegro muchísimo que el cuero de megaterio les ha dado a todos ustedes algún interés en mis actividades. Sin embargo, estos fragmentos no son de ninguna manera las más valiosas de las reliquias geológicas". En una carta de Buenos Aires, Darwin da cuenta de una expedición realizada por él, en que viajó ochocientos kilómetros tierra dentro, yendo a parar a una región jamás pisada por un inglés y apenas por los indios. No hay duda de que Charles Darwin era un hombre de considerable coraje y resistencia. En Buenos Aires habla, casualmente, de una revolución que estalló durante su estada. "¿Se enteraron ustedes, en Inglaterra, de estas revoluciones, consideradas aquí tan importantes?" ¡Debieron ser utópicos de verdad aquellos días en que un naturalista inglés pudo pasar por alto las revoluciones! La Patagonia le proporcionó al naturalista unos huesos perfectos de una especie de mastodonte, y luego el "Beagle" se hizo a la vela una vez más para las odiadas islas Malvinas y Tierra del fuego, donde Darwin declara, no sin orgullo, que la montaña más alta del lugar lleva su nombre. Para el mes de marzo de 1835, los cansados tripulantes del "Beagle" navegaban ya en dirección a la patria. Pero aún quedaban por narrar otros acontecimientos de interés: un terremoto en Concepción, que, en opinión de Darwin, era "uno de los espectáculos más interesantes que he visto desde que salí de Inglaterra, un salvaje de Tierra del Fuego, la vegetación tropical y las ruinas de Concepción". Para Darwin, Tahiti, Nueva Zelandia, Australia y Mauricia, no tuvieron, al parecer, más valor que piedras miliarias en su camino para Shresbury, a cuya ciudad llegó dos meses más tarde. Como para comprobar su característico cariño por el hogar, Darwin, pocos años después, se casó con una de sus sobrinas, Susan Wedgwood, y no volvió a abandonar su país. Sin embargo, estos años de viaje habían cambiado al joven aficionado de veintidós años, que había acompañado a los expedicionarios del "Beagle". Habíanle convertido en el hombre de ciencia más grande del siglo.

Artículo actualizado de Miss K. J. Raine, que fuera publicado en la revista "Actualidad Magallánica", el 2 de agosto de 1949.

Comments

1 comments to "Las cartas de Darwin"

Matvi. dijo...
15:55

Todo por la repugnancia a la medicina.

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