lunes, 19 de marzo de 2012
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Lecturas juveniles
Por Osvaldo Wegmann Hansen
Días atrás en un establecimiento de la ciudad, tuve la agradable sorpresa de ver a una joven, de unos 18 a 20 años, morena, cabellos muy largos, simpática, sumida en la lectura de un voluminoso libro. Hacía mucho tiempo que no me encontraba con una muchacha entregada de lleno a este placer, que para nosotros constituía poco menos que un vicio en nuestros tiempos juveniles. Ella es empleada de una empresa y por razones del servicio, a ciertas horas hay poco movimiento y no hay público que atender. En vez de estar sentada mirando el cielo raso o a través de los vidrios, observando a los automóviles que pasan por la calle, coje su libro y lee, lee con una avidez tal que emociona. Es de esperar que entre los jóvenes se esté recuperando el interés por la lectura, perdido en los últimos años, y no haya que hablar de apagones culturales. Me interesó, desde luego el personaje y la obra, y pregunté, simplemente:
-¿Qué lee usted, señorita?
Ella me mostró, sosteniendo, el libro y respondió:
-Una novela muy bonita. Es de Jack London. Se titula “El vagabundo de las estrellas”. Viera que es interesante. Me agarró y eso que leo solamente en mis ratos libres. Jack London es un escritor maravilloso...”
-Y me lo dice a mí – le respondí, emulando a Pascualini. – Ese libro lo había leído muchísimos años atrás. Y no sólo ese, sino muchos otros más de Jack London, como “EL llamado de la selva”, del que conservo varias ediciones: “Aurora espléndida”; “La expedición del pirata”; “Cuentos de los mares del Sur”; “El talón de hierro”; “El boxeador”; “Aventura”; la Reina de las Nieves” y “El mexicano”.
Los libros que leímos en la infancia y en la mocedad ya no se reeditan, por lo menos en el país. Es difícil encontrar ediciones extranjeras, a pesar de que se ha informado de que en Francia están reeditando a Julio Verne. Tal vez en él se justifique, por los viajes alrededor del mundo, la navegación submarina y el vuelo de la luna, llamando la atención las profecias del novelista galo.
En nuestros tiempos había grandes librerías muy surtidas y llegaban todos los libros nacionales editados en recordadas editoriales que hoy día ya no existen; también llegaban del extranjero, sobre todo de España. Conservo gran cantidad de ellos en mi biblioteca. Muchos son obras maestras de la literatura mundial; otras obras cumbres de la literatura chilena. Llegaban también revistas interesantes. Los niños leíamos “El Peneca”, “Don Fausto”, “Aventura”, editados en Santiago, y “Billiken”, “Tipperaary”, “Tit – Bitz”, “El Tony”, que se publicaban en Buenos Aires, desde donde llegaban además “El hogar, “El Suplemento”, “Don Goyo” y “Leoplan” que leían los adultos.
Las revistas de entonces no eran como las de hoy llenas de historietas y grabados. Con mucha lectura, con sus correspondientes ilustraciones y algunas tiras cómicas. Había cuentos muy adecuados para las mentes infantiles, todos ellos con fondo moral y, cosa interesante, se recibían colaboraciones. Yo publiqué cuentos en “El Peneca” a los 15 años y años más tarde colaboré en la revista “Intermezzo” de Buenos Aires.
Pero volvamos a los libros. A medida que los niños crecían y aprendían a leer, iban encontrando sus lecturas adecuadas: primero en los cuentos de Calleja, que nos llegaban desde España, y cuando eran un poco grandes venían los libros de aventuras, las novelas. Hace 45 años o más, estaban de moda las obras de Emilio Salgari: “Los náufragos del Liguria”, “Los náufragos del Spitzberg”, “El faro del fin del mundo”, “El rey de la montaña”, “Los tigres de Malasia”, “Sandokán” y muchas otras. Se leían los libros de A. Conan Doyle, con las aventuras de Sherlock Holmes y el Dr. Watson (aún recuerdo “Aventuras de un tesoro”); las aventuras de Nick Carter y las de Sexton Blake (“El misterio de los Tribunales”). Después venía Jack London, ya mencionado.
En una época en que estaban de moda las películas de cowboys, con Tim Mac Coy, Hoot Gibson, Buck Jones y Ken Maynard, llegaban a las librerías las obras de Zane Grey, sobre el Oeste Americano, con títulos como: “El jinete misterioso”, “Cazando Pumas en el gran cañón”, “oro desierto y odio”, “Río Rojo”, “La heroína de Fort Henry”, “El espíritu de la frontera”, “La última senda”, “El caballo de hierro” y “Lluvia de oro”.
Otro escritor que apasionó a la juventud de mi tiempo fue Karl May, el famoso explorador alemán que contaba sus propias aventuras en dos series de 16 y 24 tomos, respectivamente, tituladas “Entre los pieles rojas” y “Por tierras del profeta”, como temas del Oeste Americano y de los países árabes. Sus personajes son inolvidables, tales como Winnetou, el caudillo apache y Halef, el guía árabe.
Pero es seguro que ningún otro impactó tanto a la gente de mi tiempo, jóvenes y adultos, como James Oliver Curwood, con sus temas sobre Canadá. Sus novelas de aventuras son sencillas, amenas, ingenuas, pero atraen. Sus personajes son un cabo o un sargento de la Real Policía Montada del Canadá, un proscrito perseguido por la justicia, un cazador de pieles, una muchacha en peligro, siempre la más bonita del mundo, y en algunos casos un par de osos, como en “El rey de los osos”, o un oso y un perro, personajes de “Los nómadas del norte”. Recuerdo aún los títulos de “La mujer acorralada”, “La tragedia de la selva”, “La gloria de vivir”, “El bosque en llamas”, “Flor del norte”, “Cazadores de lobos”, “Buscadores de oro”, “El hombre de Alaska” y “Corazones de hielo”. La gran virtud de Curwood es la forma maravillosa en que describe la naturaleza de esos parajes, tan parecidos a los nuestros.
Después, pasando por Dumas, Dostoiewski, y Gorki, comenzamos a leer los autores de mayor éxito, los que ahora son “best seller”, por ejemplo. Estaban de moda las novelas de guerra, pintando los horrores del conflicto del 14. Nos iniciamos en este tipo de literatura, con el maravilloso libro de Eric María Remarque, una de las obras de mayor tiraje en el mundo, que nos pintó los horrores de la guerra: “Sin novedad en el frente”.
Después vinieron los ensayos, la historia, los Premio Nobel, las grandes obras que a bajos precios era posible adquirir en otros tiempos. Pero el amor por los libros comienza con las lecturas sencillas, la de las novelas de aventuras, que aquí recuerdo con emoción y cariño.
La Prensa Austral, 11 de diciembre de 1980.
Del libro De ayer y de Hoy de Jorge Díaz Bustamante
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Comments
1 comments to "Lecturas juveniles"
16:39
No he podido dejar de emocionarme, gracias a Dios.
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