viernes, 13 de abril de 2012

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Juan Mihovilovich: El día que el río nos llevó

3 comentarios

Alguno de nosotros lo soñó, o bien escuchó temblando detrás de una puerta de cocina que ese invierno sería de extremada crudeza y que el Río de las Minas incrementaría su caudal a límites insospechados, porque el cerro, cubierto de un espeso manto de nieve, se diluía con inusitada rapidez y sin que nadie pudiera evitarlo – como si aquel descongelamiento actuara impelido por una invisible y enorme mano que lo conducía hasta la plaza – las aguas del río empezaron a crecer arrastrando bloques de hielo que las noches de todo el invierno gestaron en las junturas de las estacas, en los rincones malolientes de los cuatro puentes que unían las calles de la ciudad, y antes que pudiéramos entender por qué, un viento ululante golpeaba los portones de los patios, y olfateamos ese aroma de transitoria quietud que precede a los desastres para ver a lo lejos – pero no tanto como para no alarmarnos – una gruesa capa oscura y viva, una especie de sustancia viscosa que crecía a borbotones, y se nos acercaba rugiendo como si abriera una inmensa dentadura líquida presta a engullirnos y nos incitara, o para huir de los bordes secos y congelados de las orillas del río, o rezáramos sin mucha convicción por una detención improbable de las aguas, que ya estaban a una centena de metros y en menos de unos cuantos pestañeos incrédulos nos arrastraría el tiempo pasado y el presente, se llevaría con nosotros los endebles puentes de juguetes construidos de un extremo a otro de las negras estacas, arrojaría sin miramiento las banderillas ensartadas en el hielo que nos indicaban lugares de partida en la posible carrera de hombres, y pobres de nosotros si osáramos avanzar en sentido contrario como alguien que abría las aguas y llevaba de las manos a los niños elegidos, porque los milagros ocurren en sentido lógico – habíamos escuchado detrás de las puertas – , y sin saber si alguno lo soñó nos frotábamos los ojos como si fuéramos a despertar sacudidos por nuestras madres respectivas al lado de la cama, sin embargo, vimos como flotaron gruesos postes de alumbrado y tablones de terribles espesores chocaban sin cesar contra las bases de madera de los puentes que fueron derrumbándose como si aquella invisible mano les doblara sus erguidas posturas, y ya puentes y tablones – que no podíamos imaginar de dónde surgían – se deslizaron río abajo confundidos en un abrazo de intermitentes desencuentros, hasta que alguno – no supimos quién – dijo que el agua había rebasado los límites de contención y que sin control se desparramaba por las calles, del centro primero, y que luego penetró sin aviso por las puertas y ventanas de los barrios apartados, donde uno que otro gato de dormitorio se vio arrastrado sin motivo, y que una capa de lodo y extraños elementos se introdujo en la habitación de una anciana que jugaba solitarios tapándole los ojos, por lo que se creyó muerta, y muerta se fue siguiendo la corriente, que tarde o temprano – alguien lo dijo, pero no supimos por qué – llegaría al mar del Estrecho, y fue posible distinguir entre techumbres de zinc azuladas y marcos de vestíbulos deshojados, almaceneros que manoteaban sin gemidos, brazos extendidos de vendedores ambulantes, alzados como si no tuvieran razón de ser, y algo extraño sentíamos después de los tres días que duró el desborde de las aguas, algo así como si hubiéramos perdido los deseos de vivir o como si de pronto se destrozara un largo sueño que nos mantuvo ocupados patinando sobre el hielo durante tantos años, y que ahora – no sabíamos si despiertos al fin o dormidos para siempre – se había ido en pedacitos de tristeza dando tumbos contra las estacas del río y perdiéndose con todos nosotros corriente abajo.


Del libro de cuentos “El ventanal de la desolación”, 1989.

Comments

3 comments to "Juan Mihovilovich: El día que el río nos llevó"

Pilar dijo...
20:14

Magnífico relato. Impresionante.

Anónimo dijo...
21:02

Me parece increíble que esto que un escritor soñó haya pasado 23 años después, tal cual, asombroso.

Anónimo dijo...
22:39

I-M-P-R-E-S-I-O-N-A-N-T-E CUALQUIER SEMEJANZA CON LA REALIDAD ES PURA COINCIDENCIA

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