Imagen de 1905. De pie August Kark. Abajo, Hermann Heberhard W, Dorotea Heberhard W, capitán Hermann Heberhard Schmith, Luisa Heberhard Schmith, Rodolfo Stubenrauch y Ricardo Kruger. |
El primer colonizador de Última Esperanza fue don Hermann Eberhard, distinguido capitán de la línea alemana “Kosmos”, quien había servido anteriormente, desde 1883 a 1886 en las islas Falkland, a cargo de un vapor que transportó ovejas, para los primeros colonos de Magallanes. Considerándose todavía joven y sano, decidió integrarse al grupo de colonos patagónicos, y se vino a Punta Arenas. Aquí adquirió caballos y organizó una expedición por la costa del estrecho, encontrando todas las tierras ocupadas. Siguió a la Argentina y se estableció en Chimen Aike, donde obtuvo 40 mil hectáreas.
Un día lo visitó su paisano Augusto Kark, con quien conversó sobre la posibilidad de encontrar nuevas tierras para la ganadería y el tema se centro en las Llanuras de Diana, de las cartas inglesas. Consultaron un mapa y vieron lo difícil que era llegar hasta allí por tierra, por lo cual pensaron en una expedición por mar. Y esa noche de mayo de 1902 quedó decidida, pero con los medios más económicos, incluso en un bote. La expedición se haría en invierno, para comprobar la crudeza del clima.
En los primeros días de junio de ese año, el capitan Eberhard y Kark llegaron a Punta Arenas, donde se entrevistaron con las autoridades y el Cónsul alemán, para exponerles sus planes. Obtuvo Eberhard un bote salvavidas de un buque naúfrago y lo aparejó para el viaje. Los planes eran ser llevados en vapor hasta bahía Ismus, en el Canal Smith, y la expedición entraría a remo a Última Esperanza, desde cuyas costas explorarían hacia el interior. Sus compañeros serían Augusto Kark, el marino Teodoro Huelphers y los ex guardiamarinas Cattle y Game de la marina inglesa.
El 12 de junio partió la expedición a bordo del buque inglés “Africa”, alcual Eberhard sirvió de práctico en el estrecho, a cambio del transporte del bote y víveres, hasta bahía Ismus, donde fueron desembarcados finalmente. Arrastraron el bote por el istmo y a remo y vela navegaron por los mares interiores, con tiempo helado, mientras el termómetro marcaba 6 a 8 grados bajo cero. Tanto es así que el reumatismo comenzó a afectar al capitán.
Eberhard no iba totalmente a ciegas. Llevaba brújula y un mapa, facilitado seguramente por los oficiales chilenos Valdés y Pacheco, de la Armada, que habían estado en la zona y lo asesoraron. Así sabía bien con lo que se encontraría y fue con el paso Kirke, que pasaron con marea favorable de 8 a 10 nudos, que casi hizo zozobrar a la embarcación. Varias veces acamparon en la costa, levantando sus carpas y encendiendo fogatas para calentarse y cocinar sus alimentos, con buena o mala leña. Así transurrían los días, hasta que llegaron a Dissapointment Bay donde tuvieron dificultades para desembarcar, debido a la playa larga y al hielo. Allí permanecieron varios días, que aprovechó Eberhard para explorar la zona interior, en compañía de Augusto Kark. Allí encontró varios lagos y las famosas Llanuras del Diana, que resultaron pantanosas. A lo lejos divisó una sierra, que denominó Dorotea.
Terminada la exploración, algunos quisieron volver, pero el capitán insistió en seguir viaje, por la costa del seno Última Esperanza, para ver como eran las tierras más allá de las llanuras. Ya estaban en julio y hacía más frío. Encontaron una canoa con indios, en los alrededores de la península, que Eberhard denominó Moore. Ya habían bautizado la Isla de los Cisnes. Siguieron bordeando la costa y se encontraron con las islas ratón y lagartija, luego con la isla guanaco, donde vieron a un guanaco solitario.
Había tres enfermos, entre los tripulantes. Eberhard dejó a Kark cuidándolos y él se internó solo por los campos de la costa y volvió diciendo que eran muy buenos. Entonces sus compañeros estimaron que era oportuno volver. Pero él decidió visitar aún el último rincón, o sea el pequeño fiordo que se abría desde las inmediaciones de Punta Jamón. Y entraron al fiordo Eberhard, que así lo bautizaron los tripulantes, y allí había 8 pulgadas de nieve y 12 grados bajo cero de temperatura. Pero Eberhard, tenaz, salió a explorar y regresó diciendo que no había nada nuevo. Eran terrenos buenos para la ganadería, donde después estableció su estancia “Consuelo”. En esos momentos los compañeros enfermos se sentían bastante mejor y él les anunció que regresarían lentamente.
Aparejaron el bote y se largaron a la vela. Pasaron a la isla Guanaco y Eberhard bajó a cazar el guanaco solitario, para tener carne fresca. El 17 de julio en la mañana, con buen viento, partieron de un viaje a la Isla de los Cisnes, desde donde continuaron a remo. Pasaron múltiples aventuras, sobre todo en Ancón sin Salida, donde debido al oleaje el bote se atravesó en la playa y se dio vuelta, mojándose la mayoría de los pocos víveres que les quedaban.
El 30 de julio llegaron a Ismus Bay y esa misma noche pasaron el bote sobre el istmo, hasta la costa del Canal Smith, donde instalaron su campamento, en espera de la pasada de un barco de la Línea “Kosmos” que los recogería. Agustiados vieron pasar los días, hasta que el 5 de agosto, a las 4 de la tarde divisaron un vapor e hicieron una gran fogata. La nave acudió en su auxilio y los llevó de vuelta a Punta Arenas.
Un año después el capitán Eberhad viajó a Europa, en busca de material y de una lancha para fundar su estancia. Así comenzó la colonización en Última Esperanza, cuya capital Puerto Natales cumplirá 70 años el próximo domingo 31.
Una calle de la ciudad se denomina Hermann Eberhard. Y “Capitán Eberhard” también en homenaje al pionero, el principal hotel de turismo de esa provincia.
La Prensa Austral, 28 de mayo de 1981.Recopilación de Jorge Díaz Bustamante.
Comments
0 comments to "Osvaldo Wegmann: El pionero de Última Esperanza"
Publicar un comentario