domingo, 27 de mayo de 2012

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El primer Correo a Natales

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Hace poco tiempo se celebró el 70º. Aniversario de la fundación de Puerto Natales. En esa ocasión la Municipalidad entregó diplomas y galvanos, a los vecinos que vivían allí más de setenta años. Esto significa que cuando el pueblo se fundó oficialmente, ya había allí gente y desde luego casas; sólo faltaba el acta de fundación, que emitió en Punta Arenas el coronel Mardones. No se sabe exactamente cuando se instaló el primer poblador, pero fue varios años antes que el 31 de mayo de 1911, si nos atenemos al hecho que don Arturo Barría Gonzalez atendía con caballos el transporte de correspondencia de Punta Arenas a Puerto Natales, sin contar la que movilizaban los barcos, en sus viajes a Última Esperanza, llevando provisiones y materiales, para traer lanas y cueros en sus viaje de regreso. Eran tiempos difíciles, sobre todo en invierno, cuando la nieve impedía avanzar a los viajeros, que empleaban siete u ocho días en la jornada y otros tantos al regreso, siguiendo las huellas de los guanacos o los senderos bajo los bosques. El intenso frío hería al hombre, que en su trayecto buscaba el calor acogedor de una estancia o un puesto. Y esto fue durante años, en que las carretas y carros abrieron huellas, pasando por territorio argentino. Hasta que el Presidente Ibáñez, en 1930, entregó el camino nuevo a Puerto Natales y el puente colgante sobre el Río Rubens, que presta servicios hace cincuenta años. Y con la huella y el camino vinieron los automóviles Ford T., de bigotes, los Buick y otras máquinas que atendieron, las primeras, el transporte de pasajeros en esas rutas.
El viejo camino, con su colección de pantanos, fue testigo de los viajes esforzados de los pioneros como Avelino Fernández, Rudecindo Martínez, Lucas Zalatic, Manuel Díaz, Mateo Draguicevic y otros campeones del volante, que sirvieron a la colectividad, movilizando pasajeros entre Punta Arenas y el pueblecito que nacía. Pero ahora nos referiremos a Arturo Barría González, hombre modesto y silencioso, que tomó a su cargo el correo interdepartamental en al año 1908. Entonces Natales era un villorio semejante a Puerto Prat, que servía de caleta de embarque de los productos regionales de las estancias y del frigorífico. Había un grupo respetable de gente que tenía parientes en el resto del mundo y que por derecho propio anhelaba comunicarse por medio de la palabra escrita. Y lo hacía entregando y recibiendo cartas de don Arturo Barría, quien para hacerlo atravesaba las pampas y los bosques, donde aún no había huellas, en los meses de invierno y verano, montanto un ágil caballo y llevando a otro de tiro.
Arturo Barría solía contar sus aventuras y recurría a una bitácora que había llevado de sus viajes. Hay constancia de que varios rocines, extenuados por el esfuerzo, lo abandonaron en medio del camino. Sus mondos esqueletos, blanqueados al sol, quedaron durante muchos años como hitos involuntarios de la ruta, que abrieron cocheros y carreteros. Mostraban a los que siguieron los esfuerzos y sacrificios que significaban abrir el prolongado camino.
Barría dejó pronto los caballos. Las mujeres y los hijos de los colonos no podían movilizarse a lomo de las bestias. Mientras tanto algunos valientes habían adquirido automóviles Ford T y comprobaban la eficacia y nobleza de estos cacharros. Nuestro personaje compró un Buick, que parecía una góndola. Era de color gris, con capota de lona y prestó servicios en la huella durante más de veinte años. En más de una ocasión, en invierno, quedó detenido en la nieve y mandó a sus pasajeros a alojar a una estancia vecina. Pero él como capitán con su buque, quedaba en el auto, dormía en él con temperaturas de varios grados bajo cero y aguardaba el día siguiente, que llegase ayuda, para seguir adelante.
Sus hijos, Pedro y Carlos Barría Bazalo, con sendos automóviles modernos, también atendieron el servicio interciudades, mientras el padre no abandonaba su Buick, que parecía una barcaza. La gente le tenía confianza y lo prefería. Y seguía siendo el correo oficial.
Arturo Barría González murió hace como cuarenta años. Nadie se acordó de su contribución al progreso de Magallanes, cuando este pionero de las comunicaciones cerró los ojos para siempre.

La Prensa Austral, 25 de junio de 1981. Osvaldo Wegmann Hansen Del libro DE AYER Y DE HOY. Recopilación de Jorge Díaz Bustamante.

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