Por Pepito El Breve
Fue
en, la capital, era abril, de primera no la reconocí, nos quedamos mirando.
-yo a este tipo lo conozco-, dijo, y nos saludamos de abrazo,
sonreía, buena onda, rostro lozano, pelo
corto casi de hombre la misma chomba café con leche que usaba antes.
Recordé que era psicóloga ¿en qué estás?, pregunté
-Bien, así como me ves,
vivo en el campo y de activista
cannabis-, dijo
-Pero también haces clínica-,
comenté
-Muy poca, casi nada, esto me consume todo el tiempo,
apoyamos al psiquiatra acusado de tener una plantación de marihuana, alegó inocencia y de que la yerba la usaba
como terapia medicinal.
Me dio cierta envidia, admiré su valentía y cuestioné mi
pasividad, me sentí viejo y cobarde, evoqué mis años de militancia en el sur aunque
estaba a la retaguardia, con lo cartelero que era demás podía pasar a la
vanguardia, al fin como todo lo que emprendo lo abandone a su tiempo y eso que
yo venía de la droga más dura, el alcohol.
-Chao y buena suerte en tu utopía , le dije. No venía al caso
argumentar con ella que dudo que la legalice ni este, ni otro ni un posterior
gobierno, a lo más la volverán a incorporar en la lista de drogas blandas. Me
pregunté si era de verdad mejor que sea legal, o que siendo pública no se
desvanecerían los espíritus porque le quitarían ese sabor clandestino.
-Pronto vas a
escuchar hablar de mí- dijo. Y me vino a
la mente el aforismo del jipi Mauricio, según cuentan hoy por hoy convertido en
dirigente ambientalista: “cómo cambian
las cosas, en los ‘80 era mejor pasar por volao que por político y hoy es mejor
pasar por político que por volao”.
Temí por ella, que la descubrieran, infundadamente porque al
fin y al cabo era activa y pública. Recordé al psiquiatra y aquello de por qué
si la yerba es medicina, un goce espiritual, un ritual de tribu que fomenta la
sociabilidad tales argumentos no crearon
convicción suficiente en los jueces, más allá de toda duda razonable, que al
final lo terminaron condenando.
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