jueves, 2 de octubre de 2014

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La importancia de llamarse Allende

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Por Pepito El Breve
Presidente Salvador Allende.
Con esa frialdad antártica de elite del todo opuesta al estilo comunísimo y la humilde calidez pueblerina de Bachelet, la senadora socialista Isabel Allende se ve hace tiempo predestinada por derecho hereditario a dirigir el país. Fiel a si misma, sin inmutarse, no creo que alguien la haya escuchado alguna vez soltar una carcajada cumbianchera, expresó en una entrevista a El Mercurio que la gente en la calle la detiene para decirle que “un Allende debería llegar a La Moneda” y, asumiendo sobrellevar tamaña carga emocional que ello exige estaría, estoicamente, dispuesta a cumplirlo.

En tiempos que los políticos hacen gárgaras con el cuento de la meritocracia, la senadora, a riesgo de pecar de honestidad, siempre ha remarcado la importancia de apellidarse Allende, lo que conllevaría imponerse en las urnas por cuestión de linaje, no por nada al nacer le colocaron nombre de reina, su bisabuelo fue serenísimo gran maestro de la masonería y ¡ni qué decir de su progenitor presidente! Por lo que en su heráldica familiar resaltaría el escudo de bandas y así la posibilidad de llegar a La Moneda estaría, entonces, predeterminada, al igual como el acceso a la educación de calidad, desde la cuna.

Con el inmenso cariño que le prodiga a la postura dinástica que con devoción monacal deberían reverenciar los súbditos electores primero del padrón electoral partidario, luego de la coalición y después de la ciudadanía entera, se ve finalizando la tarea inconclusa de los tres años que le faltaron a su padre y hacer uno más de yapa.

Porque gracias a las granjerías oligárquicas de las familias de bien chilena, no por ser envidiosa, sino por ser de izquierda, debe encontrar intolerables que los Alessandri y Frei, en esto de parientes presidentes, le lleven la delantera.

Algunos magallánicos todavía recuerdan el efímero paso de la entonces diputada Allende por la Región, cuando en su vano intento por ser candidata a senadora ninguneo a sus contrincantes al comentar que en el senado iban a estar los Longueira, Allamand y Frei por lo que allí debería estar una Allende; que fue casi como decir que, no porque sean ordinarios, pero el hemiciclo no era lugar para un Muñoz o Bianchi.

Para desgracia de los Soto y Tapia, que por carecer de genealogía gubernamental, meros ciudadanos de a pie, la primera magistratura del país le estaría vedada pero, para consuelo de clase y política inclusiva, podrían aspirar a presidente de curso, del centro de padres y apoderados, una que otra junta de vecinos o presidir la cámara de los comunes y corrientes.

Fue el maestro de Bolívar, Simón Rodríguez allá por el siglo XIX quien expresó: “Innovamos o erramos” ¿qué tal entonces si postulamos como futuro presidente a un mapuche?, pero, eso sí, para agrado de la senadora, que tenga su buen Küpalme, ojalá de machi y lonko, porque en nuestro país a diferencia de Brasil un Lula o Marina sería imposible, aunque, pensándolo bien los dos se apellidan Silva, capaz que sean de la misma familia. Es que en Chile, desde antaño, nos enseñan que valen más los apellidos que los méritos o ideas de las personas.

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