martes, 13 de julio de 2004
0Osvaldo Wegmann: El río de las minas
El Río de las Minas es algo así como un personaje de la ciudad. Forma parte de ella, la atraviesa y la divide. Pero desde hace más de veinte años corre tranquilo, semejando un prisionero, inmovilizado entre sus tabletacas, desviado, conducido directamente al mar por la mano del hombre, a su voluntad. Pero yo lo conocí de otra manera: libre, curioso, travieso, correteando por los barrios, por otro lecho, que con el tiempo rellenaron y cubrieron con casas, para meterlo derecho por la Avenida República, ocupando incluso la plazoleta con el busto de Roosevelt.
Muchas veces con los deshielos primaverales se desbordaba e inundaba los sectores ribereños. Las casas quedaban parcialmente bajo el agua, la gente se movilizaba en carros para llegar a sus hogares, con el primer piso anegado. Las autoridades y los bomberos recorrían el sector, para imponerse de sus desastres e imponían medidas de socorro. En mis primeros años de periodista en Punta Arenas me correspondió reportear al río, sus puentes destruidos sus desastres y sus consecuencias. Presencié los debates en la Municipalidad, donde cambiaban ideas y se realizaban estudios para canalizarlo. Había quienes querían sacarlo de la ciudad y hacerlo desaguar en bahía Catalina, ganando gran cantidad de terrenos para el progreso urbano.
Hasta que un día uno de los desbordes coincidió con la visita a Punta Arenas del Presidente de la República, general Carlos Ibáñez del Campo y de su Ministro de Obras Públicas, coronel de aviación Adalberto Fernández. Los escuché cuando el Presidente, bajo una intensa lluvia, le dijo al Ministro: "¿Qué le parece? ¿Lo canalizamos?" - "Ya no más" - Le respondió el Secretario de Estado. Fui uno de los primeros periodistas que dio la noticia. Los trabajos se iniciaron pronto, desde el puente de Zenteno al mar. Ahora se trabaja desde Zenteno al poniente. Y cosa curiosa. Desde que se canalizó el río no hemos tenido las grandes nevadas con sus tremendos deshielos, ni las lluvias constantes que hacían subir el nivel del caudal del río a límites insospechados.
El Río de la Minas fue descubierto por Sarmiento de Gamboa por allá por 1580. El encontró en sus márgenes las notables vetas de carbón, que doscientos cincuenta años después divisó Bernardo Phillippi. Por eso se le llamó Río del Carbón. En tiempos de la colonia el francés Liviniere descubrió grandes riquezas auríferas y el río fue invadido por buscadores de oro que lo llamaron el Río de las Minas.
Pero el Río de las Minas no es un ilustre desconocido. Exploradores, geólogos y naturalistas lo han recorrido desde su nacimiento al mar, lo han observado y lo han estudiado. Y han redactado algo así como un derrotero, describiéndolo en toda su extensión. Es claro que esto sucedió antes de la canalización.
Este río nace en una planicie que tiene 500 metros de altura, convertida prácticamente en turbales, que dificultan el tránsito del hombre. Comienza con un modesto hilo de agua que brota de una poza cualquiera. A momentos desaparece bajo la turba, para reaparecer cien metros más abajo. De repente adquiere volumen y fiereza y comienza a excavar un lecho profundo en la roca de la montaña, para formar un cañadón de paredes casi verticales. Ninguna laguna se interpone en su curso agitado. Pequeños afluentes aumentan su caudal. La selva desciende hasta el mismo río. Se observa la acción del hacha y del fuego. No obstante impera la belleza.
La mano del hombre, destruyendo los bosques ribereños, ha causado la erosión y los derrumbes. Aparecen estratos de arenisca y de pizarra y entre ellos se divisan las vetas del carbón, desde un metro de espesor, que van aumentando al interior hasta cuatro metros. A trescientos metros de altura se descubren bancos de conchas marinas petrificadas, de ocho metros de altura. El carbón es la gran riqueza de un futuro cercano, como que se calcula en la zona más de cinco mil millones de toneladas. Estos mantos, que se prolongan hasta Pecket, serían explotadas muy pronto.
El río de las Minas no es al fin y el cabo tan insignificante.
La Prensa Austral, 28 de Octubre de 1982
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