viernes, 22 de octubre de 2004

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CUATRO NARRADORES CHILENOS Y ALGUNOS POEMAS

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No son muy conocidos por sus poemas, pero vastamente reconocidos por su abundante y maravillosa obra narrativa, hoy se lo presentamos a nuestros lectores como empezaron siendo; poetas, y de los buenos.

RAMON DIAZ ETEROVIC

MUCHACHAS
Alguien como yo también las ama.

Las veo
cuando van rumbo a la fábrica,
o tras las cajas de un supermercado
contando treinta monedas
que no le pertenecen.

A veces ríen
-simples y momentáneas-
como flores
que no resistirán el invierno.

A su manera son felices,
y sé
que alguien como yo
también las ama.

GATO DE BARRIO
El gato
me observa
desde su rebeldía azul.

Suave, arisco,
como dulce enigma.

Adormilado en sus recuerdos
él entiende
mis dolores cotidianos,
la pequeña muerte que me espera
cuando cada mañana
abro la puerta de mi casa
y me clausuro.

CÁRDENAS
Algunas tardes vuelvo a la cantina
donde él embriagaba su sonrisa provinciana.
Sus poemas saltan a mi memoria,
Como huidizos y lejanos copos de nieve.
Recuerdo las calles
que recorrimos
mientras el viento
-aquel del sur y en el corazón -
nos decía
que éramos tan frágiles
como los rayos del sol
en un amanecer magallánico.

Algunas tardes
su nombre asoma en el vino que bebo.
Y es como una llama
que ilumina el camino,
ahora
que estoy solo
y los amigos se han ido
sin anunciar la fecha del regreso.

AUTORRETRATO DEL OTRO
Hay un hombre que recorre por las noches
las calles de un país que no se nombra.
Se parece a mí, a otros, a todos.
A veces sueña y a veces ríe,
mientras mira sus dientes en una vitrina.
Le gusta detenerse en las esquinas,
explorar sombras y temores,
ocultar su rostro a los extraños.
Al amanecer reniega de sí mismo
y de sus pecados inconfesables.
Regresa a su casa.
Bebe un café, lava su cara
y aprisiona su corbata entre los dedos.
Luego,
despojado de su verdad y de sus sueños
sale a recorrer las calles,
enmascarado.

Luis Sepúlveda - Las mujeres de mi generación

Las mujeres de mi generación abrieron sus pétalos rebeldes de rosas, camelias, orquídeas u otras yerbas, de saloncitos tristes, de casitas burguesas, de costumbres añejas, sino de yuyos peregrinos entre vientos.

Porque las mujeres de mi generación florecieron en las calles, en las fábricas se hicieron hilanderas de sueños, en el sindicato organizaron el amor según sus sabios criterios.

Es decir, dijeron las mujeres de mi generación, a cada cual según su necesidad y capacidad de respuesta, como en la lucha golpe a golpe en el amor beso a beso.

Y en las aulas argentinas, chilenas o uruguayas supieron lo que tenían que saber para el saber glorioso de las mujeres de mi generación.

Minifalderas en flor de los setenta, las mujeres de mi generación no ocultaron ni las sombras de sus muslos que fueron los de Tania, erotizando con el mayor de los calibres los caminos duros de la cita con la muerte.


Porque las mujeres de mi generación bebieron con ganas del vino de los vivos, acudieron a todas las llamadas y fueron dignidad en la derrota. En los cuarteles les llamaron putas y no las ofendieron porque venían de un bosque de sinónimos alegres: Minas, Grelas, Percantas, Cabritas, Minones, Gurisas, Garotas, Jevas, Zipotas, Viejas, Chavalas, Señoritas: Hasta que ellas mismas escribieron la palabra Compañera en todas las espaldas y en los muros de todos los hoteles, porque las mujeres de mi generación nos marcaron con el fuego indeleble de sus uñas, la verdad universal de sus derechos.
Conocieron la cárcel y los golpes, habitaron en mil patrias y en ninguna. Lloraron a sus muertos y a los míos como suyos. Dieron calor al frío y al cansancio deseos; al agua sabor y al fuego lo orientaron por un rumbo cierto.


Las mujeres de mi generación parieron hijos eternos; cantando Summertime les dieron teta, fumaron marihuana en los descansos, danzaron lo mejor del vino y bebieron las mejores melodías.

Porque las mujeres de mi generación nos enseñaron que la vida no se ofrece a sorbos compañeros, sino de golpe y hasta el fondo de las consecuencias. Fueron estudiantes, mineras, sindicalistas, obreras, artesanas, actrices, guerrilleras, hasta madres y parejas en los ratos libres de la Resistencia.

Porque las mujeres de mi generación sólo respetaron los límites que superaban todas las fronteras. Internacionalistas del cariño, brigadistas del amor, comisarias del decir te quiero, milicianas de la caricia. Entre batalla y batalla las mujeres de mi generación lo dieron todo, y dijeron que eso apenas era suficiente.

Las declararon viudas en Córdoba y en Tlatelolco. Las vistieron de negro en Puerto Montt y Sâo Paulo, y en Santiago, Buenos Aires o Montevideo fueron las únicas estrellas de la larga noche clandestina.

Sus canas no son canas sino una forma de ser para el qué hacer que les espera. Las arrugas que asoman en sus rostros dicen he reído y he llorado y volvería a hacerlo.

Las mujeres de mi generación han ganado algunos kilos de razones que se pegan a sus cuerpos, se mueven algo más lentas, cansadas de esperarnos en las metas. Escriben cartas que incendian las memorias. Recuerdan aromas proscritos y los cantan. Inventan cada día las palabras y con ellas nos empujan. Nombran las cosas y nos amueblan el mundo. Escriben verdades en la arena y las ofrendan al mar. Nos convocan y nos paren sobre la mesa dispuesta.

Ellas dicen pan, trabajo, justicia, libertad. Y la prudencia se transforma en vergüenza.

Las mujeres de mi generación son como un puño cerrado que resguarda con violencia la ternura del mundo.

Las mujeres de mi generación no gritan porque ellas derrotaron el silencio. Si algo nos marca, son ellas. La identidad del siglo son ellas.

Ellas: la fe devuelta, el valor oculto en un panfleto; el beso clandestino; el retorno a todos los derechos; un tango en la serena soledad de un aeropuerto; un poema de Gelman escrito en una servilleta; Benedetti compartido en el planeta de un paraguas; los nombres de los amigos guardados con ramitas de lavanda.

Las cartas que hacen besar al cartero. Las manos que sostienen los retratos de mis muertos. Los elementos simples de los días que aterran al tirano. La compleja arquitectura de los sueños de tus nietos. Lo son todo y todo lo sostienen, porque todo viene con sus pasos y nos llega y nos sorprende. No hay soledad donde ellas miren, ni olvido mientras ellas canten.

Intelectuales del instinto, instinto de la razón. Prueba de fuerza para el fuerte y amorosa vitamina del débil. Así son ellas, las únicas, irrepetibles, imprescindibles, sufridas, golpeadas, negadas pero invictas mujeres de mi generación.



ROBERTO BOLAÑO

RESURRECCIÓN
La poesía entra en el sueño
como un buzo en el lago.
La poesía, más valiente que nadie,
entra y cae
a plomo
en un lago infinito como Loch Ness
o turbio e infausto como el lago Batalón.
Contempladla desde el fondo:
un buzo
inocente
envuelto en las plumas
de la voluntad.
La poesía entra en el sueño
como un buzo muerto
en el ojo de Dios.

LOS DETECTIVES HELADOS
Soñé con detectives helados, detectives latinoamericanos
que intentaban mantener los ojos abiertos
en medio del sueño.
Soñé con crímenes horribles
Y con tipos cuidadosos
que procuraban no pisar los charcos de sangre
y al mismo tiempo abarcar con una sola mirada
el escenario del crimen.
Soñé con detectives perdidos
en el espejo convexo de los Arnolfini:
nuestra época, nuestras perspectivas,
nuestros modelos del Espanto.

LOS PERROS ROMÁNTICOS
En aquel tiempo yo tenía veinte años
y estaba loco.
Había perdido un país
pero había ganado un sueño.
Y si tenía ese sueño
lo demás no importaba.
Ni trabajar ni rezar
ni estudiar en la madrugada
junto a los perros románticos.
Y el sueño vivía en el espacio de mi espíritu.
Una habitación de madera,
en penumbras,
en uno de los pulmones del trópico.
Y a veces me volvía dentro de mí
y visitaba el sueño: estatua eternizada
en pensamientos líquidos,
un gusano blanco retorciéndose
en el amor.
Un amor desbocado.
Un sueño dentro de otro sueño.
Y la pesadilla me decía: crecerás.
Dejarás atrás las imágenes del dolor y del laberinto
y olvidarás.
Pero en aquel tiempo crecer hubiera sido un crimen.
Estoy aquí, dije, con los perros románticos
Y aquí me voy a quedar.

HERNAN RIVERA LETELIER

PLEGARIA AL PASO
Señor
hazme invisible
como un buen árbitro de box.

EL ENVENENADOR DE PERROS
Exhausto de repartir sus hostias
hasta casi el amanecer
se levanta a la hora del almuerzo
se lava las manos a la manera
de los sacerdotes
y se sienta a la mesa
Su mujer le sirve en silencio
-su mujer es mansa y doméstica hasta lo canino-
y resignadamente
echada a sus pies
lo observa malicioso oliscar las albóndigas.

EPITAFIO A MI PADRE MUERTO EL 73
No levantéis de ese modo las cejas:
El viejo se murió de silicosis.

ELEGIA CON INSTRUCCIONES DE JULIO CORTAZAR
Cuando nuestras escaleras mecánicas
comiencen a atascarse una a una
irremediablemente y porque sí
y amontonados a los pies
de sus cadáveres decorativos
nos quedemos mirando hacía arriba
sin saber qué hacer
lo que nos hará falta entonces
más que instrucciones para subir una escalera
será esencialmente
instrucciones para llorar.

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