Por Ignacio Garcia Henriquez
El edificio de madera del Seminario de Ancud, regentado por los padres jesuitas, crujía entero, como un barco en medio de una tormenta, aquella mañana del mes de junio de 1912. Las paredes y los techos se estremecían con los embates furibundos del viento y la lluvia.
Los alumnos del Reverendo Padre Joaquín Agnon - una autoridad en Cosmografía que andando los años llegó a Rector del colegio que los padres tienen en Buenos Aires - bien arrebujados en nuestras abrigadoras mantas isleñas, mirábamos inquietos las ventanas de la clase, cuyos vidrios empañaban el azote del agua, haciendo esfuerzos para atender a las palabras del sabio maestro. A cada momento arreciaba más el temporal afuera. Nuestro desasociego culminó cuando comenzamos a escuchar los agoreros sones de la campana ubicada en el muelle. Eso significaba que una desgracia ocurría en la abierta bahía ancuditana. El padre Joaquín impresionado como nosotros, suspendió la clase. En los puertos chilotes la solidaridad con la gente de mar es muy profunda.
Mi calidad de secretario ocasional de la Intendencia me permitió doblegar al impertérrito Hermano Lete, guardian irreductible de la puerta de salida y llegar, calado de agua hasta los huesos, hasta la Aduana.
En la galería de este establecimiento fiscal encontré ya reunidas a las autoridades de la capital de la provincia. Estaban allì el Intendente, don Oliverio Garay Enriquez, el juez don Narciso Sánchez, el jefe de la Aduana, don Daniel Sánchez, el del Resguardo, don Toribio Rogel, el Tesorero Fiscal, don Salustio Suárez, el Obispo Monseñor Augusto Klinke, el comandante del regimiento teniente coronel don Fernando Soto Cortés, el médico don Liborio Sánchez, el cura párroco don Braulio Guerrero y numerosos vecinos. Por una rara coincidencia todos los nombrados eran oriundos de la isla y si en esos días de bonanza se sentían orgullosos como todos los habitantes de Chiloé, de tener proporcionalmente la más baja cuota de analfabetos y mayor número de escuelas del país, aquella mañana mostraban acongojados ante el drama que se desarrollaba en la bahía. La barca de tres palos, la "Theguettof", mientras era remolcada por el "Intendente Rodríguez" para salir al mar abierto, había cortado sus amarras y comenzaba a garrear hacia las rocas de la isla de Cochinos, que cierra el estuario del río Pudeto.
Dada la braveza del mar no había posibilidad de que el vapor volviera a tomar nuevamente el remolque. El naufragio del gallardo velero se consideraba inevitable; y se produciría fatalmente a la vista de un pueblo que llenaba angustiado toda la playa, desde La Arena hasta el Fuerte Castillo, construído por los españoles de "cancagua", especie de ladrillo natural y de mucha consistencia y durabilidad.
La "Theguettof", impulsada por el viento y el oleaje, enfilaba en esos momentos su popa hacia los requeríos de la isla Cochinos, contra los cuales se hacían polvo de agua, al reventar, las inmensas olas. Lejos de amainar, el temporal arreciaba a cada momento y la lluvia caía en verdaderas cascadas.
Era imposible intentar un salvamento en tales condiciones. Pero el grupo de autoridades no se conformaba con lamentar la tragedia sino que hacía esfuerzos para poder salvar por lo menos al capitán de la "Theguettof", Oyarzo y sus tripulantes, todos ellos chilotes. El hecho que la esposa del capitán Oyarzo se encontrara a bordo - había sido embarcada el día anterior, después de haber permanecido varias semanas en el hospital, para ir a convalecer a Valparaíso - hacía más dolorosa la tragedia.
Algunos antiguos navegantes, ex capitanes de barcos a vela - como don Juan Banner, don Augusto Hollemberg y Yentzen, llamado paradojalmente el "capitán guagua" por su corpulencia, - después de cambiar ideas entre sí, opinaron que se podía intentar, con una arriesgada maniobra en bote, salvar a la tripulación.
Bastó la sola insinuación de este modo de salvataje para que de inmediato las autoridades resolvieran llamar a los fleteros que deseaban participar en esta hazaña que podía ser fatal para los que participaran en ella.
Para realizar la temeraria empresa se necesitaban ocho remeros y un piloto que tripularían uno de los grandes botes usados en ese mar tan abierto al implacable viento norte. Se designó para pilotear la embarcación y elegir a los remeros al "Chamaco". Era éste un mocetón de recia musculatura, aunque bajo de estatura. Se le sabía decidido y valiente, de mucho ascendiente sobre sus compañeros, y hábil hombre de mar capaz de desempeñarse audaz e inteligentemente para llevar a cabo la arriesgada maniobra.
Se trataba de conseguir que la "Theguettof" se varara de costado, en el lugar de popa como se veía que iba a suceder, sobre la implacable costa de la isla Cochinos, a fin de producir un remanso - aunque fuera por pocos minutos - el que sería aprovechado por el capitán Oyarzo y su tripulación para desembarcar.
En una tarea fatigosa y difícil. El bote tenía que acercarse lo suficiente al velero para poder coger una espía que desde él o lanzaran; aguantarse en esta posición hasta que la amarraran a la popa y luego hacer resistencia desde ese punto para que la nave se "atravesara" y se fuera de costado contra la playa
Entonces empezó la lucha titánica del bote contra el mar. Apenas abandonó la pequeña ensenada las olas comenzaron su asalto. Por un momento pareció que lo iban a azotar contra el muelle. Fue cosa de unos pocos minutos. Los audaces remeros aún no habían calentado sus músculos, pero pronto se vio como apoyando sus pies descalzos en las bancas del bote con las fuertes manos, semejantes a garras, en los remos, clavaban estos en las aguas turbulentas y salían victoriosos de ese primer encuentro con la marejada. Sus gorrras y chaquetones de hule resplandecían bajo la lluvia mientras ellos se inclinaban a compás para así tenderse luego hacía atrás en el poderoso esfuerzo de cada remada que hacía avanzar a la embarcación.
Desde la playa la multitud, con un impulso espontáneo, se había puesto a rezar en voz alta para que aquellos heroicos chilotes tuvieran la protección divina. A su vez desde la borda de la "Theguettof" la tripulación seguía ansiosa la arriesgada maniobra. Sabían bien que de su éxito dependía su salvación.
A ratos un silencio impresionante reinaba sobre la costa al ver el bote, como una cáscara de nuez, se perdía en las hondonadas de las enormes olas. Entonces la angustia hacia morir las palabras en los labios y el rezo se alzaba sólo en los corazones. Pero luego, al verlo reaparecer triunfante sobre la cresta de la nueva ola, la oración volvía a elevarse clamorosa y esperanzada sobre el rumor de la tempestad.
El suspenso de esta situación se intensificó cuando se pudo ver a través de la densa cortina de la lluvia y el chisperío de las olas, que el bote había conseguido su primer objetivo y enfilaba su proa resueltamente a la isla Sebastiana. Empezaba ahora la segunda y más difícil parte de la maniobra. Entonces todos, permanecieron en la playa en profunda y trágica expectación.
De pronto un solo grito de júbilo surgió del grupo más cercano a la isla de Cochinos al comprobar que la "Theguettof" viraba pesadamente para tomar la posición que indicara el plan de los viejos capitanes, maestros en dominar temporales. El buque seguía garreando, pero ya no en la forma peligrosa de antes. Los nueve chilotes redoblaron sus esfuerzos; y se reafirmó en la costa la esperanza de un salvamento tan pronto como la nave tocara las primeras rocas de la isla de Cochinos, donde numerosos isleños se aprestaban para cumplir la faena de salvamento asignada a ellos.
Unas últimas y poderosas remadas lograron que la "Theguettof" quedara de costado frente a la isla. En pocos minutos todos los tripulantes estuvieron a salvo, mientras la nave comenzaba a azotarse contra el roquerío. A la media hora de su encallamiento la "Theguettof" había sido destruida completamente por la furia de las olas, en tal forma que no quedaban vestigios de ella.
El salvamento de los tripulantes de la "Theguettof" había sido realizado en forma magistral y valerosa por esos lobos de mar: el "rucio", Navarro, Ojeda, Pérez, Calderón, Mansilla, Vera y Gutiérrez que dirigiera el recio "Chamaco"; y que ahora sin mayores aspavientos, como si hubieran cumplido una faena de rutina, comenzaron a remontar el río Pudeto, en unión de otros botes, conduciendo a los naúfragos de un hundimiento más en aquellas regiones.
Recopilación: Jorge Díaz Bustamante
"LA CRUZ DEL SUR", (Ancud) 12 de enero de 1957.
Comments
1 comments to "Naufragio del Theguettof "
11:39
Conocí el nombre Theguettof pues en casa en Ancud en los años 1950-1956 mi padre fue capitán de puerto y creo que el capitán Oyarzo a que se refiere es mi abuelo que viajaba con mi abuela.
Soy su nieto
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