Y la noticia se repite. Constantemente. Se trata de jóvenes bandoleros. Asaltantes. Drogadictos. Matan por pocos pesos. Se llevan un teléfono público. Un computador. Asaltan. Son malos. Muy malos. No tienen piedad. Y la gente se arma para defenderse. Y también los matan. Y mueren los chicos asaltantes. Y cada vez son más. Y más. Destruyen jardines infantiles. Se emborrachan. Se drogan. Una y otra vez vuelven a delinquir. Y cada vez son más los que comienzan la carrera delictual antes de la pubertad. Tienen 11, 12, 13 años. Y la cosa se torna imparable. De todas partes se alzan voces que dicen que hay que hacer algo. Y saltan los pedagogos. Los psicopedagogos. Los sociólogos. Los psicólogos. Los políticos. Los senadores. Los diputados. La señora presidenta. Los que saben. Todos saltan y saltan y saltan. No dejan de saltar. Y cada vez son más, más, más y más. Los que están fuera del banquete. Fuera de la fiesta. Fuera del jolgorio. Fuera del acceso. Fuera de lo mínimo. Muchos de ellos sin padres, sin madres, ni perro que les ladre. Sin posibilidad de educación, con dietas cercanas a un fakir, sin viviendas, sin gas, ni luz, ni agua. Sin agua. Sin agua. Sin agua. Y así no se puede vivir. Sin trabajo, sin un trabajo digno, sin un trabajo. Debe ser muy duro pasar un invierno sin trabajo. Pasar un día sin trabajo, una hora sin trabajo. Sin ni siquiera la posibilidad de tener un trabajo. Mirando por las vidrieras. Los artículos relucientes, mirando a gente bajar de sus automóviles, mirar a gente en los restaurantes. Comiendo. Mirar a los políticos desplazándose fugaces. Mirar a otra gente con buenos zapatos, con zapatos. Y en la casa nada, nada de nada. Ni arroz, ni pan, ni agua. Ni agua. Ni agua. Ni agua. Y gente de gobierno inaugurando tonterías. Un puente. Una plaza. Un hotel. Y ellos los abandonados de siempre sin acceso a nada. A nada. A nada. A nada. Y la fiesta continúa. Y en la periferia cientos de miles caminando alrededor de la noria. Buscando migajas. Pidiendo por favor. Anotándose en planes de desesperación a ver si consiguen un subsidio. De algo. De lo que sea. ¿Qué hacemos mientras tantos con nuestros jóvenes delincuentes? Bajamos la edad de imputabilidad y así nos protegemos de ellos. De ellos, de los desheredados, los olvidados, los marginados, los orilleros, los que danzan junto al desamparo. Las cosas seguirán así, hasta que a algún patán brillante que nunca falta, se le ocurra cobrar el aire. Entonces se lo cortarán. Y los chicos, nuestros chicos; se irán, se irán comprendiendo que este nunca fue un país digno de ser vivido. En donde la brecha entre rico y pobre es la misma que existe entre Andrómeda y la Tierra, 2,5 millones de años-luz.
Sin padre, sin madre, sin trabajo, sin educación, sin agua; yo no necesitaría un blog, no; necesitaría una pistola. Y buena puntería.
Sin padre, sin madre, sin trabajo, sin educación, sin agua; yo no necesitaría un blog, no; necesitaría una pistola. Y buena puntería.
Comments
5 comments to "Edad de imputabilidad"
11:42
anoche, veía un clásico del blanco y negro; una película donde mickey Rooney las hace de adolescente bandido y luego se redime por la acción del "padre Flanaggan". Hermosa película y que nos muestra de manera simple, el transfondo de falta de cariño en muchas de las historias de jóvenes abandonados. En chile hace falta más amor hacia los chilenos, especialmente aquellos que no llegaron al baile
javier
10:14
terrible lo que tan bien cuentas y tanta gente comprando inutilidades en los mall, matando el comercio de sus ciudades, endeudándose algunos para tener la tele más grande... tienes razón sólo nos queda el aire.
15:47
Además de gustarme lo que dices, me gusta como lo escribes.
11:49
excelente mirada. me gusta como cuentas lo que cuentas!
saludos, paola
10:54
Tu articulo es una "delikatessen", y tienen toda y ninguna razón en lo que escribes. Hay ricos que no tienen empleo, ni agua, ni aire, ni esperanza, ni padre, ni educacion... solo mucho dinero...
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