jueves, 19 de enero de 2012

1

Una belleza plena

1 comentarios
Por Devito

"Recuerde el alma dormida/ avive el seso y despierte/ contemplando, como se pasa la vida, como se viene la muerte/. Así comenzaban las "Coplas a la muerte de su padre" de un tal Jorge Manríquez, uno de los tantos notables autores de la literatura clásica española, que tuve el privilegio de leer y exponer algunos de sus sabios contenidos en el colegio frente a mis compañeros y compañeras y bajo la atenta supervisión de mi inmisericorde profesora de castellano.

A los 13 años tuve el honor de conocer mediante la lectoescritura a varios de estos grandes autores. Ocurrió en la convulsionada e incomparable década de los ochenta, cuando era un precoz estudiante liceano en mi natal Puerto Natales y estaba por dejar de ser un niño de primaria o preparatoria. Mi recta y despótica profesora de castellano, doña Graciela, tenía el hábito de estimularnos constantemente anunciándonos que en cada clase nos haría disertar al azar (a cualquiera le podía tocar) para que así todo el curso leyera aquellos bellos pero entonces incomprendidos textos de corte humanista, caballeresco, aventurero, teatrales, históricos, religiosos, románticos o poéticos, que por lo demás eran lecturas obligatorias impresas en los libros de primero y segundo año medio, de los autores Monti y Orlandi.

Eran obras universalmente conocidas, a saber: "El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha", del inmortal Miguel de Cervantes; "Fuente Ovejuna", de Lope de Vega; "El gran Teatro del Mundo"; "El Lazarillo de Tormes"; "La Vida es Sueño" de Pedro Calderón de la Barca; los escritos de salvación ante los pecados narrados por San Juan de la Cruz; las Églogas de Garcilaso de la Vega o las Rimas de Amor del gran Gustavo Adolfo Bécquer. También se leía al griego Homero que contaba las hazañas de los héroes helenos en la "Ilíada" y la "Odisea" y a escritores chilenos, como José Eustacio Rivera; Carlos Pezoa Veliz, autor de "Tarde en el Hospital" y Baldomero Lillo escritor de las obras dramáticas "Sub Sole" y "Sub Terra". Eran también lecturas obligadas la obra gaucha "Martin Fierro" del notable autor argentino José Hernández; "Los Cuentos de la Selva", del uruguayo Horacio Quiroga y otras.

La métrica, las metáforas, las hipérboles e hipérbaton, la comprensión lectora y la profe Graciela, hacían del castellano una asignatura de temer entre el alumnado del área humanístico científico del entonces Instituto Politécnico, que también impartía enseñanza técnica profesional y comercial. Para quienes no teníamos el libro de castellano (no por capricho sino porque simplemente no contábamos con el dinero suficiente para adquirirlo en el comercio), la clave era conseguírselo con tiempo en la única biblioteca pública del pueblo y para ello había que inscribirse con anticipación y esperar su turno para obtenerlo por uno o dos días, dependiendo de la demanda que tuviera el texto. A veces ocurría que los solicitantes eran muchos y los textos pocos, de manera que algunos compañeros (as) quedaban sin leer, lo que era lamentable, pues para nuestra exigente profesora aquello no era excusa válida a la hora de calificar.

En el curso 2° "B" éramos solo siete varones y quince damas y a pesar de ello controlábamos a nuestras compañeras sin mayor esfuerzo e imponíamos nuestra voluntad masculina en todo lo que a planificación de actividades del curso se refería. En toda época y tiempo en una etapa tan bella de la vida, suele ocurrir por naturaleza, quizás por sentido común o necesidad social que los adolescentes formen sus grupos de amigos (as) sea por afinidad, gustos, forma de ser, simpatía u otro subterfugio. Lo cierto es que de esta tendencia natural y lolera nadie quedaba exento. Tres hombres y cuatro mujeres formaban mi grupo afín. Alma, Bernardita, Tamara y Estela, eran las damiselas. Juan Rosamel, Chito y yo, representábamos al otrora llamado sexo fuerte.
Del grupo, no todos éramos buenos lectores, o para ser justos, no ha todos les gustaba leer. De manera que obtener el préstamo de un libro en la biblioteca o no obtenerlo les daba igual a los poco amigos de la lectura y por tal motivo doña Graciela, que los conocía y hasta era capaz de identificarlos con el dedo, no aceptaba a nadie que diera como justificación el hecho de no obtener el préstamo de un libro y por consiguiente aplicaba el viejo proverbio: "ley pareja no es dura". Claro, siempre suelen pagar justos por pecadores y en ocasiones ocurría que buenos alumnos no habían tenido la suerte de alcanzar un libro en biblioteca e igual se presentaban a la clase siendo calificados por doña Graciela con la nota uno. Las alternativas para evitar obtener mala calificación, eran no asistir a clases el día "x" o simplemente asistir pero no ingresar a la hora de castellano (opción esta última demasiado riesgosa pues podía costar una citación al apoderado acompañado de una suspensión por varios días).

En medio de estos avatares de mi vida liceana, uno de mis amigos entrañables poseía una especie de yeta o fatalidad cada vez que rendía una prueba o se paraba frente a sus pares para disertar. Era un tipo de buena estatura, semi enjuto, callado, tímido, moreno, de rostro poco agraciado (al decir de las feminidas) y de apariencia retrograda. "Mamerto" o "El Trauco" (como solíamos llamarlo los amigos más cercanos), tenía buen poder adquisitivo y se destacaba por ser uno de los primeros en comprar los libros que periódicamente pedían en el colegio. Sin embargo, siempre sacaba malas notas desconcertando a todos y un día mientras tomábamos un helado sentados en la vitrina de un local comercial del centro de la ciudad, me confesó muy afligido de la mala estrella que lo perseguía. Según su versión, siempre se esforzaba estudiando y leyendo las materias y los textos dados en todas las asignaturas y me aseguraba que se aprendía los contenidos, pero al momento de "los que hubo" le pasaba algo inexplicable, estando a punto de rendir un examen o hacer una disertación, se le olvidaba todo, según sus propias palabras "su mente quedaba en blanco" sin acordarse siquiera del título de lo que había leído o estudiado. Yo trataba de consolarlo diciéndole que podía ser los nervios que lo traicionaban en tales circunstancias, aunque sinceramente no le creí nunca su versión de la mente en blanco, pero tampoco puedo afirmar que lo que le pasaba era consecuencia de no haber estudiado, porque nunca fui testigo presencial de lo que hacía o no en materia de estudio, aunque obviamente el aseguraba que lo hacía con gran dedicación.

Hoy, a mis años y como educador que soy, creo que en rigor tenía razón y pudo haberle pasado aquello de "nublarse" frente a una exigencia. Soy un convencido de que si mi amigo "Mamerto" estuviera estudiando hoy en alguno de los liceos de Natales, su caso sería tratado integralmente, con un plan de estudio diferenciado, donde junto con desarrollar sus potencialidades intelectuales se le darían las facilidades para ejecutar variadas actividades complementarias compatibles con sus habilidades y capacidades motrices. En la década de los ochentas estos criterios no existían o mejor dicho, no se conocían, de manera que la premisa era, "el educador enseña, el educando aprende" y no había más alternativa. Así dadas las cosas el que estudiaba sabia y era promovido, el que no lo hacía, no sabia y repetía curso.

En esta lógica de enseñanza no calzaba mi amigo y su sufrimiento era patético cuando al momento de tomar un examen, el profesor o la profesora nos distribuía al interior de la sala de clases separados uno del otro a unos tres cuerpos de distancia. Desde mi pupitre miraba de reojo a mi amigo y lo veía con cara de asustado, sobresaltado oteando tímidamente para todos lados con un birome en la mano que hacia girar entre sus dedos sin parar. Cada cierto tiempo carraspeaba suavemente, movía los hombros y continuaba. De pronto tomaba la prueba y la leía una y otra vez, volvía a carraspear y comenzaba a mirar con rara atención las paredes y el techo de la sala, tenía esa enfermante manía que después todos se lo reprochábamos y hasta hacíamos bromas de su comportamiento. La explicación que nos daba era que buscaba concentrarse, lo que resultaba contraproducente con las deficientes notas que finalmente obtenía.

Cada vez que a mi amigo le tocaba disertar era como una comedia teatral. La primera, segunda y tercera vez que lo presencié "se le borró la memoria" como él decía. Se paró frente al curso, yo siempre le tenía fe y creía honestamente que se iba a superar, pero no fue así. Doña Graciela iniciaba el interrogatorio preguntándole cosas como quién era el autor de la obra, lo que mi amigo no podía responder a pesar de habérmelo dicho media hora antes. En seguida la profesora pedía le diera a conocer dos ideas centrales del texto, lo que por cierto tampoco tenía respuesta. Pero lo peor para él ocurría cuando se le pedía contar el contenido de la obra que había leído. Entonces no sabía donde fijar la vista y a lo único que atinaba era mirar hacia el techo de la sala como buscando la ayuda de alguna divinidad celestial, luego emitía un suave carraspeo seguido de una rápida sacudida de hombros. A esa altura, los nervios lo delataban en demasía y la crueldad adolescente de los demás compañeros se ponía en práctica; risitas, gestos y carcajadas ante cada reprimenda que le hacía doña Graciela: "…Alumno porqué mira usted el techo…será que tiene allí escrito un torpedo? Si es así léalo señor, lo escuchamos…Quiero que sepa que no irá a sentarse si no le cuenta a sus compañeros por lo menos una línea de lo que leyó…" Esos infelices momentos debieron haber sido para mi amigo una tortura psicológica indescriptible que en nuestros tiempos seria drásticamente sancionada y estoy casi convencido de que le habría costado el cargo a mi profesora.

Pero el tiempo todo lo cura, lo cambia o lo cubre con el manto del olvido. El hombre era un buen tipo y creo que lo sigue siendo (aunque confieso que hace mucho tiempo que no lo veo). Cuando iba al liceo, orgullosamente nos comentaba que tenía un hermano en las fuerzas especiales del ejército y por eso él y su familia eran devotos del general Pinochet, cuyas fotos y poster adornaban el interior de su casa. Con mucho entusiasmo asistía a los desfiles escolares y también soñaba con seguir los pasos de su hermano enrolándose en la milicia y para ello postuló un par de veces a la escuela de suboficiales del ejército, pero entre tantos aspirantes no tuvo suerte. El ingresar a las Fuerzas Armadas en aquellos años estaba de moda y era además el gran salvavidas para los que no les gustaba el estudio. Por eso, en cada llamado que hacían las escuelas matrices, se agolpaban los alumnos que se encontraban cursando el segundo medio en adelante formando larga filas para inscribirse.

Pasó el tiempo y mi amigo se trasladó a la zona central del país en busca de mejores oportunidades laborales. Allí le pasó algo que cambió su vida, casualmente se vio involucrado en una protesta callejera en contra del gobierno militar que tanto admiraba y defendía en sus años mozos y conoció a una joven militante de las Juventudes Comunistas. Se enamoró de ella y se caso, hoy es padre de familia y hasta donde yo sé un anti derechista a carta cabal.

Cosas de la vida, sin dudas. En una oportunidad cuando yo era estudiante universitario y me encontraba en Natales de vacaciones, llegó sorpresivamente a mi casa para invitarme a ver una película gringa llamada "Mising" que había traído como novedad de Santiago y que trataba sobre los desaparecidos opositores al régimen militar imperante en Chile. Encontrarnos de nuevo después de mucho tiempo me causo una gran alegría (después de todo era un buen amigo) pero también me sorprendió cuando comenzó a hablarme en su particular estilo que tenía, en voz baja y en una postura semi solapada, de su nueva vida que llevaba en la capital y el desprecio que ahora sentía por Pinochet y el gobierno militar. Confieso que dudé un par de minutos de lo que me decía, su amor por la milicia y el régimen de facto se habían diluido sorprendentemente. Pensé ¿Y si este guevon se ha convertido en un informante o en un soplón de los milicos? Eran tiempos turbulentos y yo entonces militaba en un partido de oposición y era además dirigente estudiantil en Osorno. Después de escuchar parte de su relato, le pregunte en qué lugar seria la exhibición, el día y la hora y si habían otros invitados. Nuevamente me volvió a sorprender cuando me dijo que se había conseguido una sala de la biblioteca pública para mostrar allí la película y comenzó a leerme la lista de los que asistirían, casi todos compañeros y amigos de universidad que estaban de vacaciones, además de varios dirigentes de los partidos de oposición de Natales.

El encuentro sirvió para compartir, comentar y debatir acerca de la contingencia política local y nacional, de las actividades opositoras y partidistas que se estaban planificando en Natales y de otros condimentos del diario vivir. En cuanto a la película, hubo poco y nada que comentar. "Chito" se había convertido realmente en un opositor al general y a su gobierno. Después supe de muy buena fuente que mi amigo se enamoró tanto, pero tanto que de un día para otro "se le nubló la mente" y olvido todo lo relacionado con lo castrense y adopto la hoz y el martillo como símbolo de lucha contestataria al régimen militar. ¡El poder de las mujeres!

En las vacaciones nos volvimos a ver un par de veces más. En materia política se restableció la democracia en el país y pasaron veinte años de gobiernos concertacionistas. Del amigo "Chito" no he vuelto a saber más de lo que me cuentan algunos otros amigos. Sé que viene a Natales periódicamente pero ya no pasa por mi casa. ¿En qué estará ahora "Mamerto", mi amigo?

Comments

1 comments to "Una belleza plena"

Anónimo dijo...
21:50

por que cuando alguien dice que fue dirigente d eun partido d eoposición, lo hace en general...es bueno decir de la democracia cristiana...

Ultimos Post

 

Copyright 2013 All Rights Reserved Milodon City Cha Cha Cha