lunes, 17 de diciembre de 2012

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Vida, pasión y muerte de un solitario

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Por Edgardo Cea Oyarzún Profesor de Historia y Cs. Sociales.

Isla de los Muertos. Fotografía de Patricio Soto. 
                               
Lo conocí hace muchos años. Vivía solitario en la Isla de los Muertos, frente a Puerto Prat, en un rincón de los canales de Última Esperanza. Era un tipo robusto, moreno, de ojos negros y nariz filuda. Fumaba cachimba y usaba una gorra con visera larga. Tenía una mirada extraña, profunda y reía nervioso cuando nos contó su historia. Se llamaba Waldemar Heimpel.

Siempre nos habíamos imaginados que este personaje era un tipo rubio, de ojos claros y tez blanca. Nuestra sorpresa fue grande cuando al arribar a la islita nos recibió un hombre de ojos negros y de una barba de pocos días que le ennegrecía la cara.
– Me quieren quitar la isla – fue lo primero que nos contó – ¿Sabes? “Calambre” anda en eso trámites.En días pasados estuvo aquí y yo lo asusté. Le dije que no se acercara a la casa porque tenía un cajón con bombas…y él se arrancó asustado ¡ja…ja…ja!

Una tempestad nos obligó a pernoctar en la isla, donde existe un antiguo cementerio con más de 200 tumbas, en que fueron sepultados los primeros colonos de Última Esperanza, en los tiempos en que la población estaba en Puerto Prat, fiordo Eberhard.

En la noche, mientras el viento rugía, nos contó su vida, en la modesta cabaña que habitaba completamente solo. Fue marinero, cazador de nutrias y agricultor. Ahora vivía criando unas ovejitas, sembrando verduras que mandaba al pueblo y pescando. Su isla valía mucho y se la querían quitar… Por eso reía nervioso y volvía a fumar su cachimba cargada con tabaco negro.

ASÍ LLEGÓ A LA ISLA.- Cuando en 1896 se instalaron en las riberas del Seno Última Esperanza los primeros pobladores, levantando un caserío en Puerto Prat y allí vivieron muchos años explotando principalmente la ganadería. Puerto Prat no tenía cementerio y la gente que moría era sepultada en una islita cercana, que por tal motivo recibió más tarde el nombre de Isla de los Muertos. Con el tiempo se fundó Puerto Natales, que tuvo su cementerio propio y ningún muerto fue sepultado más en la pequeña isla. Los años pasaron y la isla, el pequeño cementerio y hasta los muertos fueron relegados al olvido.

Un viejito alemán llamado Ricardo Schulz se instaló en la isla y construyó una cabaña en la que vivió solo muchos años. De vez en cuando recibía la visita de Waldemar Heimpel, cuando salía a pescar por esos canales.

Schulz murió en 1936 y Waldemar heredó sus bienes. Desde entonces vivió también solitario como su antecesor. Cultivaba la tierra y criaba algunas ovejas que le daban carne y lana. Tenía una chalupa en la que recorría los canales pescando o buscando leña, porque en la isla no la había.

MURIÓ DE PARANOYA.- Pasaron los años y Waldemar continuó su vida de solitario. Un día enfermó y lo llevaron a Natales. Allá murió de paranoya según el médico. La enfermedad consiste en una alteración mental, forma crónica de locura, caracterizada por delirios sistematizados. Quizás influyeron en eso los diez años que vivió allí solo, sin más compañeros que sus propios pensamientos. Quizás habría leído en los gruesos tomos de Víctor Hugo que guardaba en la cabaña, que la soledad sirve para llenar los manicomios.

LA HERENCIA DE WALDEMAR.- Quince ovejas le quedaba cuando murió en el hospital de Natales. Quince aves se encontraron sueltas por las inmediaciones de la cabaña. En su pieza había libros de buenos autores y documentos que acreditaban que fue Oficial del Registro Civil en Puerto Natales el año 1914. Una carta de una hermana que vive en Río Bueno (la tierra natal de Waldemar) y su fotografía junto a las tumbas de la isla. Esa es toda su herencia.

Una mujer que le llevaba frutas al hospital y lo atendió durante su enfermedad, alega el derecho sobre su herencia. En cambio, un amigo que le compró el ataúd y le dio cristiana sepultura, posee un poder del finado, en que lo autoriza a quedarse con sus cosas para enviárselas a la familia. Las autoridades deberán resolver el caso. Mientras tanto, sienten la muerte de Waldemar sus pocos amigos. Sólo 50 personas acompañaron sus restos al cementerio natalino. Pero iban tristes, y a los ojos de más de una damita – porque también iban – asomaron unas lágrimas contenidas.

Waldemar el solitario era bueno. Quizás por eso huyó de este mundo de maldades para vivir su vida en compañía de los muertos de esa isla, que él tanto quería y temía que se lo arrebataran. Quizás en su delirio, moribundo, habrá pedido que lo enterraran también en la Isla de los Muertos. Pero no era eso lo que le había deparado su destino.


Crónica de METEO. Periódico “NOTICIAS GRÁFICAS DE MAGALLANES”.
Miércoles 15 de Mayo de 1946.

Comments

1 comments to "Vida, pasión y muerte de un solitario"

Maleva dijo...
03:23


Soy Maleva de Río Turbio. Descubrí este gran Blog y quiero contarles que mi abuelo chilote me contó que trabajó es esa isla. Se llamaba Jacinto Soto.

Soy argentina y siempre que voy a Natales visito Puerto Prat. Me gustaría cruzar a la isla. ¿Saben ustedes con quien puedo contactarme para llegar?

Besos y gracias por acordarse de los viejos ancentros

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