jueves, 5 de marzo de 2015

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Mueren dos pioneros en Puerto Natales

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Por Osvaldo Wegmann Hansen
De izquierda a derecha, Floridor Sobarzo Catalán y Leonidas Oyarzún Quintana.
Afines de la semana pasada fallecieron dos ancianos, antiguos y respetados vecinos de Última Esperanza: don Floridor Sobarzo Catalán y don Juan Bautista Díaz Low. Yo diría que se fueron dos pioneros, si se considera que figuraban entre los primeros pobladores de Puerto Natales, pues llegaron allá muy poco tiempo después de la dictación del decreto del Presidente Ramón Barros Luco que fundó la ciudad y fueron los primeros en sus respectivas actividades, en este caso hoy diferentes.
El señor Sobarzo había nacido en Río Bueno hace 89 años. Muy joven se trasladó a Talcahuano, donde aprendió a trabajar como relojero y joyero, profesiones que vino a desempeñar en Punta Arenas, donde estuvo poco tiempo. Aquí se casó con doña Carmen Soto Alvarez, de cuya unión nacieron trece hijos, que le dieron 38 nietos y 50 bisnietos. Una de sus hijas, Irma, se dedicó al canto, fue Miss Radio Magallanes hace muchos años y luego se trasladó a Santiago en busca de mejores horizontes.
Conocí a don Floridor cuando yo era niño en Natales. Era todavía el único relojero del pueblo. En ese tiempo era joven y jugaba al fútbol, en primera serie por el Club Deportivo “Natales”. Destacaba además como entusiasta ciclista, practicando este deporte con Francisco Mansilla, Rosendo Berríos y otros ases de esa época. Cuando recién se inauguró el camino nuevo, alrededor de 1930, realizó un raid ciclístico a Punta Arenas, en compañía de su hijo Floridor, lo que en ese tiempo no era cosa común, ni lo es hoy día y constituye una hazaña.
Con los años se retiró de las actividades deportivas y se convirtió en dirigente. Trabajó activamente en el directorio del Club Deportivo “Natales”, que lo consideró como uno de sus más entusiasta y meritorios socios. Dedicó también gran parte de su tiempo a la labor mutualista, sobre todo en la Sociedad de Socorros Mutuos de la que fue presidente.
Lo vimos actuar en otras instituciones, como el Rotary Club, la Segunda Compañía de Bomberos y la Cámara de Comercio. Le alcanzó el tiempo para dedicarse al estudio de los problemas comunales y fue regidor e incluso alcalde subrogante.
Viudo hacía algunos años, contrajo segundas nupcias con la señora Inés Valencia, que le sobrevive, quien lo acompañaba, ya anciano, en su incansable labor comercial. Hacía poco tiempo que se había trasladado al norte del país en busca de mejor clima, pero al año regresó a Puerto Natales. No pudo acostumbrarse a vivir lejos de su querida ciudad, donde nacieron sus hijos, donde descansa su esposa y cuya generosa tierra lo acoge a él ahora.

A la izquierda, abajo, Juan Bautista Díaz Low.
En esos mismo días murió Juan B. Díaz Low, el “cabro” Díaz, que llegó a Puerto Natales siendo niño, hace alrededor de setenta años. Había nacido en Quellón, el 16 de mayo de 1893. Su abuelo fue el capitán William Low, que anduvo de lobero por los canales australes en el siglo pasado y sirvió de práctico al capitán Fitz Roy.
A los 10 años se vino a Punta Arenas con su madre. Aquí fue suplementero, mozo, junior. Desempeñó varios oficios, mientras iba a la escuela fiscal. Poco después se trasladó a Puerto Natales. Allí estaba su destino: comenzó a trabajar como vellonero en las estancias. Luego aprendió a amansar; fue esquilador; carnicero en el frigorífico; anduvo explorando en los canales en busca de madera de ciprés y vigas. Con el tiempo se estableció con una carnicería: “La Blanquita”, en la calle Esmeralda. Se casó con la natalina Inés Barrientos, hija de don Sinforoso y tuvieron nueve hijos.
Aquí comienzan las aventuras y desventuras de don Bauche, que el escritor regional Enrique Wegmann describe un poco adornadas, en un libro que ha tenido tres ediciones: “La noche trágica de los copuyes”.
Lo que no sale en ese libro es que al final don Bauche “se compuso”. Postuló y obtuvo un lote tipo a) en la península Antonio Varas, terrenos que pertenecieron a la Sociedad Explotadora Tierra del Fuego, donde fundó la Estancia “Margot”, que explotaba junto a sus hijos. Pero cuando la suerte le sonreía, cuando comenzaba a saborear su triunfo, a gozar de una situación holgada, perdió a su esposa, a la madre de sus hijos, a la compañera de sus duras pellejerías.
Hace pocos años, estando en Puerto Natales, me invitó a visitar su estancia. El viaje se prolongó en el cúter “San Juan” hasta el seno Bellavista, a espaldas del cerro Balmaceda, que él llamaba el culo del mundo. Pasamos la famosa Punta Naufragio, donde se hundió la goleta de los hermanos Corbett, hace un montón de años. Luego hizo recuerdos de su lancha “Bellavista”. El y su esposa miraban con nostalgia la bahía y los terrenos donde tuvieron su casa, los corrales, el galpón y el gallinero. Nada quedaba. Los copuyes de “sietemares” quemaron todo. Las ruinas las cubre la maleza. Queda un solo vestigio de que allí hubo civilización. Una gran mancha de menta, que estaba alrededor de la casa, que crece y se extiende.
Discutido, combatido, luchador, Bauche Díaz no dejó de ser un símbolo, un pionero de Última Esperanza.

La Prensa Austral 29 de julio de 1982, Punta Arenas. Del libro De ayer y de Hoy. Crónicas De Osvaldo Wegmann del escritor Jorge Díaz Bustamante.


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