domingo, 25 de julio de 2004

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BANDIDO DE LA PATAGONIA

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Tres de los últimos bandoleros del siglo pasado cambiaron el viento del salvaje Oeste por los confines patagónicos. Siempre con la ley tras sus huellas, lograron vivir cuatro años como ganaderos hasta que por motivos que se confunden en el tiempo tuvieron que huir internándose en la leyenda.

La cajetilla de cigarros a treinta pasos de la puerta. El gringo apoyado en el dintel y la pistola girando en la mano. Después, un disparo y la pequeña caja hecha polvo.

Hubo silencio en el boliche de Santiago Ryan, un norteamericano de 38 años que, en 1901, había llegado hasta Cholila, un pueblo que se tambalea en la patagónica frontera chileno argentina. La pistola de Ryan tenía historia, no así su nombre. El arma había dejado huellas en el lejano Oeste norteamericano, tantas, que el nombre de Santiago Ryan fue un mero invento para cubrir la verdadera identidad del hombre más buscado en los Estados Unidos: Butch Cassidy.

Cassidy y su banda, la Wild Bunch, habían asolado a los grandes terratenientes, a las empresas de ferrocarriles y a los bancos norteamericanos. Sus asaltos perfectamente planeados no hacían correr sangre y llevaban los botines hasta las manos de los pioneros más pobres del Oeste.



En 1900, después de un gran asalto a un banco de Nevada, la Wild Bunch se tomó una foto que mandó a sus potentadas víctimas. La imagen fue el aviso de que, desde ese momento, los bandoleros desaparecerían del mapa. La leyenda comenzó a tejerse en torno de este gringo hijo de mormones, y su venida a los confines de Sudamérica sirvió para agrandar el mito. Cassidy tuvo que transformarse en Ryan para llegar hasta Buenos Aires. Era 1901 y desde el puerto trasandino tomó un tren que lo dejó en Neuquén. Pero no venía solo, dos bandoleros más arrancaban con él de la ley norteamericana. Eran Sundance Kid y Etta Place, una hermosa forajida de 26 años que manejaba el revólver como el mejor de los pistoleros. A caballo se adentraron en la Patagonia hasta que Cholila les marcó el final de la jornada. El pueblo con sus cardos enseñoreándose por todos lados les recordó a la Utah natal.

''Yo iba con unas chicas conocidas a espiar la casa de los gringos. Íbamos de noche pa' que no nos vieran y nunca nos pillaron. No veíamos mucho, eso sí, escuchábamos la pura sonajera de platos''. Ése es de los pocos recuerdos que tiene Delia Rivera de sus antiguos vecinos y es que con más de cien años la niñez se hace borrosa. ''Mi papá nos echaba miedo de que los forasteros nos iban a correr a balazos pero nosotras seguíamos yendo a mirarlos''.
Los padres de doña Delia eran chilenos como más de la mitad de los 189 habitantes de Cholila. Hombres y mujeres venían a trabajar el ganado a los pastizales de este poblado a 198 kilómetros al sur de Bariloche, un territorio donde la legalidad todavía estaba en pañales. Estos pioneros no sabían mucho del trabajo del campo, por eso los conocimientos que Santiago Ryan tenía de la tierra le ganaron el respeto de los pueblerinos.


Vaqueros de la Patagonia

A los 18 años, Cassidy aún era Robert Leroy Parker, el mayor de once hermanos nacidos en las pampas ventosas de Utah. A esa edad partió a trabajar con ganaderos en el salvaje Oeste y se hizo experto en el manejo de los caballos y en faenas campestres. En esta misma época decidió que la gente pobre debía buscar sus derechos en la ilegalidad y se inició como asaltante al alero del joven bandido Mike Cassidy, de quien tomó el apellido. Butch, su nuevo nombre, lo copió de la marca de la pistola que Mike le prestó para su primer robo de ganado. Desde allí comenzó la serie de atracos que lo convirtió en la cabeza de la lista de forajidos que la agencia de detectives Pinkerton, la más importante de ese tiempo, andaba pesquisando.
Cuando comenzaba a planear su viaje conoció a la pareja de bandidos formada por Etta y Sundance Kid. El asedio de la ley los trajo hasta el sur del continente, pero antes pasaron por México, donde comenzaron a balbucear el español. Durante todo el trayecto los sabuesos de la Pinkerton les pisaban los talones.

Una vez en Cholila, con los lagos y la cordillera como telón de fondo, los bandidos levantaron su hogar al estilo far west. La madera se entrecruzaba dando espacio para que el viento fuera el cuarto habitante de la nueva construcción. Después empezaron a comprar animales con el dinero arrancado del banco de Nevada. Los tres forasteros ocuparon tiempo y esfuerzo en hacer una gran caballeriza y cuatro establos que bordeaban el arroyo que atravesaba sus tierras. La idea era tener el espacio suficiente para albergar a muchos animales y así no entrar en lo que el ahora Ryan, definía como la perdición del campesino: la pequeña ganadería. Así domaron la pampa y sus pastizales salvajes y endurecidos. Hacia 1905 llegaron a tener novecientas cabezas de ganado y cuarenta caballos que recorrían sus seis mil hectáreas. Aunque cada uno de los miembros de la ''familia de tres'', como los llamaba la gente del pueblo, aportaban al trabajo en la pampa, Cassidy era el verdadero experto. Los incipientes ganaderos de Cholila aprendieron de él la relación entre patrón y peón: los gringos pagaban bien y a tiempo, cumplían lo pactado y enseñaban a sus trabajadores.

Además de la casa y de las instalaciones para el ganado, Ryan construyó un almacén que pasó a ser el centro social de los hombres del pueblo. Allí se hablaba del día, de los animales, de negocios y de las mujeres del lugar. Ellas estaban lejos de ser débiles florecillas silvestres que se pasaban el día fregando platos. Delia Rivera busca en su memoria de casi un siglo y recuerda que cuando era niña casi todas las mujeres manejaban armas. La frontera vulnerable, los cuatreros que iban y venían y los maridos todo el día en el campo, obligaban a aprender de rifles. Eso sí, ninguna lugareña podía hacer lo que Etta. Raúl Cea no estudió en la universidad, pero los 79 años que ha vivido en Cholila y los fantasmas de los bandoleros le enseñaron a seguir leyendas. Él cuenta que la compañera de Sundance Kid había sido maestra en Estados Unidos y que no está claro si es que además de pistolera también fue prostituta, como soplan algunos añejos rumores. En todo caso era muy respetada en Cholila, y no sólo por las dos pistolas que usaba al cinto. Griselda Morales, la abuela de Cea, era amiga de Etta y entre las historias que le contaba a su nieto hay una que ilustra la personalidad de la extranjera. ''Mi abuela le preguntó cómo era la vida de las mujeres en Estados Unidos. Etta le contestó que una mujer del Oeste tenía que estar preparada para criar hijos, para cocinar y para defender su tierra, su persona y su hombre''.

Pero no le bastaron las palabras y le pidió a Griselda dos botellas de malta para mostrarle lo que era capaz de hacer una mujer criada entre bandoleros y terratenientes. Las botellas sobre dos pilares. Etta alejándose en su caballo. Etta a todo galope hacia la tranquera, la rienda entre los dientes, un revólver en cada mano y las botellas volando en pedazos hacia todos lados.

No son sólo recuerdos los que colecciona Cea. Él ha sido pieza clave de los dos simposios internacionales que se han hecho para tratar de encontrar la historia real del paso de los bandidos por Sudamérica. Allí ha obtenido nuevos datos y ha aportado mucho. El entusiasmo del historiador contagió también a su hija Toty. Ella se dedica a mostrar imágenes de los vecinos más famosos de Cholila. Fotos que atraparon trozos de la vida de los bandidos en norteamérica y en el pueblo, cuelgan de las paredes de la casa de té Butch Cassidy, que la Toty levantó en el lugar. Mientras, su padre sigue buscando pistas.

Adiós a los gringos
Cuando tenía 17 años Manuel José Cea, padre de Raúl, fue invitado a tomar el té a la casa del trío. ''Por lo que me contó mi papá, ellos estaban acostumbrados a un nivel de vida más alto que el del resto de los pobladores. Por ejemplo, la palangana donde echaban el agua era de cerámica y las ropas eran buenas. A él lo que más le impresionó fue la soltura con que se movía y conversaba la mujer''.
Etta y Sundance Kid, conocido en Cholila como Enrique Place, se acompañaban en las noches patagónicas, pero el soltero de la casa no se quedaba atrás. ''Él compraba el oficio por ahí'', sonríe Raúl Cea y cuenta que también tenía bastante éxito con las mocetonas que no vendían sus encantos. Según él, los pequeños ojos azules del supuesto Ryan eran fulminantes, por lo que era imposible sostenerle la mirada.
Mientras los forasteros construían sus nuevas vidas, los detectives les pisaban los talones. Hasta el puerto de Buenos Aires llegó la famosa foto del Wild Bunch que facilitaría la búsqueda de Cassidy, pero las enormes distancias y lo incierto de los caminos patagónicos desanimaron a los contactos de la Pinkerton. Hasta aquí llega la historia tal como fue, después los hechos se confunden con leyendas. En febrero de 1905, el Banco de Londres y Tarapacá en Río Gallegos, fue asaltado. Según algunos fueron los tres gringos de Cholila quienes antes de cometer el robo estuvieron en Punta Arenas donde les enseñaron a unos muchachos los trucos del billar. Raúl Cea asegura que el trío estaba el día antes del suceso en Cholila, por lo que era imposible que hubieran alcanzado a llegar al lugar del atraco. El historiador no tiene dudas: ''Mi papá me contó esto y yo le creo a pies juntillas''. De todas maneras en los días siguientes al robo, Santiago Ryan y los Place desaparecieron del pueblo. Dicen por la Patagonia que el destino habría sido Punta Arenas.

El viento no más sabe...

La casa y los corrales que habían levantado en la pampa fueron comprados por la compañía chilena Cochamó. Para Cea, fue la presión fuerte y soterrada que ejerció esta ganadera la que determinó la partida de los tres bandidos. Cochamó había sido dueña de la tierra que después compraron los gringos, pero un plebiscito en 1892 la había obligado a dejar sus terrenos. En ese año la Provincia de Chubut, de la que forma parte Cholila, eligió ser argentina y no chilena. Detrás de este pronunciamiento vino una ley que no permitía que extranjeros tuvieran territorios dentro de los 150 kilómetros inmediatos a la frontera, por lo que la empresa tuvo que irse de los campos trasandinos. Finalmente, en 1905, Cassidy y sus compañeros vendieron a Cochamó que pretendía recuperar sus antiguas tierras, pero el gobierno platense tomó conocimiento de la venta y la anuló. Mientras las autoridades argentinas y la empresa chilena se peleaban por las tierras, los tres forajidos caminaban hacia la leyenda. Etta se separó de los hombres de 'la familia' en algún punto del recorrido. Se cree que volvió a San Francisco y que desde ahí no pudo regresar porque se enfermó. Otro cuento dice que Sundance Kid la acompañó a Estados Unidos para después volver solo. Otro rumor la lleva hasta México, donde habría vendido armas a los revolucionarios de Pancho Villa. De Sundance Kid se dice que estaría enterrado en el Lago Puelo a metros de la frontera chilena y también que en 1909 habría sido acribillado junto con Cassidy en San Vicente, Bolivia, donde después habrían separado sus cuerpos de sus cabezas.

Para Raúl Cea, la historia más creíble sobre el fin de Cassidy es la que dio la hermana del bandido, Lula Parker. Ella contó que Butch estuvo en la casa familiar de Utah en 1925 y que diez años después una pulmonía lo habría matado en Washington. Lo que sí es cierto es que el hogar de los bandidos estuvo habitado hasta 1998. Después de que Cochamó perdió nuevamente el terreno, el chileno Rómulo Sepúlveda hizo suya la casa, pero no la tierra que hasta el día de hoy le pertenece a una familia nacida y crecida en Argentina. Sepúlveda crió allí a sus niños. Su nieto, Orlando, recuerda haber escuchado que la construcción era mucho más grande de lo que es ahora: ''Dicen que llegaba hasta el río, no sé qué pasó, de repente fueron los abuelos o se fue cayendo sola''.

El padre de Orlando, Aladín, no dejó la morada de los bandoleros hasta que envejeció y enfermó. Entonces su hijo lo sacó del hogar derruido para llevarlo a su casa, un par de kilómetros más al sur. Allí murió el último habitante de la casa de los forajidos, la que ahora es un Patrimonio Cultural de la Provincia amenazado por el vendaval patagónico y por una rama de la familia Sepúlveda que lo reclama para sí. El frío de la pampa y los laberínticos senderos desanimaron en su tiempo a los hombres de la Pinkerton. Hoy, aventureros e historiadores son los que pesquisan los vestigios de la leyenda. Ellos son los encargados de preguntarle al viento dónde fue que Butch Cassidy desenfundó por última vez sus pistolas.


Los forajidos según Hollywood y las letras

En 1969, Paul Newman se vistió de Butch Cassidy mientras Robert Redford tomaba los ropajes de Sundance Kid. Con diálogos llenos de humor y música sesentera recrearon una versión muy hollywoodense de la historia de los bandoleros. Etta Place aparece como una dulce maestra rural que es seducida por el Kid, mientras Butch también languidece de amor por ella. Después de una serie de asaltos en los escenarios de Estados Unidos, el cine manda al trío hacia Bolivia. De la Patagonia, ni rastros, de vacas y establos, menos. Butch Cassidy and the Sundance Kid, ingenua, entretenida y distorsionadora de verdades y leyendas, ganó tres premios Oscar y dejó en la memoria de muchos los nombres de los pistoleros. El papel también ha servido para engrosar el mito. Osvaldo Soriano, escritor argentino, puso en uno de sus cuentos a un ficticio hijo de Butch Cassidy de árbitro de un incógnito mundial de fútbol, jugado en la Patagonia por obreros de distintos países. En Chile, Luis Sepúlveda fue el encargado de recoger la figura del bandolero en su libro Patagonia Express.

Por Soledad Marambio

Artículo publicado en la revista El Sábado, del díario El Mercurio. Con autorización de la autora.

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