-¿Existe alguna fórmula que sea posible seguir para ser un
buen novelista?
-99% de talento... 99% de disciplina... 99% de trabajo. El
novelista nunca debe sentirse satisfecho con lo que hace. Lo que se hace nunca
es tan bueno como podría ser. Siempre hay que soñar y apuntar más alto de lo
que uno puede apuntar. No preocuparse por ser mejor que sus contemporáneos o
sus predecesores. Tratar de ser mejor que uno mismo. Un artista es una criatura
impulsada por demonios. No sabe por qué ellos lo escogen y generalmente está
demasiado ocupado para preguntárselo. Es completamente amoral en el sentido de
que será capaz de robar, tomar prestado, mendigar o despojar a cualquiera y a
todo el mundo con tal de realizar la obra.
-¿Quiere usted decir que el artista debe ser completamente
despiadado?
-El artista es responsable sólo ante su obra. Será
completamente despiadado si es un buen artista. Tiene un sueño, y ese sueño lo
angustia tanto que debe librarse de él. Hasta entonces no tiene paz. Lo echa
todo por la borda: el honor, el orgullo, la decencia, la seguridad, la
felicidad, todo, con tal de escribir el libro. Si un artista tiene que robarle
a su madre, no vacilará en hacerlo...
-Entonces la falta de seguridad, de felicidad, honor,
etcétera, ¿sería un factor importante en la capacidad creadora del artista?
-No. Esas cosas sólo son importantes para su paz y su
contento, y el arte no tiene nada que ver con la paz y el contento.
-Entonces, ¿cuál sería el mejor ambiente para un escritor?
-El arte tampoco tiene nada que ver con el ambiente; no le
importa dónde está. Si usted se refiere a mí, el mejor empleo que jamás me
ofrecieron fue el de administrador de un burdel. En mi opinión, ese es el mejor
ambiente en que un artista puede trabajar. Goza de una perfecta libertad
económica, está libre del temor y del hambre, dispone de un techo sobre su
cabeza y no tiene nada qué hacer excepto llevar unas pocas cuentas sencillas e
ir a pagarle una vez al mes a la policía local. El lugar está tranquilo durante
la mañana, que es la mejor parte del día para trabajar. En las noches hay la
suficiente actividad social como para que el artista no se aburra, si no le
importa participar en ella; el trabajo da cierta posición social; no tiene nada
qué hacer porque la encargada lleva los libros; todas las empleadas de la casa
son mujeres, que lo tratarán con respeto y le dirán "señor". Todos
los contrabandistas de licores de la localidad también le dirán "señor".
Y él podrá tutearse con los policías. De modo, pues, que el único ambiente que
el artista necesita es toda la paz, toda la soledad y todo el placer que pueda
obtener a un precio que no sea demasiado elevado. Un mal ambiente sólo le hará
subir la presión sanguínea, al hacerle pasar más tiempo sintiéndose frustrado o
indignado. Mi propia experiencia me ha enseñado que los instrumentos que
necesito para mi oficio son papel, tabaco, comida y un poco de whisky.
-¿Bourbon?
-No, no soy tan melindroso. Entre escocés y nada, me quedo
con escocés.
-Usted mencionó la libertad económica. ¿La necesita el
escritor?
-No. El escritor no necesita libertad económica. Todo lo que
necesita es un lápiz y un poco de papel. Que yo sepa nunca se ha escrito nada
bueno como consecuencia de aceptar dinero regalado. El buen escritor nunca
recurre a una fundación. Está demasiado ocupado escribiendo algo. Si no es
bueno de veras, se engaña diciéndose que carece de tiempo o de libertad
económica. El buen arte puede ser producido por ladrones, contrabandistas de
licores o cuatreros. La gente realmente teme descubrir exactamente cuántas
penurias y pobreza es capaz de soportar. Y a todos les asusta descubrir cuán
duros pueden ser. Nada puede destruir al buen escritor. Lo único que puede
alterar al buen escritor es la muerte. Los que son buenos no se preocupan por
tener éxito o por hacerse ricos. El éxito es femenino e igual que una mujer: si
uno se le humilla, le pasa por encima. De modo, pues, que la mejor manera de
tratarla es mostrándole el puño. Entonces tal vez la que se humille será ella.
-¿Trabajar para el cine es perjudicial para su propia obra
de escritor?
-Nada puede perjudicar la obra de un hombre si éste es un
escritor de primera, nada podrá ayudarlo mucho. El problema no existe si el
escritor no es de primera, porque ya habrá vendido su alma por una piscina.
-Usted dice que el escritor debe transigir cuando trabaja
para el cine. ¿Y en cuanto a su propia obra? ¿Tiene alguna obligación con el
lector?
-Su obligación es hacer su obra lo mejor que pueda hacerla;
cualquier obligación que le quede después de eso, puede gastarla como le venga
la gana. Yo, por mi parte, estoy demasiado ocupado para preocuparme por el
público. No tengo tiempo para pensar en quién me lee. No me interesa la opinión
de Juan Lector sobre mi obra ni sobre la de cualquier otro escritor. La norma
que tengo que cumplir es la mía, y esa es la que me hace sentir como me siento
cuando leo La tentación de Saint Antoine o el Antiguo Testamento. Me hace sentir
bien, del mismo modo que observar un pájaro me hace sentir bien. Si
reencarnara, sabe usted, me gustaría volver a vivir como un zopilote. Nadie lo
odia, ni lo envidia, ni lo quiere, ni lo necesita. Nadie se mete con él, nunca
está en peligro y puede comer cualquier cosa.
-¿Qué técnica utiliza para cumplir su norma?
-Si el escritor está interesado en la técnica, más le vale
dedicarse a la cirugía o a colocar ladrillos. Para escribir una obra no hay
ningún recurso mecánico, ningún atajo. El escritor joven que siga una teoría es
un tonto. Uno tiene que enseñarse por medio de sus propios errores; la gente
sólo aprende a través del error. El buen artista cree que nadie sabe lo
bastante para darle consejos, tiene una vanidad suprema. No importa cuánto
admire al escritor viejo, quiere superarlo.
-Entonces, ¿usted niega la validez de la técnica?
-De ninguna manera. Algunas veces la técnica arremete y se
apodera del sueño antes de que el propio escritor pueda aprehenderlo. Eso es
tour de force y la obra terminada es simplemente cuestión de juntar bien los
ladrillos, puesto que el escritor probablemente conoce cada una de las palabras
que va a usar hasta el fin de la obra antes de escribir la primera. Eso sucedió
con Mientras agonizo. No fue fácil. Ningún trabajo honrado lo es. Fue sencillo
en cuanto que todo el material estaba ya a la mano. La composición de la obra
me llevó sólo unas seis semanas en el tiempo libre que me dejaba un empleo de
doce horas al día haciendo trabajo manual. Sencillamente me imaginé un grupo de
personas y las sometí a las catástrofes naturales universales, que son la
inundación y el fuego, con una motivación natural simple que le diera dirección
a su desarrollo. Pero cuando la técnica no interviene, escribir es también más
fácil en otro sentido. Porque en mi caso siempre hay un punto en el libro en el
que los propios personajes se levantan y toman el mando y completan el trabajo.
Eso sucede, digamos, alrededor de la página 275. Claro está que yo no sé lo que
sucedería si terminara el libro en la página 274. La cualidad que un artista
debe poseer es la objetividad al juzgar su obra, más la honradez y el valor de
no engañarse al respecto. Puesto que ninguna de mis obras ha satisfecho mis
propias normas, debo juzgarlas sobre la base de aquélla que me causó la mayor
aflicción y angustia del mismo modo que la madre ama al hijo que se convirtió
en ladrón o asesino más que al que se convirtió en sacerdote.
-¿Qué obra es ésa?
-El Sonido y la Furia. La escribí cinco veces distintas,
tratando de contar la historia para librarme del sueño que seguiría
angustiándome mientras no la contara. Es una tragedia de dos mujeres perdidas:
Caddy y su hija. Dilsey es uno de mis personajes favoritos porque es valiente,
generosa, dulce y honrada. Es mucho más valiente, honrada y generosa que yo.
-¿Cómo empezó El Sonido y la Furia?
-Empezó con una imagen mental. Yo no comprendí en aquel
momento que era simbólica. La imagen era la de los fondillos enlodados de los
calzoncitos de una niña subida a un peral, desde donde ella podía ver a través
de una ventana el lugar donde se estaba efectuando el funeral de su abuela y se
lo contaba a sus hermanos que estaban al pie del árbol. Cuando llegué a
explicar quiénes eran ellos y qué estaban haciendo y cómo se habían enlodado los
calzoncitos de la niña, comprendí que sería imposible meterlo todo en un cuento
y que el relato tendría que ser un libro. Y entonces comprendí el simbolismo de
los calzoncitos enlodados, y esa imagen fue reemplazada por la de la niña
huérfana de padre y madre que se descuelga por el tubo de desagüe del techo
para escaparse del único hogar que tiene, donde nunca ha recibido amor ni
afecto ni comprensión. Yo había empezado a contar la historia a través de los
ojos del niño idiota, porque pensaba que sería más eficaz si la contaba alguien
que sólo fuera capaz de saber lo que sucedía, pero no por qué. Me di cuenta de
que no había contado la historia esa vez. Traté de volver a contarla, ahora a
través de los ojos de otro hermano. Tampoco resultó. La conté por tercera vez a
través de los ojos del tercer hermano. Tampoco resultó. Traté de reunir los
fragmentos y de llenar las lagunas haciendo yo mismo las veces de narrador.
Todavía no quedó completa, hasta quince años después de la publicación del
libro, cuando escribí, como apéndice de otro libro, el esfuerzo final para
acabar de contar la historia y sacármela de la cabeza de modo que yo mismo
pudiera sentirme en paz. Ese es el libro por el que siento más ternura. Nunca
pude dejarlo de lado y nunca pude contar bien la historia, aun cuando lo
intenté con ahínco y me gustaría volver a intentarlo, aunque probablemente
fracasaría otra vez.
-¿Qué emoción suscita Benjy en usted?
-La única emoción que puedo sentir por Benjy es aflicción y
compasión por toda la humanidad. No se puede sentir nada por Benjy porque él no
siente nada. Lo único que puedo sentir por él personalmente es preocupación en
cuanto a que sea creíble tal cual yo lo creé. Benjy fue un prólogo, como el
sepulturero en los dramas isabelinos. Cumple su cometido y se va. Benjy es
incapaz del bien y del mal porque no tiene conocimiento alguno del bien y del
mal.
-¿Podía Benjy sentir amor?
-Benjy no era lo suficientemente racional ni siquiera para
ser un egoísta. Era un animal. Reconocía la ternura y el amor, aunque no habría
podido nombrarlos; y fue la amenaza a la ternura y al amor lo que lo llevó a
gritar cuando sintió el cambio en Caddy. Ya no tenía a Caddy; siendo un idiota,
ni siquiera estaba consciente de la ausencia de Caddy. Sólo sabía que algo andaba
mal, lo cual creaba un vacío en el que sufría. Trató de llenar ese vacío. Lo
único que tenía era una de las pantuflas desechadas de Caddy. La pantufla era
la ternura y el amor de Benjy que éste podría haber nombrado, y sólo sabía que
le faltaban. Era mugroso porque no podía coordinar y porque la mugre no
significaba nada para él. Así como no podía distinguir entre el bien y el mal,
tampoco podía distinguir entre lo limpio y lo sucio. La pantufla le daba
consuelo aun cuando ya no recordaba la persona a la que había pertenecido, como
tampoco podía recordar por qué sufría. Si Caddy hubiese reaparecido, Benjy
probablemente no la habría reconocido.
-¿Ofrece ventajas artísticas el componer la novela en forma
de alegoría, como la alegoría cristiana que usted utilizó en Una fábula?
-La misma ventaja que representa para el carpintero
construir esquinas cuadradas al construir una casa cuadrada. En Una fábula, la
alegoría cristiana era la alegoría indicada en esa historia particular, del
mismo modo que una esquina cuadrada oblonga es la esquina indicada para
construir una casa rectangular oblonga.
-¿Quiere decir que un artista puede usar el cristianismo
simplemente como cualquier otra herramienta, de la misma manera que un
carpintero tomaría prestado un martillo?
-Al carpintero del que estamos hablando nunca le falta ese
martillo. A nadie le falta cristianismo, si nos ponemos de acuerdo en cuanto al
significado que le damos a la palabra. Se trata del código de conducta
individual de cada persona, por medio del cual ésta se hace un ser humano
superior al que su naturaleza quiere que sea si la persona sólo obedece a su
naturaleza. Cualquiera que sea su símbolo -la cruz o la media luna o lo que
fuere-, ese símbolo es para el hombre el recordatorio de su deber como miembro
de la raza humana. Sus diversas alegorías son los modelos con los que se mide a
sí mismo y aprende a conocerse. La alegoría no puede enseñar al hombre a ser
bueno del mismo modo que el libro de texto le enseña matemáticas. Le enseña
cómo descubrirse a sí mismo, cómo hacerse de un código moral y de una norma
dentro de sus capacidades y aspiraciones al proporcionarle un ejemplo
incomparable de sufrimiento y sacrificio y la promesa de una esperanza. Los
escritores siempre se han nutrido, y siempre se nutrirán de las alegorías de la
conciencia moral, por la razón de que las alegorías son incomparables: los tres
hombres de Moby Dick, que representan la trinidad de la conciencia: no saber
nada, saber y no preocuparse, y saber y preocuparse. La misma trinidad está
representada en Una fábula por el viejo aviador judío, que dice "Esto es
terrible. Me niego a aceptarlo, aun cuando deba rechazar la vida para
hacerlo"; el viejo cuartelmaestre francés, que dice: "Esto es
terrible, pero podemos llorar y soportarlo"; y el mismo mensajero del
batallón inglés que dice: "Esto es terrible, voy a hacer algo para
remediarlo".
-¿Fueron reunidos en un solo volumen los dos temas no
relacionados de Las palmeras salvajes con algún propósito simbólico? ¿Se trata,
como sugieren algunos críticos, de una especie de contrapunto estético o de una
simple casualidad?
-No, no. Aquello era una historia: la historia de Charlotte
Rittenmeyer y Harry Wilbourne, que lo sacrificaron todo por el amor y después
perdieron eso. Yo no sabía que iban a ser dos historias separadas sino después
de haber empezado el libro. Cuando llegué al final de lo que ahora es la
primera sección de Las palmeras salvajes, comprendí súbitamente que faltaba
algo, que la historia necesitaba énfasis, algo que la levantara como el
contrapunto en la música. Así que me puse a escribir El viejo hasta que Las
palmeras salvajes volvió a ganar intensidad. Entonces interrumpí El viejo en lo
que ahora es su primera parte y reanudé la composición de Las palmeras salvajes
hasta que empezó a decaer nuevamente. Entonces volví a darle intensidad con
otra parte de su antítesis, que es la historia de un hombre que conquistó su
amor y pasó el resto del libro huyendo de él, hasta el grado de volver
voluntariamente a la cárcel en que estaría a salvo. Son dos historias sólo por
casualidad, tal vez por necesidad. La historia es la de Charlotte y Wilbourne.
-¿Qué porción de sus obras se basan en la experiencia
personal?
-No sabría decirlo. Nunca he hecho la cuenta, porque la
"porción" no tiene importancia. Un escritor necesita tres cosas:
experiencia, observación e imaginación. Cualesquiera dos de ellas, y a veces
una puede suplir la falta de las otras dos. En mi caso, una historia
generalmente comienza con una sola idea, un solo recuerdo o una sola imagen
mental. La composición de la historia es simplemente cuestión de trabajar hasta
el momento de explicar por qué ocurrió la historia o qué otras cosas hizo
ocurrir a continuación. Un escritor trata de crear personas creíbles en
situaciones conmovedoras creíbles de la manera más conmovedora que pueda.
Obviamente, debe utilizar, como uno de sus instrumentos, el ambiente que
conoce. Yo diría que la música es el medio más fácil de expresarse, puesto que
fue el primero que se produjo en la experiencia y en la historia del hombre.
Pero puesto que mi talento reside en las palabras, debo tratar de expresar
torpemente en palabras lo que la música pura habría expresado mejor. Es decir,
que la música lo expresaría mejor y más simplemente, pero yo prefiero usar
palabras, del mismo modo que prefiero leer a escuchar. Prefiero el silencio al
sonido, y la imagen producida por las palabras ocurre en el silencio. Es decir,
que el trueno y la música de la prosa tienen lugar en el silencio.
-Usted dijo que la experiencia, la observación y la
imaginación son importantes para el escritor. ¿Incluiría usted la inspiración?
-Yo no sé nada sobre la inspiración, porque no sé lo que es
eso. La he oído mencionar, pero nunca la he visto.
-Se dice que usted como escritor está obsesionado por la
violencia.
-Eso es como decir que el carpintero está obsesionado con su
martillo. La violencia es simplemente una de las herramientas del carpintero.
El escritor, al igual que el carpintero, no puede construir con una sola
herramienta.
-¿Puede usted decir cómo empezó su carrera de escritor?
-Yo vivía en Nueva Orleáns, trabajando en lo que fuera
necesario para ganar un poco de dinero de vez en cuando. Conocí a Sherwood
Anderson. Por las tardes solíamos caminar por la ciudad y hablar con la gente.
Por las noches volvíamos a reunirnos y nos tomábamos una o dos botellas
mientras él hablaba y yo escuchaba. Antes del mediodía nunca lo veía. Él estaba
encerrado, escribiendo. Al día siguiente volvíamos a hacer lo mismo. Yo decidí
que si esa era la vida de un escritor, entonces eso era lo mío y me puse a
escribir mi primer libro. En seguida descubrí que escribir era una ocupación
divertida. Incluso me olvidé de que no había visto al señor Anderson durante
tres semanas, hasta que él tocó a mi puerta -era la primera vez que venía a
verme- y me preguntó: "¿Qué sucede? ¿Está usted enojado conmigo?". Le
dije que estaba escribiendo un libro. Él dijo: "Dios mío", y se fue.
Cuando terminé el libro, La paga de los soldados, me encontré con la señora
Anderson en la calle. Me preguntó cómo iba el libro y le dije que ya lo había
terminado. Ella me dijo: "Sherwood dice que está dispuesto a hacer un
trato con usted. Si usted no le pide que lea los originales, él le dirá a su
editor que acepte el libro". Yo le dije "trato hecho", y así fue
como me hice escritor.
-¿Qué tipo de trabajo hacía usted para ganar ese "poco
dinero de vez en cuando"?
-Lo que se presentara. Yo podía hacer un poco de casi
cualquier cosa: manejar lanchas, pintar casas, pilotar aviones. Nunca
necesitábamos mucho dinero porque entonces la vida era barata en Nueva Orleáns,
y todo lo que quería era un lugar donde dormir, un poco de comida, tabaco y
whisky. Había muchas cosas que yo podía hacer durante dos o tres días a fin de
ganar suficiente dinero para vivir el resto del mes. Yo soy, por temperamento,
un vagabundo y un golfo. El dinero no me interesa tanto como para forzarme a
trabajar para ganarlo. En mi opinión, es una vergüenza que haya tanto trabajo
en el mundo. Una de las cosas más tristes es que lo único que un hombre puede
hacer durante ocho horas, día tras día, es trabajar. No se puede comer ocho
horas, ni beber ocho horas diarias, ni hacer el amor ocho horas... lo único que
se puede hacer durante ocho horas es trabajar. Y esa es la razón de que el
hombre se haga tan desdichado e infeliz a sí mismo y a todos los demás.
-Usted debe sentirse en deuda con Sherwood Anderson, pero,
¿qué juicio le merece como escritor?
-Él fue el padre de mi generación de escritores
norteamericanos y de la tradición literaria norteamericana que nuestros
sucesores llevarán adelante. Anderson nunca ha sido valorado como se merece.
Dreiser es su hermano mayor y Mark Twain el padre de ambos.
-Y, ¿en cuanto a los escritores europeos de ese período?
-Los dos grandes hombres de mi tiempo fueron Mann y Joyce.
Uno debe acercarse al Ulysses de Joyce como el bautista analfabeto al Antiguo
Testamento: con fe.
-¿Lee usted a sus contemporáneos?
-No; los libros que leo son los que conocí y amé cuando era
joven y a los que vuelvo como se vuelve a los viejos amigos: El Antiguo
Testamento, Dickens, Conrad, Cervantes... leo el Quijote todos los años, como
algunas personas leen la Biblia. Flaubert, Balzac -éste último creó un mundo
propio intacto, una corriente sanguínea que fluye a lo largo de veinte libros-,
Dostoyevski, Tolstoi, Shakespeare. Leo a Melville ocasionalmente y entre los
poetas a Marlowe, Campion, Jonson, Herrik, Donne, Keats y Shelley. Todavía leo
a Housman. He leído estos libros tantas veces que no siempre empiezo en la
primera página para seguir leyendo hasta el final. Sólo leo una escena, o algo
sobre un personaje, del mismo modo que uno se encuentra con un amigo y conversa
con él durante unos minutos.
-¿Y Freud?
-Todo el mundo hablaba de Freud cuando yo vivía en Nueva
Orleáns, pero nunca lo he leído. Shakespeare tampoco lo leyó y dudo que
Melville lo haya hecho, y estoy seguro de que Moby Dick tampoco.
-¿Lee usted novelas policíacas?
-Leo a Simenon porque me recuerda algo de Chéjov.
-¿Y sus personajes favoritos?
-Mis personajes favoritos son Sarah Gamp: una mujer cruel y
despiadada, una borracha oportunista, indigna de confianza, en la mayor parte
de su carácter era mala, pero cuando menos era un carácter; la señora Harris,
Falstaf, el Príncipe Hall, don Quijote y Sancho, por supuesto. A lady Macbeth
siempre la admiro. Y a Bottom, Ofelia y Mercucio. Este último y la señora Gamp
se enfrentaron con la vida, no pidieron favores, no gimotearon. Huckleberry
Finn, por supuesto, y Jim. Tom Sawyer nunca me gustó mucho: un mentecato. Ah,
bueno, y me gusta Sut Logingood, de un libro escrito por George Harris en 1840
ó 1850 en las montañas de Tenesí. Lovingood no se hacía ilusiones consigo
mismo, hacía lo mejor que podía; en ciertas ocasiones era un cobarde y sabía que
lo era y no se avergonzaba; nunca culpaba a nadie por sus desgracias y nunca
maldecía a Dios por ellas.
-Y, ¿en cuanto a la función de los críticos?
-El artista no tiene tiempo para escuchar a los críticos.
Los que quieren ser escritores leen las críticas, los que quieren escribir no
tienen tiempo para leerlas. El crítico también está tratando de decir: "Yo
pasé por aquí". La finalidad de su función no es el artista mismo. El
artista está un peldaño por encima del crítico, porque el artista escribe algo
que moverá al crítico. El crítico escribe algo que moverá a todo el mundo menos
al artista.
-Entonces, ¿usted nunca siente la necesidad de discutir
sobre su obra con alguien?
-No; estoy demasiado ocupado escribiéndola. Mi obra tiene
que complacerme a mí, y si me complace entonces no tengo necesidad de hablar
sobre ella. Si no me complace, hablar sobre ella no la hará mejor, puesto que
lo único que podrá mejorarla será trabajar más en ella. Yo no soy un literato;
sólo soy un escritor. No me da gusto hablar de los problemas del oficio.
-Los críticos sostienen que las relaciones familiares son
centrales en sus novelas.
-Esa es una opinión y, como ya le dije, yo no leo a los
críticos. Dudo que un hombre que está tratando de escribir sobre la gente esté
más interesado en sus relaciones familiares que en la forma de sus narices, a
menos que ello sea necesario para ayudar al desarrollo de la historia. Si el
escritor se concentra en lo que sí necesita interesarse, que es la verdad y el
corazón humano, no le quedará mucho tiempo para otras cosas, como las ideas y
hechos tales como la forma de las narices o las relaciones familiares, puesto
que en mi opinión las ideas y los hechos tienen muy poca relación con la
verdad.
-Los críticos también sugieren que sus personajes nunca
eligen conscientemente entre el bien y el mal.
-A la vida no le interesa el bien y el mal. Don Quijote
elegía constantemente entre el bien y el mal, pero elegía en su estado de
sueño. Estaba loco. Entraba en la realidad sólo cuando estaba tan ocupado
bregando con la gente que no tenía tiempo para distinguir entre el bien y el
mal. Puesto que los seres humanos sólo existen en la vida, tienen que dedicar
su tiempo simplemente a estar vivos. La vida es movimiento y el movimiento
tiene que ver con lo que hace moverse al hombre, que es la ambición, el poder,
el placer. El tiempo que un hombre puede dedicarle a la moralidad, tiene que
quitárselo forzosamente al movimiento del que él mismo es parte. Está obligado
a elegir entre el bien y el mal tarde o temprano, porque la conciencia moral se
lo exige a fin de que pueda vivir consigo mismo el día de mañana. Su conciencia
moral es la maldición que tiene que aceptar de los dioses para obtener de éstos
el derecho a soñar.
-¿Podría usted explicar mejor lo que entiende por movimiento
en relación con el artista?
-La finalidad de todo artista es detener el movimiento que
es la vida, por medios artificiales y mantenerlo fijo de suerte que cien años
después, cuando un extraño lo contemple, vuelva a moverse en virtud de qué es
la vida. Puesto que el hombre es mortal, la única inmortalidad que le es
posible es dejar tras de sí algo que sea inmortal porque siempre se moverá. Esa
es la manera que tiene el artista de escribir "Yo estuve aquí" en el
muro de la desaparición final e irrevocable que algún día tendrá que sufrir.
-Malcom Cowley ha dicho que sus personajes tienen una
conciencia de sumisión a su destino.
-Esa es su opinión. Yo diría que algunos la tienen y otros
no, como los personajes de todo el mundo. Yo diría que Lena Grove en Luz de
agosto se entendió bastante bien con la suya. Para ella no era realmente
importante en su destino que su hombre fuera Lucas Birch o no. Su destino era
tener un marido e hijos y ella lo sabía, de modo que fue y los tuvo sin pedirle
ayuda a nadie. Ella era la capitana de su propia alma. Uno de los parlamentos
más serenos y sensatos que yo he escuchado fue cuando ella le dijo a Byron
Bunch en el instante mismo de rechazar su intento final, desesperado,
desesperanzado, de violarla, "¿No te da vergüenza? ¡Podías haber
despertado al niño!" No se sintió confundida, asustada ni alarmada por un
solo momento. Ni siquiera sabía que no necesitaba compasión. Su último
parlamento, por ejemplo: "No llevo viajando más que un mes y ya estoy en
Tenesí. Vaya, vaya, cómo rueda uno". La familia Brunden, en Mientras
agonizo, se las arregló bastante bien con su destino. El padre, después de
perder a su esposa, necesitaba naturalmente otra, así que se la buscó. De un
solo golpe no sólo reemplazó a la cocinera de la familia, sino que adquirió un
fonógrafo para darles gusto a todos mientras descansaban. La hija embarazada no
logró deshacerse de su problema esa vez, pero no se descorazonó. Lo intentó
nuevamente, y aun cuando todos los intentos fracasaron, al fin y al cabo no fue
más que otro bebé.
-¿Qué le sucedió a usted entre La paga de los soldados y
Sartoris? Es decir, ¿cuál fue el motivo de que usted empezara a escribir la
saga de Yoknapatawpha?
-Con La paga de los soldados descubrí que escribir era divertido.
Pero más tarde descubrí que no sólo cada libro tiene que tener un designio,
sino que todo el conjunto o la suma de la obra de un artista tiene que tener un
designio. La paga de los soldados y Mosquitos los escribí por el gusto de
escribir, porque era divertido. Comenzando con Sartoris descubrí que mi propia
parcela de suelo natal era digna de que se escribiera acerca de ella y que yo
nunca viviría lo suficiente para agotarla, y que mediante la sublimación de lo
real en lo apócrifo yo tendría completa libertad para usar todo el talento que
pudiera poseer, hasta el grado máximo. Ello abrió una mina de oro de otras
personas, de suerte que creé un cosmos de mi propiedad. Puedo mover a esas
personas de aquí para allá como Dios, no sólo en el espacio sino en el tiempo
también. El hecho de que haya logrado mover a mis personajes en el tiempo,
cuando menos según mi propia opinión, me comprueba mi propia teoría de que el
tiempo es una condición fluida que no tiene existencia excepto en los avatares
momentáneos de las personas individuales. No existe tal cosa como fue; sólo es.
Si fue existiera, no habría pena ni aflicción. A mí me gusta pensar que el
mundo que creé es una especie de piedra angular del universo; que si esa piedra
angular, pequeña y todo como es, fuera retirada, el universo se vendría abajo.
Mi último libro será el libro del Día del Juicio Universal, el Libro de Oro del
Condado de Yoknapatawpha. Entonces quebraré el lápiz y tendré que detenerme.
Faulkner en el cine
Secuestro (1933) de Stephen Roberts. Película basada en la
novela de W. Faulkner “Santuario”, protagonizada por Miriam Hopkins, Jack Larue
y Willia Gargan.
Vivimos hoy (1933) de Howard Hawks. Basada en la obra de
Faulkner “Turn about” y protagonizada por Gary Cooper, Joan Crawford, Franchot
Tone y Robert Young.
The road to
Glory (1936) de Howard Hawks. Película bélica, desarrollada en el
contexto de la I Guerra Mundial y protagonizada por Fredric March, Warner
Baxter, Lionel Barrymore y Gregory Ratoff.
Redención (1937) de Tay Garnett. Guión escrito por Faulkner,
centrado en el trayecto de un barco cargado de esclavos. Con Warner BaxterWallace Beery, Elisabeth
Allan, Mickey Rooney y George Sanders.
Gunga Din
(1939) de George Stevens. Gran película colonial ambientada en la India
protagonizada por Cary Grant, Victor McLaglen, Douglas Fairbanks jr., Joan
Fontaine y Sam Jaffe.
Tener y no tener (1944) de Howard Hawks. La primera vez que
se encontraron Lauren Bacall y Humpry Bogart en este espléndido título de cine
negro basado en un relato de Hemingway que fue adaptado por W. Faulkner.
The Southerner (1945) de Jean Renori., que contó con la
ayuda de Faulkner en el guión para mostrar su perspectiva de las plantaciones
de algodón. Con Zachary Scott,
Betty Field, J. Carrol Naish y Beula Bondi.
El sueño eterno (1945) de Howard Hawks. Otro clásico de cine
negro escrito por Faulkner y protagonizado por Bogart y Bacall. Excelentes
resultados con una liosa trama y brillantes diálogos.
Han matado a un hombre blanco (Intruder in the dust) (1949)
de Clarence Brown. basado en la novela de Faulkner “Intruso en el polvo”,
cuanta las situaciones vividas tras la acusación injusta del asesinato de un
hombre blanco por un hombre negro. Con Juanjo Hernández, David Brian, Claude
Jarman jr. Y Porter Hall.
Tierra de Faraones (1955) de Howard Hawks. Hawks y Faulkner
se van al Antiguo Egipto para contar una historia protagonizada por Joan
Collins.
Angeles sin brillo (1957) de Douglas Sirk. Drama romántico
en el mundo de los pilotos acrobáticos baasdol en la novela “Pylon”, de
Faulkner. Con Rock Hudson, Dorothy Malone y Robert Stack.
El largo y cálido verano (1958) de Martin Ritt. La
adaptación de varios relatos de Faulkner construyen esta película sobre un
pirómano escapado de su propia fama. Con Paul Newman, Orson Wells, Joanne Woodward, lee Remick y Angela
Lansbury.
El ruido y la furia (1959) de Martin Ritt. Ritt vuelve a
adaptar a Faulker, ahora en un drama sureño protagonizado por Joanne Woodward y
Yul Brynner.
Réquiem por una mujer (1961) de Tony Richardson.Nueva versión
de “Santuario” de Faulkner. Temple Drake interpretada por Lee Remick. También
están Yves Montand y Bradfor Dillman.
Los Rateros (1969) de Mark Rydell. Basada en la novela
homónima de Faulkner. Steve McQueen es Boon, un asalariado que toma “prestado”
el coche nuevo de su patrón y se marcha a Memphis. Le acompañan Ned, mozo
encargado del establo y Lucius, un chaval de 12 años a punto de perder su
inocencia. Los tres "rateros" hacen un viaje realmente salvaje que
les lleva por todos los lugares posibles, desde un burdel a una espectacular
carrera de caballos.
"Paris Review" Nº 12 de 1956.
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