Aunque nunca conocí The Factory, soy un firme convencido que Warhol se equivocó y no son sólo quince minutos de fama, ello aunque Luchito Venegas lo niegue con que es una percepción errónea provocada por el hecho de que en Magallanes el tiempo corre más lento porque, según él, son quince minutos y nada más.
Lo anterior lo pude comprobar desde que tuve la mala ocurrencia de publicar un libro en Punta Arenas, el cual todavía estoy pagando y de eso hace ya varios meses. Aprovechando mi estadía dieciochera en Puerto Natales, lugar de donde soy nativo, fui a la librería “Ro-Ro”, allí dejé más de una decena de ejemplares para la venta, para mi sorpresa se han vendido dos, lo cual no es malo considerando que con la agitada vida urbana de hoy en día la gente tiene muy poco tiempo para leer. Incluso pude saber quien los adquirió.
-Uno lo compró tu tía y el otro tu prima-, me comentó el dueño.
Sin dejarme amilanar con presagios aciagos de que mi sueño de gloria literaria local se estaría frustrando, por encargo de mi esposa acudí al Gimnasio Carrera, que en tiempos del Chicho se llamaba “la Casa del Pueblo”, con el fin de averiguar el horario de las actividades deportivas femeninas.
-Buenas tardes, vengo a consultar el horario de baile entretenido-
-¿Para usted?- respondió risueño el encargado.
-Sí, es que me dicen en casa que estoy cada día más apático, escueto y aburrido- dije, haciéndome el gracioso.
-Pero, ¿no es usted el que escribe?- contestó el tipo y no sé porqué me noté diferente si bien afuera estaba nublado y llovía, un rayo de sol pudo colarse furtivo por el techo del gimnasio y me iluminó de cuerpo presente, tal cual a Elías Figueroa cuando metió el “Gol Iluminado” con que el Inter de Porto Alegre ganó el año 1975 por primera vez el “Brasileirao”.
Poco me importaba cómo el tipo sabía de mí -porque no era uno de ustedes, mis veinte fieles lectores de email- tampoco le había regalado el libro, tal vez vio el lanzamiento del mismo por el canal de TV local o escuchó de éste por la radio.
El caso es que me conocía, a lo mejor leyó una de las columnas que con un titular minúsculo, casi invisible, me publica un diario regional de manera clandestina entre reportajes de mascotas, música y recetas de cocina o, más bien, nos conocíamos de antes y yo no lo recordaba. Como las primeras impresiones son las que valen: “las tonteras que escribe este tipo, este huevón es de Puerto Natales ahora se las da de escritor pero antes era un chichero más”, habrá exclamado.
Al fin y al cabo no sería el primero y el último que así pensara, mi hija Julieta con esa ironía adolescente tan suya cierta noche luego de verme teclear, imprimir y romper las hojas para luego teclear, corregir, imprimir y vuelta a romper y así, ensimismado, una infinidad de veces durante dos horas, no obstante ello ustedes bien saben cómo se me cuelan los errores, le comentó a su madre: “Éste, ahora se cree poeta se lo pasa viviendo un mundo que no es verdad”.
Sin estar desencantado, ni por tener angustia de escritura dirían los prosistas, más bien porque cuando uno está en otro país puede ver su vida en Chile de manera diferente, decidí subir a la ciudad de Río Turbio, Argentina, acompañando a mi señora que no me dejó dormir la siesta.
Río Turbio está a 27 kilómetros de Puerto Natales y el litro de nafta se vende a 480 pesos chilenos, por lo que sin acuerdo comercial tipo Comunidad Económica Europea mediante, gracias a las bondades del Mecanismo de Estabilización de Precios de los Combustibles (MEPCO), el litro de gasolina en Puerto Natales cuesta casi mil pesos, los natalinos viajan a diario a Río Turbio a comprarla, y no seríamos nosotros quienes rompiéramos esa tradición transcultural económica.
Luego de llenar el estanque con nafta fuimos al almacén La Cabaña, entremedio de cajas repletas de cigarrillos, los puchos igual allá son más baratos, encontré una edición de “De Profundis” la epístola que Oscar Wilde, desde su cautiverio infeliz le envío a su amigo Bosie, no dudé un instante en adquirirla, también a un módico precio, por cierto.
No por presumir, ni por dármelas de excéntrico turista culto, más bien influenciado por la prosa del notable escritor irlandés, al llegar al paso fronterizo de Dorotea cuando el inspector del Servicio Agrícola y Ganadero chileno me pregunta si tengo algo que declarar estuve tentado de emular a Wilde -que vendría siendo ahora casi como mi colega- quien ante la misma consulta al llegar a Estados Unidos recordé que expresó: “Sí, mi talento”, pero mi timidez me lo impidió y declaré, en cambio, que traía 200 gramos de jamón ahumado sellado al vacío.
-Ah no, esto es jamón crudo y no puede pasarlo, por suerte lo declaró, por esta vez no lo multo pero a la próxima sí – me reprendió el inspector con ceño adusto y arrojó el pequeño paquete a un pulcro y aséptico tacho plástico.
Me fui mascullando mi frustración al verme privado de mi delicatessen, pensando que como eran ya casi las cinco de la tarde el funcionario fronterizo disfrutaría una deliciosa once con jamón auspiciada por mí.
Y aunque a veces como Protágoras me creo eso de que el hombre, o sea yo, sea la medida de todas las cosas, no es por ser arrogante pero tengo un ego inmenso que por estos días no me cabe en una bolsa plástica, porque en Natales por ordenanza municipal están prohibidas, quizás hice bien en reprimir a tiempo la declaración de Wilde, de haberla emitido ahí sí que me quitan hasta la nafta y, bueno, hubiese sido agotador empujar el automóvil, aunque pensándolo bien, no tanto, porque el trayecto de vuelta de Dorotea a Natales es cerro abajo, así que a la próxima sí que lo hago, eso de matutear el jamón me refiero.
Lo anterior lo pude comprobar desde que tuve la mala ocurrencia de publicar un libro en Punta Arenas, el cual todavía estoy pagando y de eso hace ya varios meses. Aprovechando mi estadía dieciochera en Puerto Natales, lugar de donde soy nativo, fui a la librería “Ro-Ro”, allí dejé más de una decena de ejemplares para la venta, para mi sorpresa se han vendido dos, lo cual no es malo considerando que con la agitada vida urbana de hoy en día la gente tiene muy poco tiempo para leer. Incluso pude saber quien los adquirió.
-Uno lo compró tu tía y el otro tu prima-, me comentó el dueño.
Sin dejarme amilanar con presagios aciagos de que mi sueño de gloria literaria local se estaría frustrando, por encargo de mi esposa acudí al Gimnasio Carrera, que en tiempos del Chicho se llamaba “la Casa del Pueblo”, con el fin de averiguar el horario de las actividades deportivas femeninas.
-Buenas tardes, vengo a consultar el horario de baile entretenido-
-¿Para usted?- respondió risueño el encargado.
-Sí, es que me dicen en casa que estoy cada día más apático, escueto y aburrido- dije, haciéndome el gracioso.
-Pero, ¿no es usted el que escribe?- contestó el tipo y no sé porqué me noté diferente si bien afuera estaba nublado y llovía, un rayo de sol pudo colarse furtivo por el techo del gimnasio y me iluminó de cuerpo presente, tal cual a Elías Figueroa cuando metió el “Gol Iluminado” con que el Inter de Porto Alegre ganó el año 1975 por primera vez el “Brasileirao”.
Poco me importaba cómo el tipo sabía de mí -porque no era uno de ustedes, mis veinte fieles lectores de email- tampoco le había regalado el libro, tal vez vio el lanzamiento del mismo por el canal de TV local o escuchó de éste por la radio.
El caso es que me conocía, a lo mejor leyó una de las columnas que con un titular minúsculo, casi invisible, me publica un diario regional de manera clandestina entre reportajes de mascotas, música y recetas de cocina o, más bien, nos conocíamos de antes y yo no lo recordaba. Como las primeras impresiones son las que valen: “las tonteras que escribe este tipo, este huevón es de Puerto Natales ahora se las da de escritor pero antes era un chichero más”, habrá exclamado.
Al fin y al cabo no sería el primero y el último que así pensara, mi hija Julieta con esa ironía adolescente tan suya cierta noche luego de verme teclear, imprimir y romper las hojas para luego teclear, corregir, imprimir y vuelta a romper y así, ensimismado, una infinidad de veces durante dos horas, no obstante ello ustedes bien saben cómo se me cuelan los errores, le comentó a su madre: “Éste, ahora se cree poeta se lo pasa viviendo un mundo que no es verdad”.
Sin estar desencantado, ni por tener angustia de escritura dirían los prosistas, más bien porque cuando uno está en otro país puede ver su vida en Chile de manera diferente, decidí subir a la ciudad de Río Turbio, Argentina, acompañando a mi señora que no me dejó dormir la siesta.
Río Turbio está a 27 kilómetros de Puerto Natales y el litro de nafta se vende a 480 pesos chilenos, por lo que sin acuerdo comercial tipo Comunidad Económica Europea mediante, gracias a las bondades del Mecanismo de Estabilización de Precios de los Combustibles (MEPCO), el litro de gasolina en Puerto Natales cuesta casi mil pesos, los natalinos viajan a diario a Río Turbio a comprarla, y no seríamos nosotros quienes rompiéramos esa tradición transcultural económica.
Luego de llenar el estanque con nafta fuimos al almacén La Cabaña, entremedio de cajas repletas de cigarrillos, los puchos igual allá son más baratos, encontré una edición de “De Profundis” la epístola que Oscar Wilde, desde su cautiverio infeliz le envío a su amigo Bosie, no dudé un instante en adquirirla, también a un módico precio, por cierto.
No por presumir, ni por dármelas de excéntrico turista culto, más bien influenciado por la prosa del notable escritor irlandés, al llegar al paso fronterizo de Dorotea cuando el inspector del Servicio Agrícola y Ganadero chileno me pregunta si tengo algo que declarar estuve tentado de emular a Wilde -que vendría siendo ahora casi como mi colega- quien ante la misma consulta al llegar a Estados Unidos recordé que expresó: “Sí, mi talento”, pero mi timidez me lo impidió y declaré, en cambio, que traía 200 gramos de jamón ahumado sellado al vacío.
-Ah no, esto es jamón crudo y no puede pasarlo, por suerte lo declaró, por esta vez no lo multo pero a la próxima sí – me reprendió el inspector con ceño adusto y arrojó el pequeño paquete a un pulcro y aséptico tacho plástico.
Me fui mascullando mi frustración al verme privado de mi delicatessen, pensando que como eran ya casi las cinco de la tarde el funcionario fronterizo disfrutaría una deliciosa once con jamón auspiciada por mí.
Y aunque a veces como Protágoras me creo eso de que el hombre, o sea yo, sea la medida de todas las cosas, no es por ser arrogante pero tengo un ego inmenso que por estos días no me cabe en una bolsa plástica, porque en Natales por ordenanza municipal están prohibidas, quizás hice bien en reprimir a tiempo la declaración de Wilde, de haberla emitido ahí sí que me quitan hasta la nafta y, bueno, hubiese sido agotador empujar el automóvil, aunque pensándolo bien, no tanto, porque el trayecto de vuelta de Dorotea a Natales es cerro abajo, así que a la próxima sí que lo hago, eso de matutear el jamón me refiero.
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