Por años los realizadores de cine buscaron, infructuosamente, crear la Opus Magnum sobre los años de la dictadura chilena, eso sí más que triunfar en Hollywood, ese burdo cine de entretención yanqui, su ideal era Europa añoraban romper taquillas en Venecia, Cannes y Berlín.
Algunos pensaron que ello se había logrado con el documental “La batalla de Chile”, luego vino “La Frontera” y la más reciente “No”, pero estas nunca estuvieron a la altura de las trasandinas “La noche de los lápices”, o de las dos ganadoras del Óscar “La historia oficial” y “El secreto de sus ojos”, que a su manera enfocaban el periodo del Proceso Militar argentino. Y ni siquiera de la mexicana “La Ley de Herodes”, esa tragicomedia sobre la corrupción del PRI en los años cincuenta.
Hasta que una cortísima película chilena de monitos animados alcanzara un reconocimiento planetario, ganara el Oscar y, curiosamente, la metáfora de un oso capturado para trabajar en un circo, se alce como la mejor representación cinematográfica nacional de la crueldad de la dictadura gorila.
Algunos pensaron que ello se había logrado con el documental “La batalla de Chile”, luego vino “La Frontera” y la más reciente “No”, pero estas nunca estuvieron a la altura de las trasandinas “La noche de los lápices”, o de las dos ganadoras del Óscar “La historia oficial” y “El secreto de sus ojos”, que a su manera enfocaban el periodo del Proceso Militar argentino. Y ni siquiera de la mexicana “La Ley de Herodes”, esa tragicomedia sobre la corrupción del PRI en los años cincuenta.
Hasta que una cortísima película chilena de monitos animados alcanzara un reconocimiento planetario, ganara el Oscar y, curiosamente, la metáfora de un oso capturado para trabajar en un circo, se alce como la mejor representación cinematográfica nacional de la crueldad de la dictadura gorila.
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