Uno
no puede ir por la vida así, sin un número o un registro que le identifique, y
más en estos días en que nuestra identidad corre a menudo riesgo de ser suplantada.
Por ello en un arranque notarial, que me vino de repente, el pasado 26 de
agosto fui al Departamento de Derechos Intelectuales de la Dibam, en Santiago, a
inscribirme y resulta que de ahora en adelante como persona que se precie tengo
una cifra, soy el 3777, ¿lindo número, no? tiene estilo, ritmo y métrica. No me
arrepiento, es más me alegra, ya no me
retendrá la Interpol en la frontera del paso Dorotea y podré viajar al Turbio.
Un
amigo brujo escritor jurisconsulto, no se cansa de repetirme que las coincidencias
no existen, y que tal número es mágico (3-777),
todo es por algo, pincho el Almanaque de Wikipedia y encuentro que la
fecha de mi inscripción corresponde en parte a la del año 1789 cuando la Asamblea
Constituyente francesa dictó la Declaración de Derechos del Hombre y del
Ciudadano esa de que: “ la ignorancia, el olvido
o el menosprecio de los derechos del hombre son las únicas causas de las
calamidades públicas y de la corrupción de los gobiernos,” es que ahora yo también
tengo derechos, soy un guarismo usable, maleable, comerciable. Y,
como de algo apreció mi libertad, fue también un 26 de agosto pero de 1991, que
el software libre de Linux fue desarrollado.
Y
la del nacimiento de Ceferino Namuncura, el beato mapuche argentino que esperan
que el Papá Francisco lo haga santo, y Sor Teresa de Calcuta y el día que Juan
Pablo I comienza su reinado papal, lo cual me conviene bastante, no sería
necesario que adopte una religión algo de santidad han de irradiarme, repararía
en parte la vida disipada que he llevado.
Pero,
quizás, por deformación estilística que más quisiera que emparentarme con Apollinaire,
el francés que la mala critica disputa con Huidobro la fundación del creacionismo,
quien con Julio Cortazar, nacieron un 26 de agosto, de ahora en adelante aunque
sus espíritus no lo quieran algo más que leer sus poemas y relatos me unirá a ellos.
Como
a Payo Grondona, cantautor chileno, no sólo el afiche autografiado de propia
mano que alguna vez tuve de él “no pierdas el entusiasmo” creo que me escribió.
Y aunque mi amigo cinéfilo, El Guille, me señalaría que no deje pasar el nacimiento
de Barbet Schroeder, director de cine francés, sería
petulante de mi parte porque parece que la única película que le he visto es
esa Burfly, sobre la ebria vida de un tal Chinaski.
Y como de filósofo de cantina tengo bastante ocurre
que nació también Lavoisier, el de que en la materia nada se crea y nada se
destruye todo se transforma, capaz que seré eterno. ¡Vaya novedad! ¡Acaso ya
todos no lo somos!
Estaré
predestinado a traspasar océanos, si fue
el día que falleció Charles Augustus
Lindbergh.
Pero
de todas las efemérides a saber, me quedo con la de la muerte de Giuseppe
Bálsamo, Conde Cagliostro, ese mago, alquimista, que tildaban de charlatán y loco, por
su afán en combinar metales para descubrir la piedra filosofal y con ello el
oro.
No
es que quiera encontrar tamaña fórmula mágica para restituir los 4.033 pesos,
que me costó la inscripción, no estaría demás intentarlo en una de esas le
achunto, sino que soy también disperso y
palabrero, incluso me tildan de embustero, sueño con mezclar las palabras, para
encontrar las adecuadas y que de una vez por todas alguien me entienda.
Comments
0 comments to "El 3777"
Publicar un comentario