La primera vez que Carlos Alberto Audicio Carrillo traspasó el paso fronterizo de Monte Aymond e ingresó clandestino a Chile para ver a sus padres, lo hizo conduciendo un camión argentino.
Estaba el tanto que hacía unos años, el 12 de octubre de 1973, si mal no recuerda, su juvenil rostro de 17 años fue publicado en el matutino La Prensa Austral de Punta Arenas, como uno de los extremistas más buscados de Magallanes.
Por fortuna se había ido a la Argentina tres días antes, atrás quedaban familia, afectos y sueños, de equipaje portaba la incertidumbre de un chico que nunca había salido de casa y el tango “Adiós pampa mía” que se escuchaba por la radio del bus.
Cuando decidió irse se despidió sus amigos del barrio y compañeros del Liceo Industrial con su acostumbrado “¡Chao Vieja!”. Entre ellos Pablo Jeria y el Jano Olate que, posteriormente, serían detenidos y enviados a Isla Dawson donde fueron de los prisioneros más jóvenes de las barracas hasta el cierre del campo de concentración de la dictadura militar.
Pablo falleció exiliado en Estados Unidos y Jano sigue residiendo en Punta Arenas, reconocido como un destacado deportista y profesor de educación física, es el actual seremi de Deportes.
Al otro lado del alambre, Audicio fue aconsejado que, por seguridad, usara el apellido materno, así era conocido como Carlos Carrillo y ejerció varios oficios desde ayudante de mecánico hasta chofer de camión recorriendo las rutas de Buenos Aires hasta la Patagonia, el vehículo de carga lo salvó, fue su vía de escape.
De esos años guarda marcas imborrables, como ser una familia que dejó cuando decidió retornar definitivamente a Punta Arenas, amistades con las que aún se comunica por Facebook, cebar mate y, por un accidente cargando de fierros el camión, una inconfundible cojera.
Puede ser que en uno de esos tantos viajes por la desolada Patagonia Carlos Carrillo hallara “La Leona”, esa legendaria posada a orillas del río del mismo nombre en la Ruta 40, donde el año 1905 se alojó el forajido norteamericano Butch Cassidy y su banda, luego de asaltar el Banco de Londres y Tarapacá de Río Gallegos, para luego escapar a Chile y seguir a Bolivia donde sería asesinado.
O habrá leído el libro “Los vengadores de la Patagonia trágica”, del historiador argentino Osvaldo Bayer que narra los hechos de 1920 y 1921 sobre la huelga de los peones de las estancias patagónicas quienes liderados por el anarco sindicalista español Antonio Soto Canalejo, se levantaron contra la explotación patronal. Soto, luego que el gobierno argentino enviara desde Buenos Aires un ejército para extinguir el movimiento, huye a Chile y se radica, silenciosamente, en Punta Arenas.
Porque tanto Butch Cassidy como Antonio Soto Canalejo, al igual que él eran fugitivos. Pero Audicio, el lejano oeste solo lo conocía por las películas de la función vermouth en el Politeama y lo que más tenía de bandido era subir con sus amigos “El Cerro de los Ladrones”. O participar con su equipo de la Población Williams en “La Pandilla de mi Barrio”, ese añorado campeonato de futbol de series menores que reunía a jóvenes de los diferentes sectores de Punta Arenas y donde se cuenta que Vladimiro “El Pulga” Mimica, aprendió a relatar partidos.
Con Soto Canalejo, habrían, por cierto, más semejanzas, después de todo era militante de la Juventud Socialista y junto al Jano, estaban entre los encargados de proteger las marchas a favor de la UP.
Hoy Audicio tiene un taller mecánico en la casa que era de su abuela frente a donde están ubicados los nuevos tribunales de justicia, como para recordarle, diariamente, que siendo muchacho con él y otros se cometió una injusticia.
Aún quedan algunos amigos, el Jano suele visitar a menudo el taller. Audicio, fiel a su costumbre, le sigue saludando con un “¡Hola Vieja!” pero como el tiempo no pasa en vano, hay cosas que han cambiado, el Jano responde: “¡Hola Chueco!”.
Estaba el tanto que hacía unos años, el 12 de octubre de 1973, si mal no recuerda, su juvenil rostro de 17 años fue publicado en el matutino La Prensa Austral de Punta Arenas, como uno de los extremistas más buscados de Magallanes.
Por fortuna se había ido a la Argentina tres días antes, atrás quedaban familia, afectos y sueños, de equipaje portaba la incertidumbre de un chico que nunca había salido de casa y el tango “Adiós pampa mía” que se escuchaba por la radio del bus.
Cuando decidió irse se despidió sus amigos del barrio y compañeros del Liceo Industrial con su acostumbrado “¡Chao Vieja!”. Entre ellos Pablo Jeria y el Jano Olate que, posteriormente, serían detenidos y enviados a Isla Dawson donde fueron de los prisioneros más jóvenes de las barracas hasta el cierre del campo de concentración de la dictadura militar.
Pablo falleció exiliado en Estados Unidos y Jano sigue residiendo en Punta Arenas, reconocido como un destacado deportista y profesor de educación física, es el actual seremi de Deportes.
Al otro lado del alambre, Audicio fue aconsejado que, por seguridad, usara el apellido materno, así era conocido como Carlos Carrillo y ejerció varios oficios desde ayudante de mecánico hasta chofer de camión recorriendo las rutas de Buenos Aires hasta la Patagonia, el vehículo de carga lo salvó, fue su vía de escape.
De esos años guarda marcas imborrables, como ser una familia que dejó cuando decidió retornar definitivamente a Punta Arenas, amistades con las que aún se comunica por Facebook, cebar mate y, por un accidente cargando de fierros el camión, una inconfundible cojera.
Puede ser que en uno de esos tantos viajes por la desolada Patagonia Carlos Carrillo hallara “La Leona”, esa legendaria posada a orillas del río del mismo nombre en la Ruta 40, donde el año 1905 se alojó el forajido norteamericano Butch Cassidy y su banda, luego de asaltar el Banco de Londres y Tarapacá de Río Gallegos, para luego escapar a Chile y seguir a Bolivia donde sería asesinado.
O habrá leído el libro “Los vengadores de la Patagonia trágica”, del historiador argentino Osvaldo Bayer que narra los hechos de 1920 y 1921 sobre la huelga de los peones de las estancias patagónicas quienes liderados por el anarco sindicalista español Antonio Soto Canalejo, se levantaron contra la explotación patronal. Soto, luego que el gobierno argentino enviara desde Buenos Aires un ejército para extinguir el movimiento, huye a Chile y se radica, silenciosamente, en Punta Arenas.
Porque tanto Butch Cassidy como Antonio Soto Canalejo, al igual que él eran fugitivos. Pero Audicio, el lejano oeste solo lo conocía por las películas de la función vermouth en el Politeama y lo que más tenía de bandido era subir con sus amigos “El Cerro de los Ladrones”. O participar con su equipo de la Población Williams en “La Pandilla de mi Barrio”, ese añorado campeonato de futbol de series menores que reunía a jóvenes de los diferentes sectores de Punta Arenas y donde se cuenta que Vladimiro “El Pulga” Mimica, aprendió a relatar partidos.
Con Soto Canalejo, habrían, por cierto, más semejanzas, después de todo era militante de la Juventud Socialista y junto al Jano, estaban entre los encargados de proteger las marchas a favor de la UP.
Hoy Audicio tiene un taller mecánico en la casa que era de su abuela frente a donde están ubicados los nuevos tribunales de justicia, como para recordarle, diariamente, que siendo muchacho con él y otros se cometió una injusticia.
Aún quedan algunos amigos, el Jano suele visitar a menudo el taller. Audicio, fiel a su costumbre, le sigue saludando con un “¡Hola Vieja!” pero como el tiempo no pasa en vano, hay cosas que han cambiado, el Jano responde: “¡Hola Chueco!”.
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